sábado, 9 de noviembre de 2019

Como la vida misma: 1



Perico volvió en sí. No tenía muy claro lo que había pasado... ni siquiera había perdido el conocimiento, pero se sentía como si le hubiesen dado un puñetazo muy fuerte. Es decir, un puñetazo muy fuerte en cuanto a que se sentía aturdido, pero no le dolía, ¿qué había ocurrido? Se tomó un minuto para meditar sobre su escena: eran las menos de las siete de la mañana e iba camino del trabajo, como todos los días. A pesar de que el trabajo en sí mismo no le llenaba mucho, le gustaba aquel paseo matutino, pues vivía a quince minutos de su oficina y el fresco de aquellas horas le servía para despejar la mente y perderse entre pensamientos que no siempre eran igual de productivos, pero siempre entretenidos o incluso divertidos... pero el caso era que en aquella mañana la cosa había sido diferente. Mientras caminaba por el borde de la carretera -su oficina estaba en el extrarradio-, un extraño destello se había materializado en mitad de su camino. Nada razonable le daba explicación para aquello más allá de las numerosas horas que había pasado entre series y pelis de ciencia ficción, pues si alguien le hubiese puesto una pistola en la cabeza y lo hubiera obligado a darle algún nombre a lo que vio, no habría tenido ninguna duda sobre lo que responder: un desgarro en el tejido del espacio-tiempo. Sí, Perico era un poco friki... pero aun así, aquello que se materializó ante él, y que le provocó ese estado de aturdimiento del que empezaba a salir, se parecía demasiado a lo que había visto aquí y allá surgiendo de la cabeza de numerosos guionistas, no todos igual de brillantes. Se llegó a plantear si había viajado en el tiempo... pero lo descartó rápidamente, pues era obvio que todo seguía igual: la misma carretera, el mismo camino de siempre, el mismo edificio del gobierno esperándolo tras tres rotondas... y sin embargo, una nueva y extraña sensación lo embargó mientras hacía lo posible por terminar de descartar tan disparatada idea. Ese tío con tan mal aspecto que se le aproximaba de frente... ¿vestía un kigurumi rosa?

-Eh, amigo -comenzó el desconocido-, ¿tienes mil pesetas?

-¿Que si tengo qué?

-Mil pesetas, que no me llega para el autobús.

Perico vio por dónde iba aquel individuo pero... ¿pesetas? El joven funcionario contestó con un gruñido a modo de negativa descortés y trató de continuar su camino dando un paso hacia la derecha pero... el raro portador del kigurumi rosa lo siguió como si de un paso de baile se tratara, y de nuevo le bloqueó el camino.

-Eh, que te estoy hablando -Perico tomó aire-. Mil pesetas, hombre, seguro que tienes por ahí.

-Mira tío... no me vaciles, que es muy temprano para estas cosas.

-¿Que no te vacile? ¡Mira, mira! ¿Encima te vas a poner borde?

El pintoresco quinqui metió la mano en una rendija de su pintoresca vestimenta, y antes de que Perico pudiera pensárselo dos veces, tenía una navaja apuntándole al pecho. La navaja, sin embargo, no era nada pintoresca.

-¡Venga, venga, maleducado! ¡Dame lo que lleves encima!

-En serio, tío... -Perico suspiró-. Vale, cosa por cosa... no nos pongamos nerviosos, ¿vale?

-¡¿Nervioso yo?! -El raro asaltante zarandeó la navaja como si fuese un puntero láser-. ¡¿Primero me dices que no te vacile y ahora me llamas loco?! ¡¿De dónde has salido tú?!

-¿Y tú? ¿De dónde sales tú? ¿Quién intenta atracar a alguien con un kigurumi rosa a las siete de la mañana?

-Mira... miraaaa... Me estás calentando ya, ¿eh? ¿Ahora resulta que no puedo llevar la ropa que yo quiera o que no puedo madrugar mucho? ¡¿Y qué es eso de atracar?! Yo solo te he pedido mil pesetas.

-Sí, esa es otra... ¿Pesetas?

Perico no entendía nada. Por suerte, tenía en su haber algo de picardía y sabía salir de situaciones como aquella, motivo por el cual aún mantenía la calma. De manera casi inconsciente, miró por encima del hombro del estrafalario asaltante. El truco más viejo del libro funcionó... siempre lo hacía. En lo que aquel indeseable desvió su atención, Perico puso en acción lo que había aprendido de su maestro de kick-boxing, y lanzó volando la navaja con una patada circular exterior. Antes de que el esponjoso individuo tuviera ocasión de reaccionar, Perico lo lanzó al suelo con un barrido, le dio la vuelta, y lo inmovilizó poniendo una rodilla sobre su nuca.

-¡¡AAAAYYY!! -gritó el asaltante asaltado-. ¡¡ABUSO, VIOLENCIA!! ¡¡UN LOCO ME GOLPEA Y OFENDE MI INTEGRIDAD FÍSICA!!

-Me cago en mi vida... De verdad, ¿de dónde sales tú?

Como si de una serie cutre de sobremesa se tratase, Perico empezó a escuchar sirenas a pocos metros de allí. Un coche multicolor asomó desde la rotonda más cercana, y no tardó en derrapar de forma espectacular hasta quedar a un metro de ambos, asaltante, y asaltado. Un hombre y una mujer con uniformes igual de coloreados salieron corriendo del ruidoso coche, y apuntaron en dirección a Perico con... algo que no supo reconocer, pero que sin dudas debían ser pistolas, o algo similar.

-¡Señor agente! -comenzó Perico-. ¡Gracias a Dios, este tío me ha intentado atra...!

-¡RESPETADO CIUDADANO! -lo interrumpió la mujer-. ¡POR FAVOR, SIN PERDER LA COMPOSTURA, Y SIN SENTIR SU INTEGRIDAD SOCIOMORAL COMPROMETIDA, APÁRTESE DE ESE COSPLAYER Y AGUARDE DE PIE HASTA QUE EDUCADAMENTE SE LE SUGIERA LO CONTRARIO!

De nuevo aquella sensación... Perico sintió como si le hubieran dado un tortazo muy fuerte, pero... no era aturdimiento, sino confusión. ¿Estaban hablándole a él? El joven funcionario sacudió la cabeza e hizo lo que "amablemente se le sugería".

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