-¡¿Qué ha ocurrido?
-Uno de Tuvo.
-¡¿Otro?! Joder, ¡van tres en esta semana!
-¿Y qué quieres que le haga? Esta juventud... toda la noche de juerga y al final pasa lo que tiene que pasar...
Isra escuchaba atento, y atónito. Era una de esas personas alérgicas al veneno de abejas, y esperaba en urgencias a que le dieran un pinchazo con el que reducir la hinchazón de su cara, parecía un hámster haciendo buen uso de sus abazones... pero él no tenía abazones. Mientras esperaba habían llegado tres enfermeros con una muchacha accidentada. Que se había estrellado contra un autobús con su bici, decían. El hinchado muchacho no podía articular palabra, pues respiraba con dificultad, pero lo cierto es que todo aquello le recordaba a una versión satírica de su propio mundo, pues él era, en efecto, un flashed del año 2018. Pero en fin, ¿a quién le importaba?
-Angelico... -le dijo una señora en sus sesenta años-. Llevas aquí mucho rato, ¿verdad, cielo? Te vi llegar y ya tienes hasta mejor cara, ¿cuánto llevas aquí, tres horas? -Isra estaba algo aturdido, pero consiguió asentir-. Animalico... ¿quieres que te dé un...?
-¡Carmen Gutiérrez! -gritó una enfermera.
-¡Ah! ¡Yo! Hasta luego, animalico, ármate de paciencia -repuso la señora, y se fue tras la enfermera pegándose patadas en la nuca.
E Isra se quedó solo de nuevo... o todo lo solo que podía estar en una habitación atestada de desconocidos y enfermos. Ya habían rociado a todos con ambientador del orden de tres veces, pero las ventanas no daban abasto y la habitación seguía tan cargada y maloliente como al principio, además de que nadie parecía dispuesto a atender a los numerosos carteles de "Silencio, por favor". Aquello era una prueba de resistencia, y si no fuera porque el muchacho tenía la mitad de la cabeza desconectada por la inactividad y la reacción alérgica, no sabía si la estaría llevando tan bien. El tiempo seguía pasando, hasta que...
-¡Imbécil, haz algo útil y ayúdame! ¡¿No ves que soy colectivo desfavorecido?!
Isra lo veía como si fuera una peli de David Lynch, pero algo consiguió captar. Una enfermera gorda y con el pelo pintado de turquesa chillón salió pegando gritos, y no paró hasta que un ancianito que rondaría los ochenta se levantó para sujetarle un papel delante de la cara.
-¡Israel Poveda! ¡Israel Poveda!
El muchacho intentó decir "yo", pero no pudo. En su lugar se levantó lentamente, y se acercó... le tomó unos segundos.
-¡¡ISRAEL POVEDA, OSTIAS!! ¡¿SE HA IDO ISRAEL POVEDA O QUÉ?! ¡¡ISRAEL...!
Isra llegó hasta ella, e intentó llamar su atención. Lo logró.
-¡¿QUÉ QUIERES, EH?! ¡¿NO VES QUE ESTOY LLAMANDO A ISRAEL POVEDA?!
-Señorita... creo que él es Israel Poveda -intervino el ancianito.
-¡¿Y POR QUÉ NO LO DICE?! ¡¿ES QUE NECESITA UN PUTO REPRESENTANTE?! ¡¡A TOMAR POR CULO YA, QUÉ HARTA ESTOY DE TODO!! ¡¡SÍGUEME!!
Isra obedeció haciendo caso omiso a la agresividad de la enfermera, no le quedaban muchas opciones. Cuando iba ya por mitad del pasillo por el que lo guiaba, se percató de algo inusual: la enfermera gorda del pelo turquesa no tenía brazos.