domingo, 30 de septiembre de 2018

Las aventuras de JC: aquí y ahí

Se me hace un poco antipático relatar esta anécdota, pero lo veo necesario por el motivo que voy a especificar a continuación. No hace mucho, un colega me dijo que no le hacían mucha gracia estas publicaciones porque lo de reírse de la gente está feo; creedme, si yo me he decidido a escribir estas cosas, es porque antes lo he sopesado mucho, y es que JC, aunque tenía sus cosas agradables e inofensivas, como su timidez y su educación, también tenía sus cosas... digamos oscuras. Allá voy con una de ellas.

Esta se sitúa casi al principio del curso, debía ser un día de las primeras dos semanas o así. Apenas conocíamos a JC, y solo nos había dado la impresión de ser un chaval muy formal y un poco especialito -cosa que puede ser cualquiera, y no es ningún crimen-, pero bueno... el caso es que era mediodía, y el friki y yo estábamos preparándonos para comer. A esto que sonó el *clac clac* de la puerta, y entró en escena nuestro particular compañero de piso.

-B-buenas tardes, chicos -saludó JC.

-Muy buenas -le respondimos.

-Mirad, mirad, a-acabo de venir de la ciudad, y resulta que... bueno, que vengo muy ilusionado. Me he comprado todas las cosas que nos pidieron para las prácticas el día de la presentación, y... y... pues aquí que las traigo je, je... -JC se adelantó, enseñándonos unos cuantos bultos. Entre ellos, destacaron una caja envuelta en su bolsa y una típica bata blanca de laboratorio.

-Ah, qué bien -le dije yo-. Bueno, no te quiero quitar la ilusión, pero como verás, nosotros tenemos colgadas las nuestras del perchero desde el primer día como una prenda más. Ya sabes... al principio te puede molar meterte en una bata de esas, pero al final te acostumbras y pierde la magia. -JC miró a nuestras batas sorprendido, como si fuera la primera vez que las veía.

-Ah... Comprendo... Bueno, claro, es normal.

-¿Qué más te han mandado comprar? -preguntó el friki.

-Bueno, no mucho más. Realmente solo me mandaron esto y unos guantes, p-pero... pero cuando me vi en la tienda, y vi la selección de productos de laboratorio... es que se me llenaron los ojos, así que me compré estas [no recuerdo cómo las llamó, pero dijo algo así como "gafas deflectoras de electrones"]. ¿A que están chulas? -JC sacó de la caja envuelta unas típicas gafas protectoras de laboratorio, de estas que van ajustadas a la cabeza como si fueran de buceo, pero más discretas.

-Ah... pos mira, están chulas, sí.

Aun a riesgo de parecer un poco bordes, lo dejamos allí. Es decir... no puedo ponerme en la cabeza de mi colega, pero lo que yo pensé fue que tampoco había que hacer una fiesta de una bata, unos guantes, y unas gafas... El caso es que volvió el silencio, pero poco duró.

-¿Sabéis? -recomenzó JC-. Ahora miro a mi bata y... y...  y me siento guay conmigo mismo. Es como... como que por fin siento que todo ese estudiar da sus frutos. -El muchacho miró a su bata embelesado.

-Me alegro, tío -le respondí.

-Igual es una tontería, pero... es que veréis. -JC dejó su amada bata sobre el sofá-. Cuando estaba en el instituto... bueno, os lo podéis imaginar: siempre hay unos cuantos idiotas, ¿no? De esos que se meten contigo porque te gusta esto o aquello, o porque tienen problemas en su casa. Gentuza de esta, ya sabes... -Comprendimos su mensaje, de modo que asentimos en silencio-. Y ahora... pues oye, que yo miro a mi bata, y me paro a pensar en aquellos indeseables. Me gustaría poder verlos ahora y decirles que vean mi progreso, porque ahora yo estoy aquí -JC alzó una mano sobre su cabeza- y ellos... ahí, en la mierda -añadió, señalando con la otra mano hacia el suelo-. En fin, chicos, os dejo con vuestras cosas. Voy a ordenar un poco todas estas cosas.

Con esas palabras, JC se metió en su cuarto y abandonó la escena. De más está decir que, tras la relativa indiferencia que veníamos mostrando, nos dejó con los ojos como platos, y con la boca abierta. Uffff... este JC...

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Re: Zero, o cómo desilusionar

Ayer me terminé Re: Zero, una serie que me tuvo bastante enganchado durante los primeros días. No voy a hacer una crítica como tal porque... ni me la merece, baste decir que me ha decepcionado mucho el desenlace. Tan solo haré una breve reflexión sobre lo que más me ha indignado (habrá matices de spoilers, ojo si tienes interés en verla, pues no es mala del todo):

Lo que empieza siendo una serie interesante y de trama inesperada (muy ingeniosa, y con un gran suspense), acaba tornándose en una historia de amor, si bien se ve desde el capítulo 1 que va a ser así. Me puse en guardia al ver que el tema del amor y los detalles kawaii se imponían sobre el resto pero, no obstante, cuando el personaje de Rem empieza a desarrollarse, me ganó por completo. Lo que empieza siendo un encoñamiento absoluto (y aquí hablo del tonto de Subaru y la estúpida de Emilia), termina siendo desplazado por otro enamoramiento mucho más lógico y admirable, una chiquilla que se enamora de alguien por cómo es, y no porque tiene el pelo blanco y sonríe mucho. Y sin embargo... tal como se declara, la friendzonean, y la pobrecita se lo come con patatas, con una sonrisa de oreja a oreja porque al menos sabe que aunque no tendrá a su amor, podrá ayudarlo a ser feliz desde el segundo plano. Hasta ahí... muy bonito, la verdad, me llegó hasta a mí, por muy triste que sea.

Pero claro... llega la necesidad de hacer la serie comercial. Un desfile de hombres gato, hombres perro, y hasta hombres perezoso entran en escena. La trama se tuerce y se jode de principio a fin, hasta el punto de que SABES que no quedan suficientes capítulos como para arreglarla. Total, que todo se soluciona de una forma muy anodina y acaba en que un amor de verdad se ve malogrado por un enchochamiento entre un tonto y una subnormal. Todo maravilloso. Japón... sigue intentando arreglar tu tasa de natalidad así.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Misma historia, distinto personaje

Silvus… ¿qué contar sobre él? Poco, la verdad. Fue un simple chiquillo elfo, como tantos otros miles que poblaban la huerta de Khauntea. Guapito de cara, de piel suave y cuerpecito esbelto, lo que venía siendo eso, un elfo. Vástago de una puta cualquiera y del putero que la contrató, quien acabaría acarreándolo tras su nacimiento… pero claro, eso él nunca lo sabría. Para él, su madre era una amorosa muchacha humana, una bailarina de la compañía de teatro para la que trabajaba su padre. Compañía, por cierto, en la que Silvus se desarrolló sin demasiadas preocupaciones. Poco importaría su impuro pasado mientras fuera joven, pues nadie de entre ellos se metería en avivar malas lenguas. Era feliz, y era todo lo que importaba. Lo era, sí… lo era…
Pasó en la noche. Silvus se despertó por un terrible grito de dolor que vino de alguna parte, y se decidió a abandonar la seguridad de su tienda para ver lo que ocurría. Fuego y sangre; acero y hedor de entrañas abiertas; Silvus miró en todas direcciones y acabó por confirmar sus peores sospechas: incontables asaltantes estaban pasando a cuchillo a todos aquellos que habían sido su familia, y no asaltantes cualquiera, sino unos enormes individuos de piel verde, rasgos simiescos, y toscas vocalizaciones. Orcos. Orcos que querían sangre y lo poco que pudieran rapiñar. Ni que decir tiene que el pobre Silvus, pequeño y delicado, se quedó congelado en el sitio sin saber lo que hacer… hasta que uno de aquellos asesinos se plantó delante de él. El individuo dijo algo, pero Silvus no lo entiendió, pues no comprendía la lengua de aquellas bestias. Presa del pánico, solo vio cómo sacaba una hacha medio oxidada. Silvus cerró los ojos, se encogió… y algo lo empujó a un lado.
—Quita de en medio, cobarde. Corre y no mires atrás, que se salve por lo menos uno.
—Quita de en medio, torpe. Corre y no mires atrás, que se salve por lo menos uno.
Una voz demasiado conocida, que había proferido aquel insulto demasiadas veces a lo largo de su corta vida. Silvus volvió a abrir los ojos, y lo vio: su hermano. Ellos no lo sabrían nunca, claro, pero aunque compartían sangre, no eran hermanos de la misma madre. Su hermano, menor por un par de años, plantó los pies en la tierra, y tiró de él hasta sacarlo de delante del orco.
—¡CORRE, IMBÉCIL, CORRE!
Y así, sin más, fue como Silvus salvó la vida, y como dejó atrás a quien lo hizo posible. Su hermano… claro… él era harina de otro costal. El hermano de Silvus era semielfo, y ya desde que mamaba la teta de su madre fue robusto y exigente, por no decir que se trataba de una mala bestia. Nunca hizo verdaderos amigos en la compañía de teatro y nunca tuvo dotes para las artes, pero cuando hacía falta músculo para montar las tiendas o para detener una trifulca, era el primero en dar la cara. Sí… y por aquel entonces tenía diez años.
Y así, sin más, fue como Silvus salvó la vida, y como dejó atrás a quien lo hizo posible. Su hermano… claro… él era harina de otro costal. El hermano de Silvus era semielfo, y ya desde que compartían la mesa para comer apuntaba maneras… por no decir que siempre se quedaba el mejor bocado. Nunca hizo verdaderos amigos en la compañía de teatro y nunca le gustó el trabajo duro, pero cuando hacía falta músculo para montar las tiendas o para detener una trifulca, siempre hallaba la manera de acabar dirigiendo la acción… o las apuestas. Sí… y por aquel entonces tenía diez años.
  —¡Quedamos tú y yo, hijo de perra! —le gritó al orco—. ¿Vas a usar eso para atacarme, o para rasurarte el culo y dárselo a tu novio?
No supo si el orco lo había entendido, pero cargó un golpe que estaba aplazando. El hermano de Silvus se hizo a un lado de manera instintiva, y clavó sus dientes en el brazo del enemigo, arrancándole un grito de dolor.
No supo si el orco lo había entendido, pero cargó un golpe que estaba aplazando. El hermano de Silvus se hizo a un lado de manera instintiva, y clavó un abrecartas en el brazo del enemigo, arrancándole un grito de dolor.
  —¡Eso es, grita, ¡grita, bastardo, grita!
Lo que siguió fue una lamentable exhibición de suciedad y malas maneras. Entre gritos e insultos, el niño y el orco luchaban por quitarse la vida, pero el uno por débil, y el otro por torpe, no lograban su objetivo. Pasaron los minutos, y lo inevitable acabó por pasar: el orco tomó al crío por el cuello y lo estampó contra el suelo… pero no lo mató. Cansado por la refriega, el orco miró arriba, y el hermano de Silvus no tardó en comprender por qué. Un nuevo individuo apareció en la escena, un orco aún más grande, con un rostro de mirada más fría. Ambos intercambiaron unas cuantas palabras pero, para cuando terminaron, el hermano de Silvus solo sabía que había sido reducido, echado en una celda de hierro, y encadenado como un perro.
Y el tiempo pasó. Minutos, horas, días y meses… ¿años, quizás? El hermano de Silvus no dejó en ningún momento de ser el prisionero de aquellos indeseables. A veces lo dejaban salir de su celda para que estirara las piernas, o para que ayudara de mala gana en alguna labor, amenaza mediante, pues no tardó en aprender la lengua de las bestias. Sus carceleros, que pocas veces repetían la experiencia, tendían a turnarse en la tarea de mantenerlo con vida, pues lo que les profesaba no era precisamente gratitud. En una ocasión logró arrancarle un dedo a uno de los orcos con un fiero mordisco, pero siempre que ocurría algo así, el mismo jefe que había perdonado su vida en la noche del asalto intercedía por él, riéndose y aclamando su brutalidad. <<Soy una mascota>>, no tardó en comprender. No obstante, lejos de tomarlo como una afrenta al orgullo, el hermano de Silvus lo aceptó. Comportarse como una bestia lo mantenía motivado. Ser útil cuando se le exigía lo mantenía cuerdo. Ser una mascota… lo mantenía con vida.
Y siguió pasando el tiempo. El hermano de… ¿Silvus, se llamaba su hermano? Bah, cosas del pasado. La mascota de los orcos debía rondar ya los dieciséis o dieciocho años de un semielfo como él, y la pubertad había obrado verdaderas maravillas para aquello que se le daba bien: hacer el papel de una bestia. Pelo en el pecho, gran corpulencia, voz ronca. Aquella mascota ya no era tan graciosa como antaño, pero seguía cumpliendo con sus funciones. Lo que él no sabía era que no duraría mucho.
Lo que siguió fue una lamentable exhibición de suciedad y malas maneras. Entre gritos e insultos, el niño y el orco luchaban por quitarse la vida, pero el uno por débil, y el otro por torpe, no lograban su objetivo. No fueron más que unos segundos los que bastaron para que llegase lo inevitable: el orco tomó al crío por el cuello y lo estampó contra el suelo… pero no lo mató. Harto por la refriega, el orco miró arriba, y el hermano de Silvus no tardó en comprender por qué: un nuevo individuo apareció en la escena, un orco aún más grande, con un rostro de mirada más fría. Ambos intercambiaron unas cuantas palabras pero, para cuando terminaron, el hermano de Silvus solo sabía que había sido reducido, echado en una celda de hierro, y encadenado como un perro.
Y el tiempo pasó. Minutos, horas, días y meses… ¿años, quizás? El hermano de Silvus no dejó en ningún momento de ser el prisionero de aquellos indeseables. A veces lo dejaban salir de su celda para que estirara las piernas, o para que ayudara de mala gana en alguna labor, amenaza mediante, pues no tardó en aprender la lengua de las bestias. Aunque lo que les profesaba no era precisamente gratitud, la supervivencia apremiaba, y con una astuta mezcla de lengua de plata y cabezas gachas, el muchacho siempre lograba llegar entero a la noche. Alguna vez logró levantarle las llaves a uno de los orcos, pero nunca le salió bien y le costaba unas buenas palizas. Aun así, el mismo jefe que había perdonado su vida en la noche del asalto intercedía por él, riéndose y aclamando su picardía. <<Soy una mascota>>, no tardó en comprender. No obstante, lejos de tomarlo como una afrenta al orgullo, el hermano de Silvus lo aceptó. Comportarse como un truhan lo mantenía motivado. Ser útil cuando se le exigía lo mantenía cuerdo. Ser una mascota… lo mantenía con vida.
Y siguió pasando el tiempo. El hermano de… ¿Silvus, se llamaba su hermano? Bah, cosas del pasado. La mascota de los orcos debía rondar ya los dieciséis o dieciocho años de un semielfo como él, y la experiencia había obrado verdaderas maravillas para aquello que se le daba bien: estafar y manejar. Mayor presencia, arrojo, voz maleable y entrenada. Aquella mascota ya no era tan graciosa como antaño, pero seguía cumpliendo con sus funciones. Lo que él no sabía era que no duraría mucho.
<<¿Qué demonios?>>
En las largas horas que pasaba enjaulado, no había ni una noche en la que la mascota no tantease el cerrojo, o sus cadenas. No era raro que lo dejaran sin encadenar, o con el cerrojo a medio abrir, pero… sí que era inesperado que ocurrieran ambas cosas a la vez, como había pasado en aquella precisa noche. La mascota se movió en las sombras, pues debía aprovechar aquella oportunidad a toda costa. Uno de sus carceleros roncaba a pierna suelta con su hacha a su lado… y a pocos metros había otro. La mascota sonrió. Sin ninguna lástima, tomó el hacha y les devolvió el gesto que llevaba tantos años guardándose. No iba a exterminar el campamento, claro, pero sí que se tomó la molestia de coger cuatro de sus cabezas, y de entrar en la cabaña del jefe orco. También dormía… pero aquello debía ser distinto. La mascota cogió una de las cabezas por la cabellera, y la lanzó contra el durmiente.
—¡¿Qué…?! —El orco se incorporó, con un chorreón de sangre que no era suya corriéndole por la cara.
—Cierra la puta boca si no quieres acabar como él.
Y así lo hizo. La mascota se aproximó despacio, silencioso como una pantera ante su presa.
—Yo de ti no armaría mucho ruido.
Y no lo hizo. La mascota se aproximó despacio, silencioso como una pantera ante su presa. A oscuras estaba en desventaja, por lo que se tomó la molestia de encender una lámpara de aceite.
—Es gracioso: destruiste mi vida… pero después la salvaste otras muchas veces. Llevo años fantaseando con este momento y te odio por lo que hiciste… sin embargo, creo que a estas alturas, es mayor la gratitud que el odio que siento por ti. —El orco lo miró, sin miedo, atendiendo a sus palabras—. Vas a darme oro para sobrevivir durante unos días y un caballo para largarme, y no vas a dar la alarma. A cambio, te devolveré el favor y no vengaré a los que una vez fueron mis padres. —El jefe del campamento entrecruzó sus dedos, pero en cuanto la mascota percibió un mínimo de seguridad en su mirada, le lanzó una segunda cabeza, reafirmando quién tenía el control de la situación.
—Es… razonable. —Sin dudar un instante, se acercó a un arcón donde guardaba parte de lo que había robado a lo largo de los años. Tomó una gran bolsa, y se la lanzó a la mascota—. Sabes dónde encontrar los caballos, coge el que más te plazca.
—Así lo haré. Pero antes, tengo otra petición. —El orco dudó, y una tercera cabeza voló por la habitación en otro arrebato de ira—. Cuando hayan pasado unas cuantas horas, cuando esté ya lejos de aquí, quiero que cuentes lo que ha pasado. No tomaré venganza contra ti, pero no quiero que ningún puto orco se acueste por la noche sin recordar mi nombre. —En esta ocasión, el orco sonrió.
—¿Nombre? ¿Y qué nombre es ese, perro? ¿Acaso has tenido alguna vez un nombre?
Era una buena pregunta. Claro que lo tuvo… pero ni lo recordaba. De todos modos, el chiquillo que una vez fue, un tanto indeseable, pero civilizado dentro de lo razonable, había dejado de existir muchos meses atrás.
—Tú mataste a mis padres, y tú me creaste. ¿Qué nombre me darías? —le preguntó con una nota de misterio.
—Una vez tuve un perro al que llamaba Gerd. No te lo digo como una burla… apreciaba a ese perro más que a nadie en este campamento. Era grande y fuerte, y sabía muy bien dónde estaban sus lealtades. —La mascota se frotó la que por entonces era una frondosa barba, procesando aquella… curiosa información.
—No llevaré el nombre de tu puto perro. —La cuarta cabeza voló por la habitación, y rodó hasta los pies del jefe orco—. No obstante… reconozco que me gusta cómo suena ese nombre. Cuenta cuatro horas, y dile a tu pandilla de inútiles que la leyenda de Kord, el mata-orcos, empezará al alba —Kord se dio la vuelta con su saco de oro, y fue hacia la puerta.
—Una vez tuve un perro al que llamaba Gerd. No te lo digo como una burla… apreciaba a ese perro más que a nadie en este campamento. No era como tú, claro… él era grande y fuerte, pero sabía muy bien dónde estaban sus lealtades, y sabía hacerme reír. —La mascota se frotó la que por entonces era una frondosa barba, procesando aquella… curiosa información.
—No llevaré el nombre de tu puto perro. —La cuarta cabeza voló por la habitación, y rodó hasta los pies del jefe orco—. No obstante… reconozco que me gusta cómo suena ese nombre. Cuenta cuatro horas, y dile a tu pandilla de inútiles que la sombra de Kord siempre estará más cerca de lo que creen. —Kord se dio la vuelta con su saco de oro, y fue hacia la puerta.
—Espera, Kord —lo interrumpió el orco—. Quisiera decirte una cosa más.
—Pues suéltala, capullo maloliente. —Lejos de ofenderse, el orco lanzó una risotada.
—Aquel perro, Gerd… Cuando lo miraba a los ojos, veía fuego dentro de ellos… No, más aún: era rabia, odio. Me era leal, sí, pero en sus entrañas había algo peor que todo lo que has vivido tú durante estos años, no sé de las tripas de qué infierno saldría tanto odio. Cuando se interponía entre un enemigo y yo como tú hiciste con tu hermano, me hacía sentir que valía más que cualquier otro perro, pero… ¿sabes cómo murió? —Kord entornó sus ojos.
—¿Cómo?
—Se enfrentó a un perro igual de rabioso que él… pero más grande. Gerd fue leal, fuerte, envidiable… pero murió como un perro rabioso. —Kord miró al que ya no era su amo, con una inesperada mezcla de confusión y lástima.
—¿Y? ¿Por qué me cuentas eso? —Sin prisa alguna, el orco se acercó hasta su estante de armas. Tomó un gran mangual pesado con tranquilidad, y se lo ofreció a Kord con inusitada humildad.
—Porque si para entonces sigo vivo, me encantaría escuchar dentro de diez años cómo Kord, el mata-orcos, lleva a sus espaldas toda una estela de sangre de pieles-verde porque se ganaron su odio, y no que murió como un perro rabioso.
Kord sopesó las palabras de aquel individuo; aquel puto orco; aquel… hombre, al que había soñado tantísimas veces con matar de la manera más humillante y cruenta posible. Tomó el arma que le ofrecía, le dedicó con la mano un saludo que jamás habría esperado regalarle, y recuperó su libertad.

—Lástima que no me interese. —Lejos de ofenderse, el orco lanzó una risotada.
—Todavía estoy a tiempo de llamar a mis hombres… —Kord entornó sus ojos.
—¿Hombres? Sí… todavía quedan algunos, pero no te oirán desde aquí. El incendio se lo impedirá. —El jefe orco se mostró sorprendido.
—¿Incendio?
—Claro. No iba a meterme en la boca del lobo sin cubrirme las espaldas, ¿no crees? —El orco dudó una vez más.
—No me lo trago. No huelo nada raro. —Kord no pudo sino sonreír.
—Porque te faltan detalles.
Sirviéndose de su superior agilidad, Kord partió la lámpara sobre la gran alfombra que había en todo el centro de la tienda del que ya no era su amo. Los gritos no tardaron en comenzar, pero él ya estaba fuera de la carpa. Los orcos empezaron a salir de sus propias tiendas con legañas como garrapatas en los ojos, pero él ya estaba montado en el caballo más rápido de la cuadra. Los orcos no tardaron en montarse en los demás caballos, pero él ya había cortado las bridas de las sillas, haciéndoles perder un tiempo precioso. La persecución tardó en comenzar… y él ya estaba lo suficientemente lejos.


miércoles, 19 de septiembre de 2018

Las aventuras de JC: Todo pendrive conlleva una gran responsabilidad.

Otro día más, en el que creo recordar que el friki y yo andábamos enzarzados en una sangrienta contienda de Paperhammer [para los más incultos: una partida de Warhammer en la que suples la mitad de las miniaturas con trozos de papel, pues las originales cuestan un riñón]. Una perturbación en la atmósfera lo anunció, pero no fue hasta que escuchamos un intenso y rápido taconeo ascendiendo los tres pisos de nuestro bloque que asumimos lo que ocurría; un jadeo agotado, el *clac clac* de la tarjeta en la puerta, y la misma se abrió. Un portazo, y no pasó ni un segundo hasta que...

-¡Chicos! ¡T-tíos! ¡Por favor, prestadme atención un momento! -exclamó JC con un claro y alarmado tono.

-¿Qué pasa? ¿Estás bien?

-¡No, no, no estoy bien! Esto... A ver, dadme un segundo.

JC entró en su cuarto con rapidez, levantando un viento huracanado que casi hizo volar a la puñetera hidra del friki. Pasamos unos segundos mirándonos, sin saber si sería una de sus especialiteces, o si realmente le habría pasado algo gordo. Ruido de cosas moviéndose, cajones abriéndose y cerrándose, jadeos y respiraciones agitadas... JC lo pasaba mal, era evidente. Un par de tensos minutos y salió de su cuarto, con la pregunta que se guardaba a flor de piel.

-¿Ha...habéis visto por aquí un pendrive? -Miré hacia él con cara de besugo.

-Que yo sepa no -se adelantó el friki.

-Me temo que yo tampoco -añadí yo, apesadumbrado.

-¡Oh, no! -terminó JC.

Con tales palabras, el muchacho siguió levantando cielo y tierra a lo largo y ancho del piso, buscando aquel pendrive al que otorgaba tamaña importancia. No en vano, consiguió contagiarnos el agobio que padecía, y no tardé en preocuparme por él.

-A ver, cuenta, ¿es muy importante ese pendrive? -JC resopló (¡sí, lo hizo!).

-Muy importante... Muy, MUY importante -aclaró.

-¿Puede saberse lo que había en él? O sea... ¿es privado? -preguntó el friki.

-Lo que hay en él es... todo.

El friki y yo nos miramos confundidos. Empezaba a sonar a especialitez, pero había que otorgarle el beneficio de la duda. Cargado de valor, dispuesto a lo que fuese a responder, di un paso al frente.

-A ver, explícate. ¿Cómo que todo? ¿Qué hay en ese pendrive?

-Todo, Fede, TODO. Todo lo que yo soy, todo lo que tengo, y todo... de todo. -Me rasqué la coronilla, todavía confundido.

-¿Puedes ser un poco más específico? De verdad, te recomiendo que te calmes, tío, igual hasta recuerdas dónde lo dejaste.

Ante todo, JC era un chico educado e inexperto, y solía hacerse caso de los pocos consejos que le dábamos. En aquel momento tomó aire, se sentó en el sofá, y se tranquilizó como mejor pudo. De nuevo, el friki se adelantó, parecía habérsele encendido una bombilla.

-¿Tenías claves en ese pendrive? -<<Ooooh...>>, pensé, pues aquello sonaba como algo con sentido.

-Cl-claves y lo que no son claves. En ese pendrive va... todo lo que soy yo. Mis claves como bien dices, mi trayectoria de vida, mis posesiones... Todo, tíos, todo...

Y de nuevo logró confundirme. Tener claves en un documento de texto, una de esas cosas que se suele recomendar no hacer, era algo perfectamente compatible con una persona como JC, pues no dejaba de ser alguien joven y capaz de cometer según qué errores. Pero...

-¿Tus posesiones? -pregunté, sin saber que el misterio estaba próximo a su fin-. Sigo sin entenderte macho, ¿cómo van a ir tus posesiones en un pendrive? ¿Tenías ahí... escrituras de propiedad, o algo así?

-No, Fede, no. -JC volvió a tomar aire, y nos miró-. A ver, os lo explico: cada vez que yo adquiero... algo... pues me gusta llevar un control de mis posesiones, ¿sabéis? Bueno, pues en ese pendrive tenía un montón de listas con cosas de ese estilo. -Mis ojos giraron en sus órbitas.

-Pero... ¿cómo? En plan... ¿un ".txt" con las tarjetas que tienes, el carné de conducir, y esas cosas? -JC movió la cabeza de lado a lado.

-Eso, y más cosas. Por ejemplo, recuerdo tener apuntados ocho pares de pantalones, pero no recuerdo exactamente cuántas camisas y calcetines tengo. Y así podría seguir... ¿Entiendes ahora lo importante que es? -El silencio reinó, y el friki y yo volvimos a mirarnos.

-Bu...bueno. Si veo por aquí un pendrive yo te aviso, tío. Espero que lo encuentres...

Con un lastimero "gracias", JC se metió para su cuarto. El friki y yo intercambiamos una última y perpleja mirada, asimilando la extrañeza de la información que acabábamos de recibir en nuestras correspondientes psiques. Ufff... En fin. Me tiré de mi inmadura perilla, y volví a dirigir los ojos a la jodida hidra de papel.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Crítica de El Depredador (2018)

Cosa rara en mí, ayer fui al cine con los colegas y quisimos ver una peli que acaba de salir. Muchos lo sabréis, pero se trata de la continuación de la saga "Predator", la que han traducido como "El Depredador", y dado que hay mil millones de películas que han titulado casi igual (Predator, Predator 2, Predators, Alien vs. Predator... etc.), pues la identificaremos con la fecha de estreno, que es 2018. Y no... no vengo a decir cosas bonitas. Trataré de hacer una crítica útil para aquellos que no sepan si gastarse pasta en verla o no.


ZONA LIBRE DE SPOILERS

-A nivel de película: no hay mucho inesperado que decir; estamos en el s.XXI y es raro ver una película que sea cutre por sí misma. Tiene buenos efectos especiales, buena ambientación, una actuación creíble de los actores, tipos duros con chistes graciosos, chica sexy, etc. Lo que viene siendo una buena recreación del cine de acción ochentero trasladado a nuestra época, o sea, más políticamente correcto, comercial y todas esas mierdas, bebiendo de la estela de humor absurdo que han dejado películas como Guardianes de la Galaxia y la nefasta Thor 3. Destacaría el detalle de que la película no aburre, que es lo mínimo que un servidor le pide a una película. Por desgracia, aquí se va a acabar lo bueno de cuanto tengo que decir.

-A nivel de detalles: absurda casi de principio a fin. Soy de la opinión de que los golpes de humor a destiempo enriquecen una escena no humorística para que resulte chocante y llamativo (si bien no es una opinión muy extendida), pero de ahí a que un puñetero predator coja el brazo de una de sus víctimas para hacer un manito arriba... tío, eso es pasarse.

ZONA NO LIBRE DE SPOILERS

-A nivel argumental: no me meteré en cosas como me dijo mi colega, de que los predators cogen las cabezas y las columnas vertebrales por decenas como sus trofeos y no por el motivo que dicen en esta película porque nunca he sido un gran fan de esta saga. No obstante, sí que hablaré sobre lo más putamente absurdo que me encontré ayer en la sala del cine. En algún momento de la película, nuestra querida Olivia Munn le dice al padre del chiquillo que no se sienta mal por la circunstancia que vive su hijo. Citando a "algunos expertos" (como haría un científico real), le comenta que el síndrome de Asperger es considerado por algunos como el siguiente paso en la línea evolutiva de la especie humana. Es decir: lo cita, lo insinúa, transmite la idea como una simple posibilidad. Hasta ahí bien... el problema viene cuando el super predator dice que él va tras una presa que es "un verdadero guerrero", citando el apellido del protagonista. Se veía venir a la legua, pero mi subconsciente simplemente me hizo pensar un "por favor, no"... Pero claro, en el cine cutre, la respuesta a esa súplica suele ser un "oh, por supuesto que sí". Obviando el detalle de que ahora resulta que los predators buscan hibridarse con las especies más peligrosas de la galaxia (entre las que, al parecer, se encuentra la humana), pues parece ser que un pobre niño traumatizado y maltratado por sus compañeros del colegio y que padece Asperger, ES "un verdadero guerrero". No, claro, no iba a ser su padre, el francotirador condecorado con pelotas de acero. No. Claro que no, eso tendría algo de lógica. Tenía que ser el puto niño inofensivo que lo único que tiene es un cogotero muy desarrollado y ganas de jugar al ajedrez. ¡Todos sabemos que eso te convierte en "un verdadero guerrero"! Obvio, obvio, muy inteligente afirmar rotundamente esa hipótesis de que el Asperger es el siguiente paso en la evolución humana. En fin... Mangote's philosophy, tampoco es una peli a la que se le pueda pedir mucho.

-A nivel de otros detalles:

1) una granada mata a una persona y destruye la barandilla de un granero, claro, pero todos sabemos que el suelo de madera, en realidad, es de madera de los chinos. Todos sabíamos que ese suelo de madera en realidad era hormigón armado capaz de soportar una explosión.

2) claro, hombre, todos sabemos que un perro extraterrestre traicionaría a su amo para ponerse del lado de Olivia Munn. Es que claro, es más guapa... qué listo es el jodío, ¿eh?

3) todo un detalle para la gente que padece síndrome de Tourette que se resalte la tendencia de decir tacos y obscenidades de manera gratuita. Porque, claro, todos sabemos que todos ellos lo hacen.

4) obvio: eres un predator que quiere salvar a la humanidad (le concedo el beneficio de la duda en cuanto a por qué lo quería hacer), y en el camino de huir de ellos te cargas de manera sanguinaria a una docena de científicos en lugar de tratar de atontarlos o superarlos con tu supremacía física y marcial. Pero claro, a la señorita Munn en pelotas, no. A ella no. A ella la dejas ahí. Toooodo muy lógico.

5), y 6), y 7), y hasta 30) podría llegar. La cantidad de absurdeces que rebosa esta película no tiene límites. Creo que puedo parar aquí, porque el detalle se entiende y tampoco quiero perder más de mi tiempo echando mierda.

LA FEDECONCLUSIÓN

¿Te gusta la saga Predator, y quieres ver una película con muchas explosiones, tiros, evisceraciones, sangre roja y verde,  y predators repartiendo manguzas? Adelante, esta es tu peli, al igual que lo fueron las demás. ¿Quieres ver una buena película que merezca los equis euros que te piden en el cine? Yo... te recomendaría que busques alguna otra.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Las aventuras de JC: El horario por colores maldito.

Era una de las primeras semanas del curso, y ahí estábamos el friki y yo: tranquilos, felices, contentos, ¡incautos al inmediato destino que nos aguardaba! Yo no era de saltarme muchas clases por aquel entonces, pero de vez en cuando caía alguna, y ese fue uno de esos días de pereza extrema. Creo recordar que estábamos tirados en el sofá, pues ocurrió en el salón y me parece que todavía no teníamos la XBox (lo sé, no estoy respetando demasiado la cronología)... y entonces fue cuando ocurrió: sonó el *clac clac* de la puerta (pues en la residencia se abrían los pisos por tarjeta), y toda una armonía de solemnidad inundó el piso: era la inigualable presencia de JC. Al pasar el umbral de la puerta, algo fuera de lo habitual nos abrumó por completo, nada más y nada menos que su ira, que se hizo manifiesta cuando comenzó a hablar.

-Eh... Esto... Hola, chicos -comenzó, en tono sombrío.

-Buenas, JC -respondí yo.

El chaval comenzó a moverse por el piso como pollo sin cabeza, entre el cuarto y la cocina, supongo que para recolocar algún que otro trasto. Pero claro, era evidente que algo iba mal: no dejaba de resoplar, y de murmurar cosas raras. Al final, me picó la curiosidad.

-¿Qué te pasa, tío?

-¿Que... Que qué me pasa? Pfff, si yo te contara. Mira, mira.

JC me acercó una página de cuaderno llena de casillas coloreadas, números, y letras, que bien recordaba a un horario... porque era lo que era en realidad. Lo miré un poco por encima, pero claro, no tenía ganas de ponerme a desentrañar lo raro que hubiese ahí.

-Muy... bonito -comenté por compromiso-. ¿Qué es lo que hay de malo?

-P-pues verás... resulta que estaba yo ha-haciéndome un horario por colores para organizar mi semana... y... ¡Jo! ¡Me han fastidiado! -Alcé media ceja.

-Venga hombre, no será tan malo. -Eché otro vistazo rápido a la hoja, tratando de empatizar con él-. ¿Para qué son los colores?

-Je, je... me alegra que me lo preguntes. -No lo hizo, pero se notaba que se arremangaba mentalmente-. Pues mira, he puesto las horas más agradables para mí, como las clases de cálculo, en colores más agradables, c-como el verde, y las tareas más fastidiosas, como las sesiones de estudio, pues en un color... más agobiante, ¿no? Así que van en rojo. -El friki no dijo nada, pero su cara fue la verdadera inspiración para Gerald en Buscando a Dory, que saldría casi 10 años después.

-Ajá... -continué-. Bueno, ¿y qué hay de malo? ¿Por qué dices que te han fastidiado? -JC se aclaró la garganta.

-Pues... Pues que ahí está el problema. Yo me había hecho mi horario con código de colores de la manera más perfecta y óptima de que había sido capaz, y ahora resulta... ¡que me lo han descuadrado! Mira, fíjate. -JC señaló a un hueco en blanco en todo el medio, en la media mañana del miércoles si no recuerdo mal-. ¿Ves? Todos los días están perfectamente organizados, pero... pero resulta que el miércoles me han dejado muerto un período de una hora en el que no tengo clases ni nada. -El friki abandonó aquella expresión que vaticinaba el futuro del séptimo arte, y se fue a su cuarto sin mediar palabra.

-Mmm... Vale, ya entiendo lo que quieres decir. Pero es que sigo sin ver el problema, JC -añadí, confuso-. ¿Te estás quejando porque tienes una hora libre? -JC resopló frustrado.

-¡Claro! Es demasiado poco tiempo para añadir alguna actividad como ir a Córdoba a hacer la compra, o para introducir una sesión de estudio, y demasiado tiempo como para dejarlo correr sin más, sentado en un pasillo. ¡Es un fastidio! -Se escuchó una risa aislada y reprimida, desde un habitáculo cercano.

-No sé, tío... sigo sin ver el problema. -Para no hacerlo sentir tonto, traté de hacerme el interesante, fingiendo que ponía a funcionar mi cabeza mientras me frotaba los cuatro pelos guarros de mi inmadura perilla-. Se me ocurre... podrías usar esa hora para darte un paseo por el campus... tal vez, incluso para venirte a casa y verte algún capítulo de una serie. Es más, ¡yo qué sé! ¡Podrías hasta hacerte una paja!

En aquel momento, JC sonrió de manera incómoda, y se fue a su habitación, recogiendo antes su horario con código de colores. Verdaderamente, no supe si aquellas estrambóticas ideas habían avivado la llama de su imaginación, si el concepto de la paja lo escandalizó, o si pensó que me estaba burlando de él (que, creedlo o no, no era mi intención). No lo supe entonces... nunca lo sabré... y jamás averiguaré qué uso decidió darle a esa terrible hora libre de los miércoles.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Ciencias sociales ficticias

Allí estaba él: un ser humano como otro cualquiera, pero situado en una época distinta, en algún momento de un futuro muy, muy distante. Al salir de su cámara hiperbárica de hibernación, un dron lo peinó y le limpió unas legañas que bien podrían pasar por babosas de Urano; otro le ajustó sus zapatillas, que se amarraron de manera totalmente automatizada; otro, que emanaba un hipnótico y apetecible olor a café recién hecho, le tendió una taza de aquel marrón néctar, abriendo su apetito para las cápsulas nutricionales con las que otro lo obsequiaría en unos instantes. Todo maravilloso, cómodo, fácil… ¡puro progreso! No obstante, todo normal para alguien como él, que viajaba en una lanzadera con destino a una colonia terrestre entre las lunas de Saturno; alguien, al fin y al cabo, adaptado a aquellos increíbles tiempos.

Pero… sintió una corazonada: una resonancia en el mismísimo cosmos predijo que estaba por vislumbrar algo asombroso, rompedor, ¡colosal! Con la cabeza a medio despertar encendió sus gafas 3D. Mientras las patillas le regalaban el sonido, en sus retinas se proyectó directamente la imagen de una chica que ya conocía, sujetando una caja de reciclatodo.

¿Energías renovables? ¿Economía circular? ¡Cosas del pasado! ¡Apuesta por el innovador…! 

Había visto aquel anuncio un centenar de veces, pero lo sentía… estaba cerca. Cambió de canal, y la imagen mostró en esta ocasión a un par de científicos que mantenían una encarnizada tertulia de cierto nivel.

—El teletransporte a corta distancia fue toda una revolución, pero se lo aseguro: a este paso veremos viajes en el tiempo muy…

Un tema interesante, pero tampoco era lo que quería ver en ese momento. La imagen volvió a pestañear, se transformó en un informativo que se emitía desde algún lugar de la Tierra… y su corazonada se exacerbó. Lo supo, ¡estaba allí! Vio a unos hombres trajeados en una habitación amplia que recordaba a un antiguo pero elegante senado romano. Uno de aquellos hombres subió a la tribuna y, tras aclararse la garganta, proyectó un holograma cargado de letras en el centro de la sala antes de empezar a hablar.

—Honorables diputados, resumen de los puntos a tratar: número uno, subida de las pensiones; número dos, instalación de políticas de transparencia, trazabilidad de presupuestos, y persecución de la corrupción política; número tres, valoración de una reducción de los sueldos de los presentes; número cuatro…

El nuevo presidente electo de la Unión Terrestre habló… habló… y continuó hablando por largo rato mientras el pulso de aquel viajero espacial se aceleraba. Aquello era lo que tanto esperaba, lo más sorprendente que había visto en toda su vida. Salivó, saboreando el verdadero progreso, sintiéndose como si formara parte de una obra de fantasía.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Las aventuras de JC: El desdeshielo de los cascasquetes.

Esta quizás se haga un poco espesa, pero hay que entenderla en su contexto: os recuerdo que JC era estudiante de física, muy vocacional con la materia, y además está el detalle de que esto ocurrió a horas avanzadas de la noche, teniendo todos (menos él) ganas de acostarnos ya, lo que lo convirtió en un agravante de considerable magnitud. Sin más, allá vamos:

Allí estábamos el friki y yo, apagando ya la consola para honrar el viejo dicho de "cada mochuelo a su olivo", solo que en este caso el olivo era la cama de cada uno, pues seguíamos siendo compañeros de piso. En una de estas que, con idas y venidas del cuarto de baño (descargas miccionales, lavar dientes, etc...), salió el mismísimo JC de su habitación, dispuesto a deleitarnos con una minúscula porción de su infinita sabiduría.

-Eh... esto... ¿Chicos? -comenzó, con su habitual magnificencia.

-Dime -contesté yo, pues el friki empezó ya a olérselo.

-Que... eh... bueno... Que hoy me han contado una cosa muy curiosa en clase, y quería compartirla con vosotros. ¿Sabéis que si un cubito de hielo se derrite en un vaso de agua, el nivel de agua de ese vaso disminuye, en lugar de aumentar? -Yo, sinceramente, no lo sabía. Me pareció curioso... y esa fue mi perdición.

-Pues no lo sabía, fíjate tú por donde.

-Pues s-sí, sí, resulta que tiene que ver con el máximo de densidad del agua a [creo que eran 4 grados centígrados]. ¿No te resulta fascinante?

-Hombre... fascinante fascinante... no es la palabra que yo usaría, pero está curioso. ¿Por qué nos cuentas esto ahora, JC? -En aquel momento no lo supe, pero el muchacho se estaba crujiendo un millar de dedos imaginarios dentro de su mente.

-P-pues... porque hay algo que no me cuadra. Si eso es así... Tanto que se dice sobre el deshielo de los casquetes polares, que provocará una subida del nivel del mar... debería ser al revés, ¿no?

Mi reacción y la del friki fue similar: ambos nos echamos las manos a la cabeza y empezamos con un muy particular toma y daca para hacerle ver que eso no podía ser así. Lo bueno era que la ciencia y años y años de noticias nos respaldaban. Lo malo... que aquel no era nuestro campo y, sinceramente, el chaval parecía ser capaz de rebatir todos nuestros argumentos, entre una mezcla de cosillas de las que no sabíamos la mitad, y una gran cantidad de cabezonería. El friki optó por la vía inteligente y, sin mediar palabra, se piró para su cuarto a dormir. Yo, mitad por paciencia, y por pura curiosidad, me quedé argumentando con JC un rato... vamos, UN MUY BUEN RATO QUE BIEN PUDO SER DE CASI UNA HORA. Como dije con anterioridad, estaba el detalle de que no soy (ni era) un experto en física, lo que me dificultaba el defenderme y el hacerle ver que, presuntamente, estaba equivocado. Llegó ya un momento en el que estaba tan hastiado, por no decir acorralado, que decidí hacer un poco de trampa para llevarme el gato al agua. Quizás no sabía mucho sobre física, pero sí que estudié ecología y ciencias de la tierra y el medio ambiente (vamos, el CTMA de to'a la vida), y ambas fueron asignaturas que me gustaron mucho y asimilé muy bien. Total... puestos a tirar de recursos...

-Pero vamos a ver, JC -continué, tras una ardua discusión-. Tú tienes que tener en cuenta que el mundo no se comporta como un vaso con hielo, es muchísimo más complejo que eso. Quizás un iceberg es como un cubo de hielo gigante en un vaso gigante pero... ¿qué me dices de los glaciares y las nieves perpetuas de las altas montañas? Esas no están en contacto directo con el agua del mar, y son parte de lo que elevaría el nivel del mar al producirse el deshielo.

Metafóricamente, crucé los dedos tan fuerte que me sangraron... y JC se quedó callado. ¿Había bastado con esa historia?

-P-pues... oye, eso tiene sentido. Igual es por eso lo que dicen en las noticias, y no es una mentira del gobierno. -¡Sí! ¡Había bastado con esa historia!-. Bueno, voy a meditar un poco sobre lo que me has dicho, que en realidad se ha hecho muy tarde. Buenas noches.

-Va, venga. Hasta mañana.

JC abandonó mi cuarto, y yo sentí una enorme ráfaga de satisfacción correrme por el espinazo. Sinceramente: ni siquiera sabía si aquel argumento era la causa real de que el deshielo de los polos pueda provocar una subida del nivel del mar, pero fue lo único que se me ocurrió, lo único lo suficientemente extraño como para que un aspirante a físico se diera por satisfecho. ¿Era verdad? Ni idea, yo solo sabía que me picaban los ojos un huevo y medio, y que JC se había retirado a su guarida. Saboreé mi victoria, me hice una paja exprés, y me fui a dormir.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Las aventuras de JC: El inodoro y la birraca.

Esta va a ser un poco diferente a las demás que quiero relatar, debido a que no la viví de primera mano... pero sí que fui testigo de ella. Es más corta, pero dada la naturaleza risógena de la misma, no podía faltar en esta serie. Antes de empezar, quisiera especificar que JC fue particularmente insistente y cansino en este caso, y aunque la reacción de mi amigo fue algo sobredimensionada y bruta, la circunstancia no se aproximó ni de lejos a lo que podríamos llamar "bullying" o similar. Vedlo con humor, pues también yo me voy a encargar de hincharla con un poco de crueldad, a sabiendas. Al turrón:

Estaba yo sacando a Obama de la Casa Blanca en la tranquilidad del cuarto de baño, sabiendo que esperaba a unos amigos para una partida de rol. Uno de ellos, que vivía enfrente, pues se adelantó, de manera que al tocar el timbre tuvo que abrirle el mismísimo JC. Por aquello de respetar el anonimato no diré el nombre de mi amigo, así que para darle identidad al diálogo lo bautizaré temporalmente como Antonio. Total, que entre que yo salía y tal, pues Antonio se acomodó en el salón, y JC se puso a darle la chapa sobre los temas que a él le apasionaban (física, problemas, números, y demás). Dado que no todo el mundo tiene la misma paciencia que yo, digamos que Antonio se empezó a sentir violento al cabo de unas pocas frases (se notaba incluso a través de la puerta del váter), de modo que resumiré la mayor parte del diálogo diciendo que lo que empezó siendo una conversación, siguió como una persona chapando mientras la otra decía monosílabos, y terminó como un verdadero monólogo... hasta este punto.

-...Pues eso que te decía, que hoy nos han puesto unos casos prácticos muy interesantes. Hemos aprendido que...

-Ufff... -interrumpió Antonio con rudeza. Un leve ruido se escuchó, como de él levantándose del sofá-. Mira JC, de verdad, ¿ves esta birraca? -Se oyó un tintineo.

-...S-sí... ¿Por qué? -El tono de JC sonó algo más apagado.

-Pues mira, toma, toda tuya. -Se hizo el silencio-. De verdad, te lo juro, toma la birraca. Toda tuya si cierras la puta boca. -Un nuevo e incómodo silencio.

-Emmm... No... No hace falta -respondió, a lo que yo reaccioné mordiéndome un dedo para no descojonarme.

-No, no, no. No es molestia, de verdad. La birraca es toda tuya. Toma, toma, tómala con tu mano, quédatela. -Un sonido sordo, como de dos manos moviéndose sobre lo que podría ser el brazo del sofá-. Es una birraca gratis, apenas me la he empezado. Toda tuya, lo único que tienes que hacer es cerrar el buzón. -Mi dedo empezó a doler.

-Emmm... No, de verdad. Yo no tomo. -Aquí, sentí cómo crujía un hueso y se me congestionaban los ojos.

-¿No bebes nada? -Un nuevo silencio-. Bueno, no pasa nada. Pero cierra la puta boca ya.

Hasta que salí del cagadero no se volvió a cruzar palabra, y tan solo se escuchaban mis jadeos por pelearme contra mi propias ganas de reír. No pasaron demasiados segundos hasta que se escucharon unos pasos, y una puerta cerrándose. Cuando salí, pues no, no era Antonio quien se había marchado.