Todo tiene que acabar, hasta lo malo, así que aquí os traigo la que será la última parte del relato:
Como acordamos el día anterior, nos buscamos uno de estos Free Tour que hay por ahí (para quien no lo sepa, chavales estratégicamente colocados que te hacen una visita turística gratuita de una zona, con la esperanza de que les hagas una donación al final). El chaval era simpático, y había hecho sus deberes... o eso creo, porque tampoco es que sepa yo mucho sobre la historia de Lisboa, de modo que si me hubiera hablado sobre la ascensión de los reptilianos, me la habría tragado igual. La primera mitad de la mañana, genial, escuchando sobre historia y algunos chistes malos del guía. Pero claro, como soy yo, y ese finde tenía la cabeza como un bombo, la segunda mitad se hizo jodida. Por suerte pude ir encontrando donde sentarme y reposar a cada ratito. Me quedo con el detalle de que todo en Lisboa tiene que ver con el terremoto de Lisboa, y con la historia de una panadera cuyo nombre no recuerdo, que se cargó a palazos a unos soldados.
Nos soltaron cerca de la Plaza del Comercio, y nos buscamos por allí un restaurante que no tuviera pinta de ser para turistas. Regla del día: buscar un menú que no sea multilenguaje. El camarero empezó a sacar bandejas de quesos y embutidos, y una de nuestras compañeras, con todo el buen rollo, se decidió a quitarle el plástico en el que venía envuelta una de ellas mientras el primero se frotaba las manos. Bueno, no hubo mucho drama: hubo que pagarla, así que le atamos las manos, y a otra cosa. Ah, por cierto: el famosísimo bacalao de Lisboa sabe a suela de zapato, o al menos el de aquel restaurante. Al menos el arroz estaba rico.
Procedimos al resto de la visita programada para el día: tranvía, y caminito de Belém... vamos, que nos fuimos al monasterio de los Jerónimos de Belém. Una visita agradable, bonita, y como casi todo lo que se puede hacer, con un tío en la puerta pidiéndote tu dinero. Por suerte teníamos carné joven y esas historias, así que se quedaba en unos muy modestos 5 euritos que podrían haber sido 10. Menos mal, menos mal... a saber si habría entrado de haber sido 10. El caso, parece ser que en Portugal tienen un problema a la hora de decorar los patios interiores, pues no fue la primera vez que vimos uno como ese: grande, amplio, precioso... y sin una triste estatua o fuente en el centro. ¿Qué le pasa a los decoradores portugueses? Aun así, insisto: una visita bonita, agradable, mereció la pena; una, además, en la que descubrimos que todos los caminos llevan a Joao, y que Joao es el comodín para todo cuando estás en Portugal. ¿No recuerdas la hora a la que quedaste para esa cita? Serían las Joao y pico. ¿Qué comiste ayer? Joao con bacalao, seguro. ¿Has hecho algo que merezca la pena ver? Pues un Joao pa tí.
Seguimos la visita por aquella zona, donde además estaba la Torre de Belém y algunos otros monumentos y parajes que merece la pena visitar, pero como yo estaba ya para morirme con los dolores de cabeza que padecía, me limité a charlar tranquilamente con los colegas, y a procurar protegerme como pude del sol que empezó a azotar por allí (aun así me quemé el cogote :( ). El caso es que cuando más o menos terminamos de verlo todo, nos paramos a tomar un café, nos volvimos, y no hubo mucho más para mí. Salvo uno de mis colegas que estaba también bastante quemado psicológicamente hablando, los demás se fueron por ahí de pendoneo a echar bien, y yo me quedé viendo una peli extrañísima de Nicholas Cage con Joaquin Phoenix hasta que me quedé sopa.
¡Ah! Antes de cerrar, me olvidaba de un detalle: en el primer día nos sorprendió el increíble nivel de descaro y agresividad que tiene el contrabando de sustancias ilegales por allí, y me explico: es lo más normal del mundo ir por el centro de Lisboa y que se te acerque un tío (o varios), a plena luz del día, y que te ofrezca gafas. Le dices que no... y el mensaje cambia a "¿hachís, marihuana?", y tu cara a la de "WTF???". Pues sí, eso fue una constante durante los 3 días que pasé allí, pero nos hizo falta llegar al último para que mis colegas me dijeran, ya de camino a Santander, que en realidad esos individuos no están vendiendo droga. Es decir... no son precisamente comerciantes respetables, pero en vez de camellos parece ser que son estafadores. En fin... la vida se abre camino como puede, supongo.
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