sábado, 1 de diciembre de 2018

Solo cinco más.



Apurada, recorrió el pasillo de su casa. «A una gran empresaria, trabajadora, y amiga» rezaba una amarilleada nota enmarcada en la pared, de un viejo socio al que prestó demasiado dinero. «Solo cinco días más», le solicitó aquella muchacha, poco después, al agente que gestionaba su propio préstamo. No fue suficiente para sacarla de las dificultades por las que pasaba su compañía, pero sí para pagar sus deudas, salir del paso, y aprender más sobre la vida.

Dolorida, llegó al cuarto de baño y se apoyó sobre el lavabo. Sus huesudos brazos temblaban, pero no tanto como cinco años atrás. «Solo cinco semanas más», le pidió al que por entonces era su jefe, el tiempo que la lista de espera la separaba de comenzar su rehabilitación. «Una enfermedad de los nervios, incurable», le dijeron, pero salió de aquello más fuerte, más positiva, más viva.

Ahogada, una húmeda pesadumbre se le acumuló en el pecho antes de caer bajo el tiránico yugo de la tos: una, dos, y tres veces. El ardor era agobiante; el picor en la garganta, inaguantable. Cuando abrió los ojos, el sumidero tenía una macabra y oscura salpicadura, de roja sangre y necróticos restos que su cuerpo repudiaba. La mujer apretó un puño y, con la otra mano, se acarició con calidez el vientre. Miró al espejo y contempló sus ojeras, rodeadas por un rostro consumido, pálido, y cadavérico. Con un sobrenatural esfuerzo, tensó las comisuras de sus labios en una imposible sonrisa. «Solo cinco meses más», le rogó a su reflejo.

[La imagen no me pertenece. Sacada de un corto de Storyblocks].

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