sábado, 28 de noviembre de 2020
viernes, 20 de noviembre de 2020
¡Y sigue la cruzada contra las telefónicas!
Hacía ya mucho que no echaba mierda sobre una compañía telefónica, y eso, yo, no lo puedo permitir. La siguiente historia sigue de manera directa el relato del anterior capítulo, solo que un año más tarde:
https://federicadas.blogspot.com/2019/12/continua-la-cruzada-contra-las.html
Sabía yo que se aproximaba una fecha que tengo bajo control. Realicé la portabilidad de la que os hablé a costa de volver a hipotecar mi libertad económica bajo pena de multa por un año (lo que se suele llamar "contrato de permanencia"), pero oye, tengo que reconocer que me hicieron una oferta bastante buena. Así pues, tras 11 meses de disfrutar de una nueva oferta, y sabiendo que tenía unas vacaciones próximas, me propuse que utilizaría parte de ese tiempo para arreglar el asunto, ya fuese contratando una tarifa inferior (no necesito 600 megas de fibra...), o incluso estudiando la posibilidad de una nueva portabilidad.
Iluso... (en parte, que me salí con la mía)
Ayer estaba yo por casa de tranquis, cuando me llama un número de Valencia. Mi compañía telefónica: que saben que en dos semanas vence mi oferta, y que quieren proponerme una contraoferta. Durante este año he estado pagando unos 40€ al mes por un servicio que (SEGÚN DICEN ELLOS) vale 65€, de modo que me ofrecían una tarifa aún más potente (mismas megas, pero más gigas para el móvil) por una pequeña subida hasta 43€, pero ya no tendría permanencia y el precio ya no sería de una promoción, sino que se quedaría como precio base. Pues oye... inicialmente sonaba de puta madre, para qué os voy a engañar.
Pero me acordé... es una compañía telefónica.
Dije que aunque la oferta era buena, justamente iba a proponerles lo contrario: pagar menos, y recibir menos megas. El tío (que lo llamo así por la situación, pero la verdad es que fue majísimo) ni se lo pensó, ya estaba preparado: 38€, 300 megas, y se queda fijo, sin permanencia. Me quedé callado unos minutos... le hice repetir las condiciones 2 veces más, para asegurarme de que no me querían colar nada raro. Y... acepté, porque me iba a ahorrar un viaje a la tienda, porque me quitaba el problema de encima, y porque al fin y al cabo, era una de las opciones que yo quería.
Y bueno, pues diréis vosotros: ¡quejica, si te salió bien y sin moverte de casa!, ¿dónde está la pega? Si habéis seguido los otros capítulos, ya os podréis oler la tostada. Primero, decir que QUÉ CASUALIDAD que desde hace dos semanas, el internet me ha empezado a dar problemas tras un año yendo finísimo (confinamientos incluidos, que hubo mucho más tráfico de red). Segundo, decir que tengo la más absoluta y completa seguridad de que si me hubiese peleado un poco (cosa que yo no hago porque lo considero indigno), habría podido arañar 2 ó 3 euros mensuales menos. Tercero, que teniendo en cuenta el segundo punto, estoy casi completamente seguro (y digo casi porque hay que dejar lugar a la duda) de que ese servicio de 38€ que quizás podría haber conseguido por 35 o así, no creo que a ellos les cueste más de 4 ó 5 mantenerlo funcionando.
¡Ah! Y la guinda del pastel: al hacer el cambio de tarifa, dejaron de funcionarme los datos móviles. Llamé al servicio técnico, me lo solucionaron super rápido (sorprendido me hallé), pero en el mientras tanto, que tuve que decir el modelo de mi móvil para que me dijeran qué hacer para arreglarlo, ya me habían intentado colar un contrato de permanencia nuevo porque mi móvil "era muy bueno, pero ya viejito".
Y por ello, a pesar de que las quejas que tengo de esta compañía telefónica son, a nivel puramente empírico, nulas (y por eso no voy a decir el nombre por ahora), no me voy a cortar en decirlo: piratas, estafadores, carroñeros, ¡cabrones!, ¡cabrones!
viernes, 13 de noviembre de 2020
Cosas de un viernes 13
Anoche me crucé con el meme de arriba, y me decidí a hacer la gracia. Le escribí a mi directora de tesis porque hoy nos tocaba ir a Valladolid a hacer unas pruebas, de modo que le dije haciéndome el asustado que si lo podíamos dejar para otro día (de coña, obviamente). Nada, se rio y ahí se quedó el asunto... poco sabíamos.
Resulta que vamos al curro a primera hora y a ella se le habían olvidado unos papeles, de modo que hubo que volver a su casa para recogerlos. Hasta aquí todo bien, es solo un traspiés de 10 minutos... pero ya iba el día apuntando maneras. Cogemos la Kangoo, el que posiblemente sea el trasto más viejo de todo nuestro centro de trabajo aunque se le tenga algo de cariño. Llegamos a Valladolid, empezamos a preparar las cosas para la prueba... todo bien, un ratillo allí de trabajo y alguna risa.
La hora del café. Resulta que en la central de Valladolid tienen dos complejos de edificios un poco alejados (tardas unos 7-8 minutos andando entre uno y otro), de modo que para ir a la cafetería sale mejor coger el coche. Montamos en la Kangoo... y no arranca. Y no arranca. Y... sigue sin arrancar. En estas que para por allí uno de los de mantenimiento (otro Fede, por cierto; lo llamaremos Fede 0.5 porque creo que es más mayor). Se pone a hacer unas pruebas y tal, y deduce que muy posiblemente sea un problema de la electrónica del coche. Que va a intentar arreglarlo, que nos vayamos a tomar el café en otro coche que tenía él ahí preparado. Total, que nos vamos a montar en el coche y... no arranca. Y no arranca. Y... sigue sin arrancar. Momento what the fuck. Nosotros ya pensando en si tendríamos que volvernos a Segovia en autobús o algo. Literalmente me ofrecí a bajarme del coche y probar, para ver si estaba yo gafado o algo... Todo esto que se cuenta en unas líneas tomó unos cuantos minutos, de modo que nos planteamos volver al curro y tomarnos aunque fuesen unos míseros picos. "¡Que no, hombre!", nos dice uno de los compañeros de allí, "¡que os llevo yo en mi coche!", nos insiste. Este sí arrancó, menos mal.
En el corto trayecto bromeamos sobre lo de la noche anterior y los comentarios sobre ser viernes 13. Anécdota arriba y chascarrillo abajo... "Cuando pasan estas cosas, hay que dejarse llevar y ver dónde acabas", dije yo, de broma. "Pues ya sabes, ¡habrá que comprar lotería!", dijo mi directora. Llegamos a la cafetería (abierta en estos días debido a, teóricamente, que es legal abrir "cafeterías de centros de trabajo"). "Un café y un bocadillo de beicon y queso", dije yo. ...Iluso... es viernes 13. "Qué va... no tengo beicon hoy", me dice el tío del bar. Momento dramático de síndrome de adaptación post-estrés.
Sigue pasando el tiempo, entre cafés y bocatas de tortilla y pimiento (muy ricos, por cierto). En estas que llegan otros compañeros a la terraza del bar. Contamos la anécdota, jijí y jajá... La conversación continúa y evoluciona. De pronto, escuchamos de fondo a uno de ellos decir un: "pues yo ayer compré ya un décimo; cada año los venden desde más temprano". Y... lo habéis adivinado. Llamo a uno de mis compañeros del día a día (del centro de Segovia), y cinco décimos que han caído a pagar entre unos y otros. Fijo que nos comemos los mocos a dos manos, pero... oye, que yo lo veo como una inversión en una anécdota graciosa.
La cosa no se extendió mucho más, o al menos no con detalles que os vayan a divertir a vosotros. Terminamos las pruebas... me atreví a coger la Kangoo (que ya funcionaba, cortesía de Fede 0.5) y no nos matamos en el viaje de vuelta... y al fichar, volver a casa, y relajarme, sabía lo que debía hacer: huevos, patatas fritas, y beicon; mucho, mucho beicon.