-Perdone, se ha equivocado.
Tras la aclaración se escuchó un *click*, y el telefonillo se quedó en silencio. Gabriel no supo muy bien qué hacer; tenía entre sus manos un paquete para entregar, y aunque la dirección era la correcta, estaba ante un rascacielos de una de las ciudades más grandes de España, y no tenía el piso. ¿Se suponía que debía ir llamando uno por uno? ¡Puff! ¡Qué pereza! Se disponía a volver a la centralita, cuando una muchacha llamó su atención.
-Perdona, ¿eres de Barbarorl? -le preguntó.
-Así es. Por casualidad... ¿conoces a Yennefer Sánchez Rodríguez?
-¡Soy yo! ¿El paquete es para mí? -La muchacha adoptó una pose de extrema felicidad.
-Ehmm... sí, así es. ¿Puedes echarme aquí un garabato?
El repartidor sacó un aparato con el que gestionaba los repartos, y le dio un pequeño lápiz de plástico a la tal Yennefer. <<¡Vaya nombre!>>, pensó, seguro que sus padres eran unos frikis, como los de su prima Khaleesi.
-Disculpa... ¿Yennefer?
-¿Sí?
-Mira, no quiero tocarte la moral, pero es que estas cosas pasan demasiado a menudo... La próxima vez que hagas un pedido, ¿podrías poner al menos tu dirección completa? -La muchacha alzó media ceja.
-Lo hice. Es decir, puse la mitad de la dirección en el campo habilitado para ello, y después puse el resto en la caja de comentarios.
-Imposible, lo sabría. Te has tenido que equivocar.
-¿Me estás llamando mentirosa? -Gabriel sonrió con aire condescendiente-. Mira, chaval... mi hermano fue repartidor de Barbarorl durante unos años, y sé que en ese cacharrito podéis acceder a los comentarios. ¿Por qué no lo miras?
-Porque no me...
-¿No te...? -le interrumpió. <<Bah>>, se dijo a sí mismo Gabriel, y recuperó su cacharro de las manos de la clienta con no poco cuidado. <<Te vas a enterar de lo que vale un...>>.
-Mira, hay un comentario. Pone... -Gabriel se quedó frío.
-Mi piso, ¿verdad?
-Ehmm... -Gabriel tragó saliva.
-¿Y qué más pone? ¿Por qué no lo lees entero en voz alta? -<<Mierda>>, pensó. La vergüenza le impidió leer en voz alta, pero en el comentario ponía que entregasen el pedido por la mañana por cuestiones de disponibilidad. Eran las 17:32.
-Mira, no me voy a poner chula porque no es para tanto. No te has leído el comentario; no has hecho bien tu trabajo; eres solo uno de muchos. Hazlo mejor la próxima vez, ¿vale?
-Ehmm... -Gabriel se empezó a rascar la cocorota, y a sudar.
-Es... literalmente te pido que leas una línea de texto por pedido. No es mucho, ¿no?
-Ehmm... -Gabriel sintió una tensión agolpándose a la altura de donde asoman los pepinos, como solía ocurrirle cuando se ponía nervioso.
-¿Verdad que vas a poder hacer eso por mí a partir de ahora, señor repartidor de Barbarorl?
-Ehmm... -La tensión incrementó en poder. Gabriel sacó un pañuelo para secarse el sudor de la frente.
-¿Por favor?
-Ehmm... -Y... la tensión disminuyó... Por suerte había bastante gente en la calle, y había sido un pedo totalmente ninja. Pero...
-¿Verdad que...? ¡¡AAAHHH!!
En una fracción de segundo, Gabriel, un flashed más de aquella España de 2059, estaba envuelto en una nube de vapor color amarillo fosforito. Antes de poder preguntarse qué ocurría, la tal Yennefer estaba acribillando la pantalla táctil de su móvil. En cuestión de segundos, se oyeron unas sirenas de policía que se acercaban a su posición.
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