Hay por ahí determinados conceptos que, pienso, son demasiado importantes como para que la gente normal (digamos, los que salen aunque sea con la E.S.O.) no los conozca y, sin embargo, muchos de ellos no se aprenden hasta el bachillerato, o incluso hasta una carrera, si es que llegas a estudiarla. Hoy traigo aquí una cosa que pienso que es primordial, que a muchos os sonará, pero a otros, no tanto, y quiero poner mi granito de arena para que los que lean esto mejoren un poquitín al menos.
Casi todos lo habremos vivido, y especialmente los que venimos de los 80s-90s: toses tres veces, y la abuela dice "este niño se está poniendo malo". Toses otras tres, y ya tienes el Clamoxyl en la mesa. ¿Qué es el Clamoxyl, o Augmentine, o lo que sea que os mandara vuestro médico en su momento? Un antibiótico. No entraré en detalles sobre ellos, pues eso sí que pienso que es cosa de farmacología algo más avanzada pero, en resumen, se trata de un medicamento que contiene un fármaco en su composición, cuya finalidad es matar un bicho (una bacteria) y/o dar cobertura frente a la posible aparición de otros, pues mientras estás enfermo, el cuerpo está débil y tiene las defensas bajas hasta que la respuesta inmunitaria se desarrolla. Hasta aquí, bien... vamos con la parte fea.
Las bacterias son bichos que se reproducen y se dividen. No voy a daros una clase magistral de genética pero, en resumen, digamos que cada vez que una bacteria se divide tiene elevadas posibilidades de mutar. La inmensísima mayoría de las mutaciones son irrelevantes para el caso... pero otras no tanto. Imaginaos que padecéis de una infección en la garganta típica, donde hay millones de bacterias (o podrían ser virus, pero esto lo dejaré para otro día). El médico te da un antibiótico, que resulta tener la capacidad de matar a esa bacteria por una "vía A", que podría ser la de provocar agujeros en la membrana de la bacteria, destruyéndola. Y ahora yo digo: imaginaos que entre esos millones de bacterias, resulta que hay una que, mientras está sobreviviendo al tratamiento (pues no tienen efecto inmediato), se divide, y tiene lugar una mutación que hace a su estirpe inmune a ese antibiótico. Quizás ha expresado en su membrana un receptor diferente que haga que el antibiótico pase de ella, o quizás tiene una manera de compensar esos agujeros. El tema es que se mejoras un poco porque la mayor parte de las bacterias ha muerto, pero como queda latente la que se ha vuelto resistente, al cabo de unos días vuelves a empeorar porque esa bacteria resistente se ha replicado. Vuelves al médico... y te manda otro antibiótico distinto, que ataca a la bacteria por una "vía B". Resulta que funciona, te curas, y todos felices.
Digamos que esta es la manera habitual de proceder. No hay nada malo en que te manden un antibiótico y te lo tomes bajo prescripción del médico, e incluso que te veas forzado a tener que tomar un segundo, pero, ¿qué pasa si la "prescripción" es de la abuela, y se realiza de una manera indiscriminada y sin cabeza? Sigamos con el caso anterior, pero en un universo alternativo: después de haberse hecho resistente a la vía A, resulta que el enfermo tose, y le pega esa bacteria resistente a la vía A a un nuevo huésped, que pasa a estar enfermo. Ahora resulta que va al médico, y como él no lo sabe, le manda el antibiótico inicial... y desde el principio, no tiene efecto. Pasa al segundo antibiótico, y resulta que la bacteria también se adapta a la vía B, con lo que hay que tirar por otro nuevo. Y así, hasta llegar a un círculo vicioso en el que no llegue a funcionar ningún antibiótico. Por suerte, aún no estamos en un punto tan desesperado. Las llamadas "superbacterias" (las resistentes a muchos o todos los tratamientos conocidos) suelen ser más teóricas que reales, pero son una auténtica amenaza para la sanidad pública, y en muchos casos, se promueve su existencia por un puro capricho y una sobreprotección, de la abuela, el papá, o el cuñao.
Por eso, en resumen: no es malo tomarse un antibiótico si se hace con cabeza, están para usarse. No obstante, desearía que estas líneas sirvan para que al menos una persona en el mundo llegue a preguntarse si le merece la pena tomarse ese antibiótico que tiene en la mano solo para dejar de moquear, o para que la garganta le duela un poco menos.
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