sábado, 28 de septiembre de 2019

Una cuestión de ovarios.

***SPOILERS***: no es mi objetivo aquí, pero es más que probable que suelte uno o varios spoilers. Si veis el nombre de algún personaje cuyo producto no hayáis visto, os recomiendo que paséis al siguiente. Avisados quedáis.




Os traigo una nueva publicación de este estilo. Actuará como la contrapartida femenina de la que publiqué hace tres meses sobre personajes masculinos con pelotas de acero. Para el que sea nuevo, esto será una especie de top que no es un top como tal, ya que tras haber consumido tantísimas horas de contenido audiovisual, es difícil acordarse de quién gana a quién, de modo que aunque he dedicado bastante tiempo a hacer una intensa investigación entre mis recuerdos, casi seguro que me dejaré fuera a alguien meritorio de estar aquí. Las reglas del juego son las siguientes:

-Todos los personajes deben tener pelotas de acero. Lo sé, son mujeres, pero creo que nuestra sociedad ha avanzado lo suficiente como para entender que "tener pelotas" no significa tener una carnosa bolsa con testículos colgando entre las piernas, acordaos de que el lenguaje tiene un origen y una evolución. Normalmente, ese "tener pelotas" será en forma de valentía, pero la elección también puede verse modificada por contexto, o por presencia.

-Variedad: los personajes vendrán de distintos tipos de productos audiovisuales, como pueden ser series de animación, series de actores reales, películas o videojuegos. Se quedan fuera los personajes de libro por un motivo muy sencillo: a falta de componentes de percepción "en tiempo real" (visuales o auditivos), la interpretación de las páginas de un libro suele ser muy personal y muy sesgada.

-Solo personajes femeninos: Ya hice una publicación sobre hombres, ahora le toca a ellas.

10) Yennefer de Vengerberg - Saga de Geralt de Rivia.
Se me hace difícil colocar a este personaje... pero hombre, si hablamos de ovarios, sería criminal e injusto no ponerla. Yennefer encarna en gran parte dos de las cosas que más odio, y que son paradójicamente dos maneras de pensar que casi, casi rozan los dos polos opuestos: la mentalidad de que todo vale para conseguir una meta noble, y la toxicidad de la mujer despechada tradicional. Es un personaje muy complejo, desagradable hasta aburrir, y aunque nunca me he informado, estoy casi seguro de que el autor de las novelas lo creó con el fin de ser odioso a propósito. No obstante, y como dije un poco más arriba, esto no va sobre el personaje de la novela (que es aún más extremo), sino sobre el del videojuego, que se hace un poquito más soportable. Yennefer es poderosa, bella, y extremadamente peligrosa si te cruzas en su camino. Nada ni nadie le impide lograr sus metas, a veces, incluso si es su propia integridad física la que lo hace. El caso es que es una tía valiente como pocas, y muy dominante. Geralt a su lado se queda transformado en un corderito y... joder, hablamos de Geralt de Rivia, que aunque no le gusta meterse en follones, sabe cómo imponerse. No quiero decir mucho más, que al final va a parecer que me gusta el personaje y todo. Si no fuera por lo bien cogida que está la expresión de las caras, disfrutaría de esta escena:



9) Tali'Zorah vas Normandy - Saga Mass Effect.
Como hice con la versión para hombres poniendo a Cid, voy a poner en el 9 a mi ojito derecho, aunque no por ello desmerece el puesto. Quizás sea por su graciosa personalidad, su extravagante apariencia, o los ovarios que demuestra en más de una ocasión (muy probablemente, combinación de los tres), pero lo cierto es que Tali me encantó desde el principio al final de esta gran saga. Como quariana, Tali depende de la tecnología de su pueblo para sobrevivir. Es (o fue) parte de una flota nómada, y está recluida dentro de un traje que le permite la supervivencia fuera de su planeta. La opción lógica sería la de aferrarse a esas cosas como a un clavo ardiendo, pero Tali siempre supo qué era lo correcto, aunque supusiera joder su propia vida. Sabiendo que los líderes de la flota quariana estaban perdiendo el norte, se enfrentó a ellos y se ganó el exilio, una de las peores cosas que le puede ocurrir, tanto a nivel social, como a nivel de supervivencia, a un quariano. Ella lo sabía... y lo afrontó con aplomo. Y bueno, aparte de eso, es adorable, achuchable, y te partes el ojete cuando se emborracha. No podía dejarla fuera.




8) Motoko Kusanagi - Ghost in the Shell.
Poco se sabe sobre este personaje, y tampoco es que yo sea un experto en Ghost in the Shell más allá de la serie principal, pero lo cierto es que la Mayor Kusanagi (no sé si estará bien escrito el título así en español) es, ante todo, valiente. Es uno de estos personajes que podría decirse que no conocen el miedo, y si lo conoce, sabe ocultarlo muy bien. Es militar, claro, siempre es una ventaja, pero a lo largo de la serie te van soltando pequeños indicios que dejan entrever sus vulnerabilidades, por lo que a pesar de haberse pasado casi toda su vida en cuerpos prostéticos, y a pesar de lo inexpresiva que es, Motoko dispone de una ética y una humanidad muy manifiestas. Soldado de élite, capacidades sobrehumanas (incluida su inteligencia y su capacidad de programación/hackeo)..., ¿sabéis por qué la pongo en el número 8? Igual me falla la memoria, pero aunque no se dice claramente, creo recordar que en cierto capítulo se insinúa que Motoko utiliza siempre cuerpos de estética femenina para poder ponerse un reloj que tiene un gran valor sentimental para ella. Esto hace pensar en que, quizás, cuando era una humana completa, en realidad fue un hombre, y por lo tanto, puede que ni debiera estar en este top. Además... lo cierto es que no es un personaje tan memorable, promete mucho más de lo que termina dándole al espectador, aunque sabe molar. Os dejo una escena del que para mí es el mejor capítulo de la serie:



7) Izumi Curtis - Fullmetal Alchemist.
La maestra de los hermanos Elric se ha enfrentado a las caras más oscuras y jodidas de la vida. Tras perder a su hijo, se enfrentó a la dura decisión de poner su propia vida en riesgo para traerlo de vuelta con alquimia prohibida, y... bueno, todos los que hemos visto la serie sabemos el caro pero inútil precio que pagó. Es dura y recia, poco femenina incluso, pero siempre tiene lugar para dejar entrever su frustrada vena maternal con sus discípulos. Sabe artes marciales, sabe alquimia, llena la pantalla con su carácter cada vez que aparece... ¿Quién es ella, una superheroína? Dejad que ella misma responda a la pregunta de la manera más épica que se puede:



6) Teniente Ellen Ripley - Saga Alien.
Vale, lo reconozco... es un topicazo. Pocos tops de mujeres fuertes encontraréis sin este personaje pero, ¿por qué obviarlo? En una época en la que para una mujer se podía considerar un acto de rebeldía el dejar que se le quemara la paella, Ellen Ripley apareció en la gran pantalla como una tipa dura que se comió Hollywood, y que sirvió como fuente de inspiración para muchos personajes posteriores. Aunque degeneró con el paso de las pelis, la Ripley de las primeras entregas de la saga dejaba ver a una mujer bastante normal, femenina, con miedos y debilidades, pero no por ello débil en sí misma. ¿Cuántos de vosotros le plantaríais cara a una criatura que se describe como poco menos que indestructible, asesina e insaciable, y que hasta su sangre puede destruir tu nave? Yo no lo sé, pero ella lo hizo. Y... ¿cuántos de vosotros os meteríais en un nido de estas criaturas, sin nada más que vuestra arma y sudor en la frente?


5) Almirante Helena Cain - Battlestar Galactica.
Vale... vamos a ver. Nadie ha dicho que vaya a hablar de buenas personas, ¿ok? Solo he hablado de ovarios, valentía y presencia, y la Almirante de la nave Pegasus tenía para dar y para repartir. Estamos de acuerdo en que no era la mejor persona del mundo, y que sus decisiones eran... controvertidas... xD, pero ¿quién puede negar que a Helena Cain le faltara rudeza, capacidad de decisión, o presencia? Cuando tuvo que pensar en los suyos, lo hizo. Cuando alguien se le opuso, hizo lo necesario para imponer su coño moreno. Cuando la traicionaron, se vengó. Cuando encontró recursos que los suyos necesitaban... los tomó. Todo un carácter, y una presencia imponente. Poca gente tendría el poder, o las agallas, de decirle a William Adama que siga la cadena de mando.


4) Toph Beifong - Saga Avatar.
Cuando aparece por primera vez parece una niñita chillona y repelente. Craso error. A medida que la trama de Avatar, the last Airbender se va desarrollando, se descubre más y más sobre este recio personaje que a todos acaba enamorando (en un sentido metafórico, claro). Toph es una chica ciega que se niega desde el primer momento a aceptar esto como una debilidad. Aunque esté regado con un mucho de fantasía, la niña se hartó de la sobreprotección de sus ricos padres, y se fue a aprender sobre cómo adaptarse al mundo con una manada de "topo-tejones" (no sé muy bien cómo traducirlo). A base de fuerza y ostias, acabó siendo la más poderosa de las maestras de la tierra de su tiempo, y no en vano, fue la creadora del arte de la maestría del metal. Toph era dura y antisocial, pero gastaba un ácido y negro sentido del humor con el que siempre se cagaba en su propia ceguera, pero aunque no era muy dada a compartir sus sentimientos, resultaba obvio que sus inclinaciones estaban siempre hacia los suyos, y hacia el bien común. Además, como el buen vino, con el paso de los años no hizo sino mejorar, y volverse más y más badass, como tienen que ser las cosas.


3) Freya Crescent y Beatrix - Final Fantasy 9.
Llego al podio con un dúo de personajes, y lo hago escribiendo desde el corazón. Freya es mi personaje favorito de FF9, y de buena gana la pondría aquí sola, pero el mejor momento del videojuego, para mí, está compartido con la General Beatrix. Irónicamente... son personajes que se odian durante medio juego (o mejor dicho, Freya odia a Beatrix, pues Beatrix ni siquiera sabe quién es Freya hasta más adelante), mientras que son muy parecidos. Las dos consagraron su vida hacia una meta difícil. Las dos son honorables hasta la médula. Las dos se llevan más palos de los que debería aguantar una persona. Las dos protagonizan las escenas más épicas de uno de los mejores videojuegos de la historia (vale, esto lo he puesto un poco de gratis). Beatrix lideró el genocidio de la raza de Freya por orden de su reina, granjeándose el odio de la burmeciana con creces. Pero... cuando Beatrix descubre lo equivocada que estaba al servir a la Reina Brahne, no le toma ni medio minuto reconducir sus lealtades hacia quien realmente le importa. Cuando Freya se da cuenta de ello, no le toma ni medio minuto apartar su odio a un lado, y lugar espalda con espalda con su enemiga. Al final, las dos son lo mismo: caballeros al servicio de una causa, conducidas por el honor.


2) Polly Gray - Peaky Blinders.
De buena gana la pondría la primera... pero ese puesto está bien reservado. ¿Qué decir de la buena tía Pol? Quien se haya ido fijando habrá visto que hasta ahora solo ha habido mujeres de contextos fantásticos... Pol viene de una historia basada en una época real. No tiene superpoderes (aunque está un poco tocada de la azotea con ese rollo médium que se trae). No tiene una verdadera posición política de forma oficial (escribo esto antes de empezar la quinta temporada). Tiene dinero y poder, sí, pero los dos son ganados con su fuerza y su carácter, pues aunque su buen sobrinete vela por el bienestar de su familia, nadie le regala nada a una mujer gitana en un entorno de miseria, crimen e inestabilidad política. La tía Pol se gana su puesto entre los Peaky Blinders a base de fuerza y carisma (igual que Tommy), y aunque es obvio que estar cubierto por los suyos debe ser una buena cosa, nadie le tose, ni de fuera, ni de dentro. A veces parece que a Tommy le jode, pero lo cierto es que es la segunda de a bordo dentro de una organización de gente peligrosa, además de ser una mujer de armas tomar que no titubea a la hora de poner en riesgo hasta su propio honor por el bien de su familia. Plata para ella.


1) Ororo Iqadi Munroe - X-men.
Los top 1 siempre son complicados, porque lo suyo es que sean especialmente personales. Es curioso, hace muchos años que no leo ni un solo cómic, y sin embargo, después de mucho pensarlo (literalmente, 3 meses haciéndolo), al pensar en una mujer del mundo de la ficción que pudiera ocupar este lugar, solo se me ocurría el nombre de Ororo Munroe, alias Tormenta. ¿Por qué está ella aquí? Porque tiene todas las cosas que he ido describiendo en la publicación (con la excepción del tema de los superpoderes y la realidad, claro). Tormenta tiene un CV que bien quisiera tener el CEO de una empresa multimillonaria: en las primeras viñetas en las que apareció era, literalmente, vista como una diosa; pasó a convertirse en uno de los miembros más poderosos del universo de Marvel (a pesar de que, hasta donde yo leí, no se le sacó tanto partido como podrían); durante bastante tiempo lideró a uno de los grupos más importantes de la franquicia; ha mantenido romances con personajes de los más importantes en cuanto a relevancia del momento, contándose a Lobezno, a Forja, y a Pantera Negra; sí, Pantera Negra... porque, en efecto, también ha sido reina, y no de Burkina Faso precisamente, sino de Wakanda, el país más avanzado de la Tierra 616. Por desgracia, y por el mismo motivo que he dicho hace unas cuantas líneas, no puedo explayarme demasiado al hablar de ella si no es hablando de memorias distantes, pero lo cierto es que Ororo siempre ha tenido un peso enorme en el universo Marvel. Es valiente, pero también educada, amorosa y protectora de los suyos. Es fuerte (como todas las de aquí), pero también vulnerable y humana, si bien es famosa aquella viñeta en la que se prometió a sí misma que nunca volvería a llorar (no sé si lo logró después de tantas décadas de cómics). No voy a negar que parte de su potencia como personaje deriva de forma injusta del atractivo que le añaden los dibujantes, pero bueno, cada cosa hay que verla en su contexto, y Tormenta fue diseñada hace muchos años, en una época en la que una mujer fea o incluso "normal" no se habría comido nada en las hojas de un cómic. Siempre llena la viñeta con su magnificencia, con su aura de divinidad, su belleza y sus atuendos llamativos (que no siempre han estado igual de sexualizados). Y sin embargo, ¿qué la hace especial para mí? Que le falta esa vena de insensatez y de dominancia hostil que tienen la mayoría de los personajes valientes. Hasta donde yo recuerdo, siempre fue una mujer de carácter templado, con todas las virtudes de las que se ha hablado en este hilo, pero con pocos de sus defectos. Una diosa, en el cuerpo de una mortal. (No pongo vídeo porque por una vez me refiero al personaje de cómic. La de la serie era algo más tontaina, y la de las pelis... jajajaja...).


X1) Brienne de Tarth - Canción de Hielo y Fuego.
Con tanto Juego de Tronos, era una opción muy obvia en los tiempos que corren. Brienne es muy vulnerable, pero fuerte, muy humana, pero honorable como ninguna. El motivo para no ponerla aquí fuera es, por desgracia, muy obvio: aunque estuvo muy bien adaptada a la serie durante muchas temporadas, los cabronazos que destruyeron la serie se las apañaron para también cargarse al personaje en un par de minutos. Y dado que tengo la regla de no usar personajes de libro... pues bueno, aquí estoy hablando de la del libro.


X2) Cornelia li Britannia y Kallen Stadtfeld - Code Geass.
Otras dos opciones que me planteé muy seriamente... pero como me estaba peleando mucho entre coger a una de las dos y no podía, pues al final opté por elegir a otra y dejarlas fuera xD, además de que ya había muchas series de dibujos. Ya que son extras y no personajes del top, no me voy a explayar: la una, por pura posición, y la otra, por motivaciones personales, pero ambas son mujeres de fuerza y coraje que toman el toro por los cuernos, mucho más memorables que la tonta de C.C., que se lleva todo el protagonismo.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Algo un poco random.

Me apetecía actualizar el blog con alguna cosa cortita, pero no se me ocurría nada. Me ha dado por organizar un poco el ordenador y me he encontrado una carpeta con capturas de pantalla que me han hecho mucha gracia y me han traído recuerdos, así que me he dicho "oye, ¿y por qué no?". Voy simplemente a dejar caer esas capturas de pantalla con pequeñas explicaciones sobre ellas, espero que os gusten al menos la mitad de lo que a mí.

1) Un poquito de Jojo.

Cuando llegué a cierto capítulo de la tercera temporada, Joseph Joestar soltó un "Oh, no!" muy cómico. En un par de capítulos lo repitió, y me partí el ojete. En otro par de capítulos vi que era un meme puesto ahí a propósito, y poco a poco fui viendo que la mitad de sus interjecciones estaban pensadas para eso mismo, convertirse en memes. Tal fue la risa que me dio, que no pude evitar coger capturas.





2) Zenyatta siendo un capullo.

Me salió este graffiti en el Overwatch, y me partí de risa por lo obvio. Por aquel entonces estaba de moda ese meme estúpido de hacer el mismo gesto con la mano, y lo acabé subiendo al Facebook para etiquetar a una amiga que pasaba por una etapa de obsesión con dicho meme.


3) A Ghost of a Tale.

Este videojuego me encantó de una manera sobrehumana. Me harté de hacer capturas, pero como no quiero hacer un spam insano, os pongo aquí las que más gracia me han hecho, incluyendo unas ilustraciones chulísimas de los créditos del final.










4) Unas runs muy provechosas.

El Darkest Dungeon a veces te saca de tus casillas... y otras veces, te lo compensa con creces. Estas son capturas de un par de mazmorras en las que la suerte me sonrió (sí, lo puse en francés para practicar un poco el idioma).



5) Un viejo sueño.

Para los que no lo sepan, me encantó la saga Mass Effect. Es decir, me bebí el 1, y cuando empecé el 2, quedé embelesado. Pero... bueno, se me corrompió la partida después de unas 30 horas de juego, y por aquel entonces lo jugaba en XBOX360. ¿Qué implicó esto? Que me negué a volver a jugarlo hasta que tuviese un ordenador potente en el que pudiera hacer cosas como importar partidas o arreglar bugs con la consola de navegación. Y... pasaron unos 7 años y medio desde que dejé el juego aparcado y lo volví a arrancar. No voy a decir que se me saltaron las lágrimas pero, joder, qué bien me sentó.



6) Agitanio, el terror de Azeroth.

Esta puede ser difícil de ver si no conoces en cierta profundidad World of Warcraft, pero la imagen se explica sola. Compré una vara de cobre, 70 cobres (gratis, vaya). La puse en casa de subastas por 70 de oro. Tras la comisión de la casa de subastas, 67 oros de free. Lo convertí en costumbre desde ese momento.


Y aquí lo voy a dejar por ahora, quizás en algún momento del futuro vuelva a hacer alguna publicación semejante, aunque será dentro de mucho... no soy mucho de coger capturas a menos que algo realmente me mole.

sábado, 21 de septiembre de 2019

¿Qué es sentirse hombre/mujer?



En una de estas, estaba yo haciendo alta investigación científica, y llegué a un dato que captó mi atención: Lorelei Lee (la actriz porno, no el papel de Marilyn Monroe) se identifica como queer. Total, que me da por investigar un poco más, y descubro que queer y no binario son dos cosas diferentes (aunque incluso después de seguir leyendo, seguí sin comprender dicha diferencia). El caso... es que ambas acepciones se caracterizan por algo similar, el no identificarse con los géneros de hombre o mujer tradicionales. Si hubiese leído el "no ser" hombre o mujer, aunque me habría parecido muy absurdo, lo habría entendido. Pero cuando se trata de la identidad de género... pues oye, que me viene inmediatamente la siguiente pregunta: ¿qué puñetas significa sentirse hombre, o sentirse mujer? Pues bueno, de sentimientos está hecho el mundo, pero voy a intentar darle distintos enfoques (aclaro de antemano: todo lo que vendrá a continuación está pensado para mayorías, ya sabemos que hay muchas excepciones para todo).

De una parte, podría decir que se trata de una concepción sociocultural. ¿Qué podríamos decir que es, culturalmente hablando, una mujer? En base a la tradición (y hasta hace pocos años), la mujer se ha encargado de las labores de la casa, de cuidar de los niños y de administrar el dinero (aunque esto último es más variable según el país). También, y puede que me gane alguna colleja sicológica por decir esto, pero no deja de ser verdad, tradicionalmente se ha identificado a la mujer con los sentimientos de ternura y sumisión, así como el carácter volátil (acordémonos de la "histeria femenina", oscuro episodio de la medicina no tan antigua). Que sí, que hay muchísimas mujeres con la cabeza muy bien puesta y con la capacidad de tener al marido tieso como una vela (y no me refiero al pene aquí), pero repito que hablo de mayorías y concepciones sociales. Después tendríamos el caso del hombre, que más o menos es una especie de polo opuesto. Tradicionalmente, el hombre es el que se encarga de trabajar, de conseguir el sustento de la familia y de enfrentarse a la sociedad para arrancar un pedacito para los suyos. También se lo relaciona con mayor fiereza y dominancia, así como con el carácter más estable y la visión a largo plazo (es decir, el ser capaz de mantenerse templado y no ceder a un capricho para conseguir un beneficio mayor más adelante).

Pero... claro, todo eso queda muy bonito en el papel, pero sabemos que la mente humana es mucho más compleja que eso. Se relaciona al hombre con la visión a largo plazo, sí, pero... ¿qué hay más a corto plazo que ceder a la tentación de serle infiel a tu pareja? Sí, vamos con un poquito de morbo, que al fin y al cabo estamos hablando de género y sexo. Todos conocemos la famosa anécdota de la tentación del butanero y el fontanero, pero siendo realistas, creo que puedo afirmar que es más típico de hombres el tema de ser infiel. Y es natural, vaya, está en la fisiología del sexo masculino el estar comparativamente más caliente, si bien también las mujeres tienen sus deseos. No en vano, aunque la idiosincrasia de cada individuo está formada por genética y ambiente, todo hombre y toda mujer comparten 45 partes de 46 en su genoma, ¡en algo tendrán que parecerse! Es simplista, lo sé, pero se trata de sacar algunas conclusiones de un tema muy complejo y difícil de desentrañar.

Podría darle muchos enfoques y vueltas de rosca diferentes al asunto, pero siempre llegaría a la misma conclusión: depende del individuo, así como de la sociedad en la que se haya criado. ¿Te sientes mujer por tener una vulva? ¿Qué me dices de las mujeres transexuales, que llegan a arriesgar su vida (las que se operan) y a someterse a tratamientos hormonales bastante duros tan solo para modificar su cuerpo y convertirlo en algo acorde a su mente? ¿Te sientes hombre por ser quien penetra en la cama? Solo diré una palabra: arnés. Si algo nos están enseñando los tiempos más recientes es que cada persona es un mundo y que cada vez se están desmitificando más todas esas antiguallas de "las niñas tienen Barbies y los niños Action Man". El caso, y a modo resumen, es que en mi opinión todas estas cosas de sentimientos e identidades no dejan de ser eso mismo, sentimientos; poderosos, más importantes para unos que para otros, pero al final del día, sentimientos, como el que cuelga una bandera estelada de su balcón o el que es hincha de un equipo de fútbol. No dejan de ser cosas intangibles que, si bien tienen su importancia en el ámbito de la individualidad personal, unas cuantas sesiones de reflexión pueden llegar a mostrar cuán irrelevantes y vacíos son. No dejan de ser etiquetas.

Antes de cerrar... Por si acaso alguien me dice que cómo puedo atreverme a decir que la identidad de género es algo irrelevante y vacío, presento mi defensa: no hace mucho que vi la peli de La Chica Danesa (buena, por cierto, aunque un tanto aburrida), en la cual presentaban un caso bastante extremo (peliculero, vaya) en el que la propia identidad de género del protagonista lo hacía sentirse tan mal como para estar al borde de la muerte. Vale, soy capaz de entender que, como dije antes, en el ámbito de la individualidad, el sentirse hombre o mujer puede llegar a ser extremadamente importante  para las personas que no son capaces de ver por encima de las etiquetas. No obstante, yo os hago una contrapropuesta: ¿sabéis de esos hinchas del Boca que MATAN GENTE por su equipo? ¿Sabéis de esa gente que crea GUERRAS CIVILES por seguir un ideal político que ha creado alguien que ni siquiera conocen? ¿Sabéis de esa gente que arma movimientos tremendos que ponen en jaque a medio mundo por seguir a una figura que ni siquiera se sabe a ciencia cierta si existe (hablo del terrorismo)? Pues eso, no dejan de ser sentimientos y etiquetas. ¿Os parece que es más importante la identidad de género que el sentirse del Farça o del Mandril? Adelante, convencedme de ello, estoy totalmente abierto a saber más del tema. Mientras tanto, seguiré pensando que más tarde que temprano, la gente acabará por dejar de decir memeces y por pensar como en la época de las cavernas con respecto a este tema, pues era mucho más sencillo: soy un individuo, y me pone este otro individuo. ¿Es hombre o mujer? Me da igual, me pone. ¿Etiquetas? ¿Ké eh ezo, vieho? xdxd

miércoles, 11 de septiembre de 2019

La mente de un cani, cani-cani-cani


Uno de mis secretos más desconocidos, no tanto por "peligroso" o "vergonzoso", como por "fuera de lugar" (vamos, que no suele darse la situación de contarlo), es que hay muchos momentos del día a día en los que imagino conversaciones o situaciones totalmente ficticias. Hoy, por ejemplo, tal como iba volviendo para casa, me he cruzado a una pareja de canis, de esos que son más raros de encontrar en Segovia que en Sevilla (gracias a Dios). Ya sabéis... jóvenes, chándal, escuchando música a todo trapo, cantando reguetón der weno, dando gritos, y haciendo alarde de un soberbio nivel cultural. El caso es que me he imaginado a mí mismo acercándome a ellos y preguntándoles algo en plan "¿por qué os gusta comportaros así?". En mi cabeza, los ficticios canis me respondían toda clase de cosas tóxicas e idiotas, desde un "¿y a ti qué te importa?", hasta un "¿así cómo?". Siguiendo con el escenario ficticio, me he seguido imaginando más y más respuestas, algunas incluso racionales y educadas, entre las que ha acabado destacando (para mí, claro) la más lógica: "porque nos gusta". A un "porque nos gusta", inmediatamente habría contraatacado yo con un "¿y por qué os gusta?"; más allá del "para gustos, los colores", solo se me ocurriría una respuesta final para esa pregunta: "porque está chulo", "porque mola".

A continuación me voy a permitir el pecar un poco de simplista, pero bueno, es para ayudarme a transmitir la idea que tengo en mente. Supongamos por un momento que todo aquello relacionado con la "subcultura cani" es negativo e indeseable: mala educación, gusto por productos simples, comerciales y no virtuosos, simpleza en general, machismo, y un pequeño etcétera de basura mental. Volviendo al final del párrafo anterior, ¿por qué podría molarle a alguien el pertenecer a un grupo así, y el comportarse así? Estoy perfectamente dispuesto a creerme que algunos de ellos simplemente lo hagan porque les gusta el componente cosmético. Es decir, no a todos nos gustan las camisetas de grupos de rock o los trajes, no todos disfrutamos de melodías musicales elaboradas y complejas, y no todos tenemos inquietudes sociopolíticas o grandes sueños. ¿Que te gusta llevar un chándal a todas horas y parecer un zarrapastroso? Bueno, me parece genial. Pero... ¿y el componente social? ¿Por qué elegiría alguien el comportarse como un indeseable que desafía a la autoridad por sistema y sin motivo, que la lía siempre que puede, que abusa de los débiles de su entorno social, y que a veces hasta roba o hace cosas peores sabiendo que eso solo le reporta un placer infantil y cruel a cambio de un elevado grado de marginación social, a veces incluso en el largo plazo? Bueno, pues aquí habría muchos matices de los que hablar, pero yo me voy a centrar en dos posibilidades: o lo haces porque eres el jefe, o porque eres un borrego.

Así pues, empecemos por lo gordo: el jefe cani. En todo círculo social hay jefes, ojo, pero quería resaltar este porque me resultaba gracioso y en consonancia con lo que he experimentado hoy. Debe haber de todo... pero aunque no soy un experto en sicología, suele decirse que el cabecilla de una pandilla de macarras es un chaval que no ha tenido una infancia fácil. A veces será alguien que ha nacido con alguna clase de sicopatía, pero en la mayoría de los casos será alguien que ha DESARROLLADO algo parecido, que es lo que se llama sociopatía. Igual su padre le pegaba, a lo mejor su madre le tiraba la botella de whisky a la cabeza al verlo pasar por la puerta ("¡¡por tu culpa nunca fui actriz, niñato!!"), quizás era malo en los estudios y en vez de encontrar apoyo y comprensión resulta que se topaba con una correa y una hebilla... en definitiva, creo que todos sabréis ya por dónde voy. Por supuesto que no estoy diciendo que un jefe cani deba sí o sí ser un niño traumatizado, debe haber otros muchos casos que vayan por el sentido opuesto, como el de ser un consentido toda su vida (y muchos casos intermedios y más complejos). El caso... es que al final se llega a un proyecto de persona caracterizado por una cosa muy concreta: como en casi todo mal de la sociedad humana, nos encontramos con alguien que ha desarrollado su dominancia latente de una manera incorrecta y descontrolada. El traumatizado lo habrá hecho por frustración y problemas de ira, mientras que el consentido lo habrá hecho por no haberse encontrado con algo que se lo impida (como pasa con el típico perro que se sube a las barbas del dueño).

Y llegamos al otro tipo, el borrego. Este... es mucho más penoso, ya que en la mayoría de los casos se tratará de una persona que, si le hablas en solitario, te encontrarás con que es un chaval legal y buena gente, pero en cuanto se deja consumir por la mentalidad colectiva del grupo, se convierte en un idiota más. Una auténtica lástima... ¿qué hace que un proyecto de buena persona termine así? El tiempo, la fuerza de la costumbre, una zona de confort tóxica. Imaginad a un niño normal de 3 o 4 años. Un día se le acerca otro niño de los del grupo de los jefes canis, pero con un desarrollo mucho más temprano e inofensivo (recordemos que cuando yo era un niño, ni había reguetón, y que los niños de 3-4 años no queman contenedores). Se hacen amigos, y quizás al principio eran "algo traviesos", pero no eran bestias... pero claro, los años, las hormonas, el paso del tiempo en definitiva, hará que todos y cada uno de estos borregos (porque son muchos, jefe no habrá más de uno o dos por pandilla) vayan mamando lo que su jefe le sugiere u ordena, y cada vez se volverán más y más conflictivos. Algunos de ellos se darán cuenta a tiempo y reconducirán su vida (muchos, de hecho), pero otros se dejarán arrastrar por su jefe como una auténtica putita, ya que a cierta edad, lo que suele pasar es que el jefe persiste en su conducta abusiva e infantil y se va quedando solo, momento en que empieza a actuar como un maltratador sicológico con sus propios amigos, para tratar de retenerlos. Toda una pedazo de lástima...

En fin, una publicación un tanto sui generis, pero este blog no va siempre de cosas concretas, a veces me gusta divagar. Mi yo racional de hoy día me hace ver a estos individuos con una mezcla de pena y repugnancia. Pena, porque la mayoría de ellos son víctimas de una infancia desafortunada; repugnancia, porque también tengo derecho a tener una propia opinión, irracional y sesgada, y me ha tocado aguantar muchísima mierda de esta clase de hijos de puta. Son víctimas, sí... pero solo hasta cierta edad.

domingo, 8 de septiembre de 2019

¿Cómo pipetear bien?



Hoy vengo con una de esas publicaciones que me gusta llamar "granitos de arena", o sea, una pequeña cosita que considero muy básica y que me habría gustado que alguien me enseñara en algún momento de un pasado tirando a lejano. A diferencia de otros "granitos de arena", este irá enfocado a una cosa muy concreta y que no servirá de mucho a todo aquel que no tenga que pipetear en su día a día o, lo que es lo mismo, trasvasar una sustancia de un lugar a otro empleando una pipeta. No voy a montar aquí un pedazo de tutorial impresionante, seguro que Internet está que se cae abajo de ellos, pero sí que pondré algunos comentarios sobre aquellas cosas que considero primordiales y que, sin embargo, no siempre te enseñan cuando toca. Y antes de empezar..., ¿por qué está publicación? Sencillo: en el primer mes que estuve en Noruega, nada me salía a derechas en el laboratorio. Al principio era por puro torpe, pero al cabo de unas semanas más, resulta que me enteré de que pipetear tiene su ciencia, que no es tan sencillo como "coger aquí" y "soltar allá". En efecto, tras una carrera y dos másters, resulta que NADIE me enseñó estos detalles, lo que me da a pensar que debe haber muchos investigadores/profesores de Universidad que ni siquiera los conocen. Sin más dilación, y en número de tres, desarrollaré los susodichos detalles que he aprendido en mi tiempo allí:

1) Todo el que haya usado una micropipeta de laboratorio sabe que, en general, suelen tener dos topes: uno para coger, y otro para soltar. Esto queda muy bonito y sencillo, ¿no? Con el primer tope tomas la cantidad marcada por la ruleta, y con el primero+segundo te aseguras de soltar toda la cantidad. ¡¡MEEEEC!! ¡¡EEEERROR!! En condiciones normales esto puede ser cierto, pero cuando estás jugando con cantidades pequeñísimas y/o haciendo pruebas de carácter cuantitativo (es decir, y por poner un ejemplo, que no buscas que se ponga rojo o azul, sino medir la intensidad de color), hasta el último microlitro cuenta, y no es ninguna broma. Me pasé el segundo mes de mi estancia súper frustrado, viendo cómo las curvas estándar no salían ni para atrás, y se debía justamente a esto. Ni la más cara de las micropipetas es perfecta, por lo que es raro que aspire absolutamente la misma cantidad siempre. En base a esto, hay que tener en cuenta que si sueltas todo el contenido de la pipeta te estarás asegurando de soltar una cantidad inexacta y relativamente descontrolada, ya que incluso el cambiar de punta de pipeta puede hacer que la succión sea diferente. ¿Solución? Tirar por "lo menos malo", que es succionar con el primer tope, y también soltar con el primer tope. Haciendo esto te aseguras de que el error intrínseco de la pipeta se extienda a toda la muestra más o menos por igual y, de esta manera, incluso si la lectura no es 100% fiable, el resultado final del ensayo será homogéneo y comparable. Ejemplo: quizás haya un +/-3% de exactitud en los niveles de absorbancia de los pocillos de un ELISA, pero el error será uniforme en todos ellos, más controlado que si soltases a ciegas todo el contenido de la pipeta. De esta manera, a la hora de la comparativa de resultados en el análisis estadístico posterior, incluso si los números no son reales o totalmente fiables, serán más adecuados para realizar esa comparativa.

2) Esta sirve para toda clase de pipeta. Es típico del "pipeteador novato" el meter la pipeta hasta el fondo de la muestra, para poder tomar la cantidad necesaria sin preocuparse de salirse del fluido en cuestión. ¡¡MEEEEC!! ¡¡EEEERROR!! Nuevamente, esto puede llegar a ser correcto en un ensayo cualitativo, pero cuando estás cuantificando, hasta el último detalle importa. ¿Te has parado a pensar en el fluido que se adhiere a las paredes de la punta de la pipeta? ¡Oh, sí, no estoy de coña, colega! ¡Hasta esto se puede cargar tu curva patrón! ¿Solución? Sencilla de explicar, no tan sencilla de hacer: pipetea siempre de la mismísima superficie de la muestra, y si la superficie va bajando porque el contenedor de la muestra se va agotando, tú debes bajar con ella. De esta manera te asegurarás de "pringar" lo menos posible las paredes de la punta de la pipeta. Igualmente, y para combinar este detallito con el punto anterior, puede ser adecuado estandarizar el procedimiento tocando la pared del receptáculo con la punta de la pipeta. Así asegurarás que, ya que no cae toda la cantidad de la punta al no llegar al segundo tope, estandarizas más la cantidad que cae. Todos los que hemos pipeteado "a primer tope" sabemos que es habitual que se quede una gotita en la punta, y esa gotita no es siempre igual de grande, pero sí que es casi igual de grande el volumen que has desalojado al llegar al primer tope.

3) Esta puede parecer una perogrullada, pero cuando estás en el fragor y el hastío del pipeteo y llevas ya como dos o tres horas repitiendo los mismos movimientos, es fácil entrar en una conducta automatizada y dejar de prestar atención. La experiencia te irá enseñando cuánto es 10 microlitros, cuánto es 2, cuánto es 50, y cuánto es 300 según las pipetas y las puntas de pipeta que utilices. Precisamente por esto, y dado que las micropipetas no son perfectas, no está de más posar la mirada en la cantidad que has aspirado antes de soltarla. Estas herramientas tienden a ser muy precisas en el largo plazo, pero cuando llevas 100 o 1000 pipeteos seguidos es fácil cometer algún pequeño error en el manejo, como aspirar una pequeña burbuja de aire, aspirar demasiado rápido y hacer vacío, o cualquier otra cosa del estilo. ¿Has aspirado 300, pero te da la impresión de que hay menos, o más? Suelta, y vuelve a coger; mejor perder unos segundos/minutos que joder el experimento. Especial atención merecen para este punto las pipetas multicanal, no está de más mirar cuánto has pipeteado en todas las puntas, y ver si están parejas.

jueves, 5 de septiembre de 2019

Lecciones para todas las edades.

[Este se saldrá un poco de la temática. Es un relato un tanto largo que escribí para un concurso (me comí una mierda), pero disfruté mucho escribiéndolo. Si alguien tiene la paciencia y el gusto de leérselo, felicidades, has ganado un fedepunto. Disfrutadlo. P.D. Lo escribí hace ya unos años y no he revisado el texto (ni voy a hacerlo), así que me disculpo si tiene un exceso de comas o algo así.]



Corría una primavera cualquiera de los años sesenta, en un pueblo costero de la España de la época situado en algún punto entre Carboneras y Alicante. Raúl era un muchacho alto y con muy buena percha, de espaldas anchas, pelo negro, y piel bien tostada por el sol de su adorada playa. Sus padres le habían enseñado lo que eran el respeto y el bien estar y, si bien gastaba algo de carácter, tendía a saber cómo y cuándo manejarlo, ya fuese cerrando la boca, apretando los puños, o haciendo lo propio con los dientes. Pero no siempre había sido así… No era la primera vez que veía la comisaría por dentro, precisamente por aquellos prontos suyos que, en el pasado, no sabía controlar. En otra época fue un auténtico janglonazo y, sirviéndose de no muy buenas compañías, se había visto invirtiendo noches en la mitad de los calabozos de allí. ¿La parte buena? Muy obvia: la experiencia no era placentera, y lo ayudó a comprender que, quizás, golpear a un guardia que le había llamado la atención no era la mejor de las decisiones. ¿La mala? Que, en el fondo, aquello no era tan eficaz como cabía esperar, pues su padre era amigo del comisario, y Raúl tardó bastantes años en asimilar que esa relación no le daba derecho a saltarse las normas.
En cualquier caso, pocos remedios hay para la insensatez de la adolescencia, como la medicina que es el tiempo. En sus diecimuchos, aquel muchacho, a base de paciencia y muchos cabezazos contra la pared, había conseguido encauzar su conflictiva conducta. Claro estaba, era demasiado tarde para recuperar un expediente académico como el suyo, pues nunca le había gustado estudiar, ni le había dado a los libros la importancia que merecían. ¿Qué le podía quedar a alguien como él? O la obra, o tirar de cuñados, tíos, o como en su afortunado caso, amigos de la familia. El padre de Raúl se enteró de que tenían hueco para él en la comisaría, ¡qué ironías podía deparar la vida! Don Miguel, el comisario, no era ajeno al cambio que había experimentado el chiquillo
poco a poco, y aceptó de buen grado el darle una oportunidad. Nadie tenía muy claro si iba a ser un bedel, un becario, un ordenanza o, sencillamente, un “mozo”, pero lo que sí sabían es que se iba a pasar unos cuantos meses pateando pasillos como un pipiolo y haciendo recados bajo un techo fresco, que ya era más de lo que podían presumir muchos a su edad.
Y allí estaba él, en su primer día, con un uniforme marrón que le quedaba bastante estrecho, sudores inundándole la frente que denotaban, tanto el chicharrete que hacía, como su propio nerviosismo, y una gran caja bajo el brazo cuyo olor insinuaba la naturaleza de su contenido. A juzgar por el peso, la forma, y sus cantares, juraría que su contenido era un buen puñado de marisco, pero era imposible hacer algo más que suponerlo hasta que la abriera. Estaba dirigida al mismísimo comisario, y su trabajo era entregarla entera, lo antes posible. Al llegar a la puerta de Don Miguel, su asistente intentó cortarle el paso pero con una presentación, un par de gestos, y tres pares de palabras, comprendió sus inofensivas intenciones. Raúl tragó saliva, y tocó con indecisión en la puerta. El inconfundible tono de aquel hombre se hizo notar a través de la madera, con un tosco «¡Pasa, pasa!», orden que Raúl acató al momento. Al entrar al despacho, el muchacho vio una, dos, y tres caras además de la de Don Miguel, lo que casi le hizo dejar caer la caja por puro nerviosismo.
–¡Hombre, Raúl, no sabía que estabas ya por aquí! –dijo el comisario tras sus galones, y sobre una canosa barba castaña que delataba sus más de cincuenta años de edad.
–He empezado hoy, Don Miguel. Le traigo un recado, una caja para usted –los otros seis ojos de la sala se sumaron a los del comisario, y se clavaron en el chaval.
–Ah, bien, déjala en esta silla. ¿Cómo te va en tu primer día? –Don Miguel estaba siendo cortés, pero algo sonaba raro en sus palabras. Era una cortesía artificial, apresurada, como la de alguien que quiere quedar bien tras un día de perros.
–Está siendo un día tranquilo, no tengo demasiada tarea –Raúl hizo caso de sus palabras, depositó la caja donde le habían dicho, y le dio al comisario una carta cerrada que iba con el encargo.
–A ver, a ver, trae –Don Miguel tomó un abrecartas con forma de espada ropera y abrió el sobre, tras lo que empezó a leer en voz alta–. «Estimado Don Miguel, en honor a la gran labor que realiza día tras día en nuestra localidad, deseo hacerle entrega de este modesto regalo. Espero que sea del todo de su agrado, y que lo disfrute con los suyos.»
Los ojos del comisario viajaron del papel a la caja, olfateó el aire, se levantó de su silla, y la abrió con un par de tirones y poca delicadeza. Raúl, sospechando lo que había en su interior, e intuyendo quién lo había enviado, sintió cómo un torrente de emoción le regaba el alma pero, en contra de lo que esperaba, el comisario dio un grito, y adoptó una mueca de la más exagerada de las repugnancias.
–¡Pero será hijo de…! –sus palabras frenaron antes de terminar el improperio–. ¡Una caja de gambas! ¡Va el muy impresentable y me envía una caja de gambas! –Don Miguel tomó la carta de nuevo, y le echó otro vistazo rápido–. ¡Claro, sin firmar! ¡Y con faltas de ortografía, pero qué mala leche tienen algunos! –en esta ocasión, sus ojos tomaron el rumbo contrario, y encontraron los de Raúl–. ¿De dónde viene esta caja, Raúl? –el muchacho tragó saliva una vez más.
–N-no lo sé, Don Miguel. ¿Qué ocurre, no le gustan las gambas? –ante la pregunta, uno de los otros tres hombres no pudo contener un resoplido nacido de la risa, pero lo extinguió ante la mirada de desaprobación de su jefe, que se puso rojo de furia.
–Zagalico, ¿has tomado clases para ser tan estúpido? –le dijo el comisario, y Raúl escondió un puño tras su espalda, que apretó con fuerza.
–¿Eres nuevo aquí? –preguntó otro de los hombres, y Raúl asintió–. Ven conmigo, anda, que tengo un par de recados para ti –el policía tomó la caja de marisco con un brazo, le puso una mano en el hombro a Raúl, y tiró de él hacia afuera.
–¡Sí, vete, anda, vete, que vaya torrija llevas encima! Y si vuelven a mandarme una porquería así, que cante tanto como esto, ¡míralo primero, tontaina, antes de hacerme perder el tiempo! –gritó el comisario, ya a varios metros de distancia.
Raúl se sintió asustado y enfurecido al mismo tiempo. Asustado, porque temía por su trabajo tras tamaño estreno, desde luego, pero enfurecido también, porque no merecía aquel insulto que le habían dedicado tan alegremente. Caminaron durante un buen trecho de pasillo en el que Raúl se imaginó haciendo más de una barbaridad sobre la barba de su superior, pero no tardaron en bajarlo de su rabiosa nube.
–Te lo voy a contar porque eres joven y nuevo –comenzó aquel policía que le había salvado el pellejo–. El comisario es alérgico al marisco. Cuando era más joven le encantaba como al que más, pero cuando tuvo el primer ataque y el médico le sacó la alergia, surgieron muchas burlas y tonterías a su costa, por lo que acabó odiándolo. Al principio, ignoraba la mayoría de ellas o se las tomaba con humor, pero se hartó y, de un tiempo a esta parte, se pone hecho un basilisco cada vez que se lo recuerdan –el muchacho asintió en silencio, aquello tenía sentido.
–Pero eso no le da derecho a insultarme, ¿no cree usted? –el policía se rio a pleno pulmón.
–Derecho supongo que no. Pero esto no es tu casa, chaval, mientras él esté por encima de ti en la cadena de mando, te va a tocar tragar sapos y culebras –Raúl no había nacido el día anterior, ya sabía esas cosas. Pero claro, una cosa era escucharlo de boca de sus padres, y otra, saborear aquella basura con su propio paladar.
–Vaya un imbécil –declaró sin pensar, y una potente colleja impactó en su nuca.
–¡No digas sandeces! Don Miguel es un muy buen hombre, lo que pasa es que es difícil verlo de primeras. Está claro que no es la clase de persona que te gustaría invitar a unas vacaciones a la montaña, pero sí es alguien que desearías tener cubriéndote en una trinchera –Raúl se rascó el lugar que sirvió para bajarle los humos–. ¿Sabes que tu padre y él son amigos desde la infancia?
–Sí, lo sé… –añadió, secándose el sudor de la frente.
–Ya, bueno…, pero hay más: ¿sabes que Don Miguel le salvó la vida a tu padre hace muchos años? No conozco la historia... Igual fue en la mili, en la guerra, o lo empujó del camino de un camión, pero pasar, pasó. De no ser por Don Miguel, ¡igual tú no estarías aquí!
Aquello pilló a Raúl por sorpresa, lo que hizo al mismo tiempo que le diera rabia, y que se sintiera mal por el apelativo que había dedicado a la espalda de su jefe. Pero bueno, en cierto modo, estaban en paz así. La conversación continuó sin un claro rumbo, hasta que aquel señor, que se acabó identificando como Paco, le dejó una pila de papeles que tenía que rellenar con datos rutinarios, y entregar aquí y allá, lo que le mantuvo entretenido durante unas cuantas horas. Al final, con una extraña sensación
que le recordaba a cuando se obligaba a atender a todas las horas del instituto, mitad cansancio, mitad satisfacción, levantó la cabeza de los papeles, y se estiró en su silla. Ya casi era la hora de salir… Igual, si no hacía mucho ruido, podía darse una cabezadita. Pero no iba a tener suerte pues, cuando empezaba a relajarse, el asistente del comisario apareció delante de su mesa.
–Raúl, ¿verdad? –el muchacho asintió–. El comisario quiere comer contigo hoy –y el muchacho se volvió a lubricar el gaznate.
–¿S-sabe usted para qué? –el asistente se encogió de hombros.
–Pues no, ni la más remota idea. ¿Sabes dónde está el bar Los Mariscos? –nuevamente, el muchacho movió la cabeza de arriba abajo–. Pues allí te quiere ver Don Miguel, sobre las dos.
Sin mediar más palabras, el asistente se dio la vuelta y se marchó, dejando a Raúl con una nueva preocupación. ¿Los Mariscos, precisamente? Tenía que ser una broma. ¿Querría disculparse? No, qué va. Antes se lo imaginaba poniéndolo de patitas en la calle por aquella nimiedad, que disculpándose, y aquello no mejoró su estado de ánimo. ¿De verdad iban a quedar en un bar para echarlo? ¿Una última cortesía, por conocer a su padre? ¿O quizás tenía preparada alguna argucia que a un jovenzuelo como él no podía ocurrírsele? El muchacho miró de nuevo al reloj, quedaba una hora escasa para su cita, y poco más de media para acabar el turno. Sin más instrucciones ni obligaciones que recayeran sobre él, se dispuso a quemar aquel tiempo mirando por la ventana, y temiendo por su futuro.
Llevaba casi una hora dándole vueltas a la cabeza. Después de salir, se había planteado incluso ir hasta su casa corriendo para emperifollarse un poco pero, al final, decidió optar por la profesionalidad del uniforme. Las dos, las dos y diez, las dos y
veinte, y el comisario no aparecía en Los Mariscos, ¿acaso era verdad lo de la broma? Tenía toda la pinta, desde luego, máxime, teniendo en cuenta el nombre del lugar. ¿Quería devolvérsela? La idea se desvaneció de su cabeza cuando vio pasar a Don Miguel por el escaparate del bar, y un nuevo hilillo de saliva se coló por la garganta del mozo. El comisario entró, lo saludó con una media sonrisa, y se sentó en la mesa que él había ocupado previamente.
–Zagalico, ¿qué tal tu primer día? –le preguntó.
–Un poco aburrido, pero bien. No ha pasado nada importante –respondió, haciéndose el tonto. El comisario, sin embargo, negó enérgicamente con la cabeza.
–No, no, claro que ha pasado algo importante. Mira, Raúl, no se me dan bien estas cosas, pero me he portado como un imbécil esta mañana. Llevo… unos cuantos de días muy malos, y lo de la caja de gambas me encangrenó la sangre y me hizo pagarlo con lo más pequeño que me he encontrado, como haría un rufián. Lo siento –sus palabras sonaban sinceras, pero Don Miguel no perdió en ningún momento su aire de solemnidad.
–No se preocupe, Don Miguel. Me sentó un poco mal al principio, pero creo que de días malos y prontos sé un rato –el comisario siguió en sus trece, negando con la cabeza.
–No, no, estuvo mal, estuvo mal –insistió–. El que envió esa caja tuvo muchísima mala leche, pero tú no tienes que pagar mis platos rotos, ni los suyos.
La reunión continuó durante unos minutos menos tensos de lo que el chaval se imaginaba, en los que Don Miguel y Raúl hablaron sobre los pormenores de su primer día de trabajo, y pidieron la comida. Ambos coincidieron en ordenar sendos filetes de
atún de ijada con sendas y generosas guarniciones de patatas, evitando a sabiendas la especialidad de la casa, el mayor, por motivos médicos, y el menor, por decoro, y por no arriesgarse a convertir sus dientes también en un motivo médico. Así continuaron, hasta que una cosa llevó a la otra, y al muchacho le retornó a la mente el tema de la caja de gambas. Dejando a un lado la salida del tiesto de Don Miguel, Raúl tenía un segundo nudo en el estómago que aún no había deshecho. No tenía una prueba documental que confirmara quién había enviado aquel regalo, pero estaba seguro al noventa y nueve por ciento de saber quién fue, y de que no lo había hecho a malas. Pero claro, era un tema demasiado complicado, y el chaval sentía que aquel regomeyo iba a hacerlo estallar de un momento a otro.
–Y bien, Raúl –dijo el comisario, sacándolo de sus pensamientos–. Aquel amigo de tu padre… ¿Don Faustino se llamaba? ¿Cómo le va?
Como si estuviera preparado por algún siniestro guion, aquella pregunta solo hizo empeorar la, ya de por sí, precaria situación de sus entrañas. Don Faustino era un amigo íntimo de su familia, el cual había tenido el placer de conocer a Don Miguel por medio de su padre cuando, unas semanas atrás, denunció unos cuantos actos vandálicos y palizas en su barrio. El comisario movió cielo y tierra, y consiguió detener a los criminales con gran celeridad, por lo que Don Faustino se mostró muy agradecido. Raúl tomó aire, listo para soltarlo todo…, a su manera.
–Está mal, Don Miguel, muy mal. La verdad es que ha tenido una racha muy mala el pobre hombre –el comisario arqueó media ceja.
–Ya somos dos, entonces –Raúl quiso mantener la cortesía, y aplazó su plan.
–¿Y eso?
–Son malos días, Raúl, malos días. Tengo mucho trabajo, se me juntan el hambre y las ganas de comer, y mi señora está pasando por lo que tú esta mañana, solo que día sí, y día también –Don Miguel sacó un pañuelo de tela de uno de los bolsillos de la camisa de su uniforme, y se secó el sudor de la frente–. Pero bueno, esto es algo para contarle al cura, no para aburrir a un muchacho. ¿Qué le ha pasado a Don Faustino?
–Ha tenido una semana de lo peor, de las que nadie desearía a su peor enemigo. Ustedes se conocieron hace poco, ¿cierto? –el jefe de policía asintió.
–El día que me lo presentó tu padre –en efecto, de aquello no hacía más de una o dos semanas.
–Entonces, es normal que no lo sepa. Resulta que la semana pasada, su mujer se le fue para el otro barrio –Don Miguel abrió mucho los ojos.
–¡Cielo santo! ¿Y eso? ¿Qué le pasó? –el muchacho adoptó una mirada de duda.
–Ni idea, no me gusta enterarme de esas cosas. Sé que fue algo súbito, ¿un infarto, a lo mejor? Algo de eso, vaya usted a saber… –el comisario tomó un trozo de pan, y lo masticó con desgana.
–Pobre hombre, y tanto que ha debido tener una mala semana –Raúl se rascó la coronilla.
–Pero su desgracia no acaba ahí, Don Miguel… –estaba entrando en un terreno pantanoso, y lo sabía. ¿Debía continuar? Francamente, no tenía ni idea.
–¿…Y bien? ¡Vamos, nene, que me tienes en ascuas! ¿Es algo personal, o qué? –Raúl asintió, pero tenía que contárselo, era necesario.
–Es personal, sí, pero… –se aclaró la garganta, y sacó pecho–. Resulta que Don Faustino nunca ha tenido demasiada relación con su hija, porque nunca ha tenido demasiado tiempo para dedicarle a la pobre. Y claro, cuando su madre pasó a mejor vida, pensó en poner su mejor intención sobre la mesa, y pasar más tiempo con ella. Se tomó unos días libres para ayudarla en aquellas penurias, llevársela de compras, ir al cine y tal…, creo que hasta hicieron un pequeño viaje en el que se gastó la mitad de sus ahorros. Tanto empeño puso en aquello, que se la llevó al trabajo no hace mucho –el nudo de su estómago fue subiendo, hasta que se convirtió en unas garras que le aferraban el corazón.
–¿En qué trabaja Don Faustino, Raúl? –el muchacho se aclaró la garganta de nuevo.
–¿Se acuerda usted de la tormenta de hace dos días, y de las noticias? –Don Miguel alzó la mirada, haciendo memoria. A ojos vista, los engranajes hicieron click en su cabeza, y empezó a temblarle la mandíbula.
–N-no me digas que…
–Pues sí, Don Miguel, sí. De los tres pescadores que murieron en la tormenta, Don Faustino no era uno de ellos. Su hija, por el contrario… –el comisario alzó una mano, pidiéndole que parase.
–Basta, basta, me imagino el resto –por encima de su barba, el semblante se le quedó pálido.
–El pobre está ahora durmiendo en nuestra casa, imagínese… Dice que perdió el conocimiento y que, cuando despertó, había cambiado una hija por el cargamento de gambas más grande de toda su vida. Hay hasta quienes dicen que hizo un pacto con el
demonio, pobre hombre –los ojos del comisario se humedecieron, pero lo disimuló parpadeando repetidas veces.
–Maldición, Raúl… ¿La caja de esta mañana era suya? –eso le gustaría saber, aquella era la pregunta del millón.
–No lo sé con certeza, Don Miguel, pero apostaría a que sí.
Con el cuerpo desecho y las piernas temblándole, el comisario se levantó de la mesa. Sacó su cartera, y depositó dos billetes marrones de cien pesetas, suficientes para pagar de sobra la cuenta entera. Sin ni siquiera despedirse, Don Miguel abandonó la escena, jadeando. No iba a mentir, Raúl se sentía francamente mal, pero tenía que sacarse aquel peso de encima, y vaya si lo había hecho. Pero no era solo por él. De no ser así, si no le hubiera contado a su jefe aquello, ¡a saber qué clase de habladurías se extenderían por el pueblo! ¿Cuánto tardaría Don Faustino en escuchar por las calles que un indeseable le había enviado marisco a un alérgico? ¡Y al comisario, nada menos! Si hubiera sido él de verdad, como Raúl sospechaba, sería como volcar un salero sobre su herido ego. No, definitivamente, era algo que tenía que evitar. Además, Don Miguel era el comisario, no iba a romperse por algo así, seguro que tendría entereza para tragar aquello.
Raúl pasó su descanso sin mortificarse demasiado, mucho más aliviado y, como un chaval tras su turno de trabajo, lo invirtió en una bien merecida siesta. En su turno de tarde, sin embargo, no pasaría mucho hasta que algo perturbó su pasajera paz interior. La mitad de la comisaría olía a gambas, pero lo más llamativo de todo era la conmoción generalizada que se había extendido por el personal. Todavía no conocía a casi nadie, por lo que buscó con la mirada a Paco, su benefactor de la mañana, y se dirigió hacia él.
–Perdone, ¿qué ocurre?
–¿No te has enterado? Al comisario le ha picado un bicho raro o lo que sea. Me pidió la caja de gambas, y se puso a repartirlas por la comisaría cual Rey Mago. ¡Pero ahí no acaba la cosa! Después, cuando estaban ya todos comiendo, llamó la atención a todo el mundo, cogió una gamba, la peló, y se la metió en la boca mientras gritaba que “es de bien nacidos ser agradecidos” –Raúl se llevó las manos a la cabeza–. No te preocupes, está bien. Se empezó a hinchar como un globo, claro, pero lo consiguieron arreglar a tiempo en el hospital, saldrá de esta.
El muchacho asintió con cara de situación, y se dirigió a su mesa con la cabeza agachada, sin saber si sentirse culpable, o si reírse de aquel absurdo. En cualquier caso, no pudo evitar que una sonrisa asomase en sus labios, mientras las palabras que le habían dicho unas horas atrás resonaban en su cabeza: “No es la clase de persona que te gustaría invitar a unas vacaciones a la montaña, pero sí es alguien que desearías tener cubriéndote en una trinchera”. Si algo había aprendido aquel día Raúl, era que en aquella vida había muchas clases de guerras, y muchas clases de trincheras.