lunes, 19 de noviembre de 2018

Una de estas... del día a día...

Cuando escribo anécdotas me gusta exagerarlas un poco para que queden más graciosas. Hoy haré una excepción, pues ha sido una de estas ocasiones en las que la realidad supera a la ficción.

Hace unos días hice un pedido en Amazon: un despertador, un brazo para el móvil (para el coche), y una ensaladera. Como no puede ser de otra manera, puse en los detalles del pedido que, ya que yo trabajo por las mañanas, por favor, me lo enviasen por la tarde. Un carajo para mí, por supuesto que han pasado por la mañana... Total, que cuando he vuelto del curro miro en la web de Correos, y veo que el paquete está de nuevo en reparto, lo que me hace pensar que iban a pasar por segunda vez en el mismo día. A esto que, con un poquito de fe, me pongo a hacer tiempo... 1... 2... 3 horas... nada, que el paquete no llega, y como yo tenía que hacer cosas, pues decido salir a la calle a hacerlas. El plan era el siguiente: primero, ir al taller de encima de mi casa, para pedir un poco de asesoramiento; segundo, ir al APPinformática, para recoger un cable que había pedido; tercero, ir al Día, a por leche. ¡Qué iluso!

En estas que voy al taller, y mientras voy subiendo la cuesta de mi calle (bastante pronunciada, recordemos que es Segovia), me empieza a dar uno de esos indeseables subidones de ansiedad, que hacía como una semana que no me daban. Llego al taller con la lengua fuera, respirando fuerte, y la gente me mira raro. Por suerte había un poco de cola, así que me dio tiempo a inspirar hondo y serenarme. Llega mi turno, y empiezo a hacer preguntas como un retrasado porque mi idea sobre coches y las consultas resultantes se quedan en un margen de conocimiento muy reducido. Y... empieza a vibrarme el móvil. "Disculpe, tengo que contestar, que puede ser importante", digo yo. "No se preocupe", dice ella. Salgo del taller, voy a coger el teléfono... y se para. Como SÉ QUIÉN PUÑETAS ERA, me asomo a mi calle, y allí la veo, la furgoneta de Correos en todo el extremo más bajo de la calle. Como alma que lleva el diablo, me pongo a correr calle abajo haciendo zig-zag entre los transeúntes (¿cómo puede haber tanta gente en una calle tan apartada?). Veo que la furgoneta enciende las luces para pirarse... "¡¡PERDONE!!", chillo, y pillo a tiempo al hombre. Total...que sí, que era él, y que era mi paquete. Lo recojo justo a tiempo, y me doy la vuelta para retomar mi conversación con la del taller... o ese era el plan, porque antes de eso, mientras subía de nuevo la calle, mis manos de trapo deciden hacerse notar, se me resbala el paquete, pierdo el equilibrio, lo lanzo hacia arriba en un reflejo erróneo, y acaba estrellándose contra una furgoneta (por suerte, el dueño no andaba cerca, y la caja era de cartón). Cojo el paquete antes de que toque el suelo, muerto de vergüenza y deseando que nadie me haya visto... pero sí lo han hecho, aunque tienen la decencia de mirar para otro lado. "A otra cosa, Fede", me digo, y vuelvo al taller. Allí... pues poco más, planteo unas dudas, y decido volverme a casa para guardar el paquetón de Correos.

Sabiéndome a salvo en mi guarida, abro el paquete con miedo, pues no recordaba si la ensaladera que pedí era de plástico o de cristal. Lo abro... "plástico", digo en voz alta. Abro el despertador, lo enchufo... "intacto", me digo tranquilo. Ya sereno del todo, se me ocurre que como me dijeron que el cable de la tienda de informática llegaría el lunes, habría altas probabilidades de que no hubiese llegado hoy mismo, así que decido llamar y... bingo, no ha llegado. "¿De verdad necesitas la leche hoy, Fede?", me pregunto. "...No tanto", me respondo.

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