Anoche me crucé con el meme de arriba, y me decidí a hacer la gracia. Le escribí a mi directora de tesis porque hoy nos tocaba ir a Valladolid a hacer unas pruebas, de modo que le dije haciéndome el asustado que si lo podíamos dejar para otro día (de coña, obviamente). Nada, se rio y ahí se quedó el asunto... poco sabíamos.
Resulta que vamos al curro a primera hora y a ella se le habían olvidado unos papeles, de modo que hubo que volver a su casa para recogerlos. Hasta aquí todo bien, es solo un traspiés de 10 minutos... pero ya iba el día apuntando maneras. Cogemos la Kangoo, el que posiblemente sea el trasto más viejo de todo nuestro centro de trabajo aunque se le tenga algo de cariño. Llegamos a Valladolid, empezamos a preparar las cosas para la prueba... todo bien, un ratillo allí de trabajo y alguna risa.
La hora del café. Resulta que en la central de Valladolid tienen dos complejos de edificios un poco alejados (tardas unos 7-8 minutos andando entre uno y otro), de modo que para ir a la cafetería sale mejor coger el coche. Montamos en la Kangoo... y no arranca. Y no arranca. Y... sigue sin arrancar. En estas que para por allí uno de los de mantenimiento (otro Fede, por cierto; lo llamaremos Fede 0.5 porque creo que es más mayor). Se pone a hacer unas pruebas y tal, y deduce que muy posiblemente sea un problema de la electrónica del coche. Que va a intentar arreglarlo, que nos vayamos a tomar el café en otro coche que tenía él ahí preparado. Total, que nos vamos a montar en el coche y... no arranca. Y no arranca. Y... sigue sin arrancar. Momento what the fuck. Nosotros ya pensando en si tendríamos que volvernos a Segovia en autobús o algo. Literalmente me ofrecí a bajarme del coche y probar, para ver si estaba yo gafado o algo... Todo esto que se cuenta en unas líneas tomó unos cuantos minutos, de modo que nos planteamos volver al curro y tomarnos aunque fuesen unos míseros picos. "¡Que no, hombre!", nos dice uno de los compañeros de allí, "¡que os llevo yo en mi coche!", nos insiste. Este sí arrancó, menos mal.
En el corto trayecto bromeamos sobre lo de la noche anterior y los comentarios sobre ser viernes 13. Anécdota arriba y chascarrillo abajo... "Cuando pasan estas cosas, hay que dejarse llevar y ver dónde acabas", dije yo, de broma. "Pues ya sabes, ¡habrá que comprar lotería!", dijo mi directora. Llegamos a la cafetería (abierta en estos días debido a, teóricamente, que es legal abrir "cafeterías de centros de trabajo"). "Un café y un bocadillo de beicon y queso", dije yo. ...Iluso... es viernes 13. "Qué va... no tengo beicon hoy", me dice el tío del bar. Momento dramático de síndrome de adaptación post-estrés.
Sigue pasando el tiempo, entre cafés y bocatas de tortilla y pimiento (muy ricos, por cierto). En estas que llegan otros compañeros a la terraza del bar. Contamos la anécdota, jijí y jajá... La conversación continúa y evoluciona. De pronto, escuchamos de fondo a uno de ellos decir un: "pues yo ayer compré ya un décimo; cada año los venden desde más temprano". Y... lo habéis adivinado. Llamo a uno de mis compañeros del día a día (del centro de Segovia), y cinco décimos que han caído a pagar entre unos y otros. Fijo que nos comemos los mocos a dos manos, pero... oye, que yo lo veo como una inversión en una anécdota graciosa.
La cosa no se extendió mucho más, o al menos no con detalles que os vayan a divertir a vosotros. Terminamos las pruebas... me atreví a coger la Kangoo (que ya funcionaba, cortesía de Fede 0.5) y no nos matamos en el viaje de vuelta... y al fichar, volver a casa, y relajarme, sabía lo que debía hacer: huevos, patatas fritas, y beicon; mucho, mucho beicon.
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