Esta andaría también por los principios del curso, allá cuando todavía no conocía muy bien a aquella buena pieza que tantas risas ha inspirado. Estaba yo solo en el piso, cocinándome algo de alto nivel, supongo que unos filetes de pollo por lo menos. No pasó mucho rato hasta que la puerta se abrió, y aun a riesgo de haber podido ser el friki o nuestro otro compañero, el silencioso, la buena ventura se manifestó en la forma de aquel chavalote de casi metro noventa y mirada adormilada: el enorme JC.
-Eh, Fede, ¿qué tal? -saludó.
-Pues aquí, con la comida -respondí.
Más allá de la sartén y el pollo, nada se calentó demasiado por un par de minutos, momento en que el sabio del piso volvió a romper el silencio.
-A...aquí solo tenemos esta mesa, ¿verdad? -preguntó el muchacho.
-Lo que ves: la mesa grande, la de la tele, y el poyo de la cocina. ¿Por qué?
-P-porque... bueno, he traído algunas cosas de comer, y entre que las organizo y tal, necesito algún sitio para dejarlas. -Traté de buscar la trampa: la mesa del salón, compatible con que comieran cómodamente hasta cuatro personas, estaba vacía salvo por un par de trastos; era espacio más que de sobra para que cupiera una compra pequeña enterita.
-Mmm... no te entiendo. ¿No te vale la mesa? -dudé, derrotado.
-Esto... b-bueno, supongo que sí...
Y allí fue cuando empezó con las que acabarían siendo unas clásicas estereotipias: el chaval se empezó a rascar la cabeza, a caminar salón arriba y abajo con las bolsas a cuestas, a dudar si dejarlas aquí o allá... Yo estaba a mi bola, me habría dado igual pasar de ello, pero la curiosidad me pudo.
-Joder, macho, ¿qué te pasa? -le pregunté con una nota de broma.
-Es que... bueno... Ya sabes, es comida. Y-y... Bueno, igual te parece una tontería pero... ¿ves la línea negra esa?
Perplejo, dejé las pinzas de cocinar a un lado y me aproximé. Cabe destacar aquí que, aunque nosotros no éramos particularmente limpios (por decirlo con elegancia), la mesa solía mantenerse especialmente libre de porquería para poder darle uso. No obstante... efectivamente, JC señaló a una pequeña raja que había en la mesa. No era más que una rayadura, una línea de algo menos de tres centímetros con un color negruzco, probablemente ocasionada varios años atrás, y rellenada por polvo compactado con el paso de los meses. Síp, de esas cosas de las que la gente no suele percatarse.
-¿La...veo? -JC percibió mi incredulidad, y empezó a resoplar y a reírse.
-Ya... ya... sé lo que vas a decir. A ver... s-sé que no tiene importancia ninguna, pero... pero yo miro a esa raya y no puedo evitar pensar en que si la observase por un microscopio sería como contemplar toda una sima de porquería y gérmenes...
En este momento, mi incredulidad llegó a su punto más álgido. Quisiera destacar que soy una persona bastante curiosa y abierta de mente, quizás algo más ahora que en aquel entonces, pero una cosa no quita la otra. El caso es que me quedé mirándolo como un besugo, sin saber muy bien lo que decir.
-Ya... sí... Je, je, je... no me hagas caso, no te preocupes...
Con esas últimas palabras, JC dejó las bolsas con mucho cuidado sobre la mesa, procurando que no tuvieran contacto directo con la sima de porquería microscópica, claro, y se metió para su cuarto. Debo decir en su defensa que aquella conducta desapareció en pocas semanas... pero tampoco esta cosa quita la otra.
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