Gerd yacía sobre las duras rocas del suelo de la estepa, con un hacha de mano a cada lado de su robusto cuerpo; hachas que lo habían acompañado durante años; hachas con las que había cortado innumerables quintales de leña, a lo largo de sus más de tres décadas de vida; hachas que había afilado un centenar de veces; hachas que habían segado tantas vidas en sus saqueos, que había perdido la cuenta; hachas, en definitiva, que habían compartido más momentos con él que ningún vivo. La boca le sabía a sangre, tanto suya, como ajena. Bajo una capa de suciedad y otra de agua de lluvia, sus potentes músculos trataban de brillar como los del más orgulloso y fuerte de los miembros de su clan... pero no podían. Con un colosal esfuerzo, levantó la cabeza, y se miró a su desnudo vientre. Una cruenta herida lo atravesaba de lado a lado, era un milagro que sus entrañas no estuviesen decorando el paisaje junto con los cadáveres de docenas de los suyos, y aún más de los del clan que los había atacado en mitad de la noche. El asalto fue inesperado, y la batalla, encarnizada y cruel. Sus amigos y familiares, junto a él mismo, habían conseguido repeler lo peor del ataque, seguramente sobrevivirían y mantendrían en pie por otros muchos años la supremacía de su clan. Pero él… dudaba llegar a verlo. Con un espástico tremor, su cuello cedió, y su cabeza volvió a reposar sobre el suelo con un chapoteo.
Nadie había ido a socorrerlo, ni a ejecutarlo. Sus ojos azules se cerraron y abrieron numerosas veces, sin saber si estaba en el mundo de los sueños, en el de los muertos, o en algún lugar intermedio, y desconocía cuánto tiempo llevaba allí tendido, incapaz de levantarse. Y entonces, escuchó unos pasos cercanos, ligeros, pero firmes. Un saqueador, o un guerrero de poco peso, le decía su experiencia. Su mano derecha intentó cerrarse alrededor del mango de una de sus hachas, pero los dedos no le respondieron. En su lugar, una mano áspera, pero fina y maternal, le tomó la suya. Gerd se esforzó, y abrió los ojos de nuevo, si bien no dio crédito a lo que contempló ante él. Un rayo de luz se había abierto paso entre las nubes de tormenta de aquella tarde, iluminando el que iba a ser su lecho de muerte mientras tres mujeres lo observaban. Las tres montaban sobre lobos enormes y vestían de manera parecida, con una armadura ornamentada de acero sobre un atuendo acolchado de pieles. Pero fue al mirarlas a la cara cuando el corazón de Gerd empezó a latir con fuerza. La piel de las féminas, blanca como la leche, no tenía mácula. La belleza de sus ojos azules y su cabello de oro no se aproximaba a la de ninguna otra mujer que hubiese conocido en vida. Sobre la testa llevaban cascos rematados con alas emplumadas, también de acero, y entre las tres se encontraba un magnífico corcel alado de capa torda. Desde su precaria posición le costó comprender lo que ocurría, pero no tardó en resolver el misterio: su muerte en combate estaba próxima, y las mismísimas valkirias de Odín habían acudido al campo de batalla para transformarlo en uno de sus Einherjar. Su humanidad provocó que un atisbo de pánico intentase tomar el control, pero sacudió la cabeza o, más bien, lo intentó, y se obligó a asumir su situación con hombría. Una oleada de orgullo lo acarició como la hoguera de su casa en invierno, mientras aquellas decididas mujeres lo ayudaban a montar sobre el caballo. Con la vista algo nublada, Gerd alzó la cabeza hacia el rayo de luz. Las valkirias se adelantaron a lomos de sus lobos, y se dieron la vuelta invitándolo a seguirlas bajo el repiqueteo de la lluvia. De pronto, sentía que había recobrado sus fuerzas de alguna parte. Tomó las riendas de su nueva y gloriosa montura, las arrió, y los cuatro volaron hasta perderse entre las nubes.
El camino a Valhalla debía ser largo, y Gerd no lo deseaba de otra manera. Al atravesar las nubes, el sol de la tarde comenzó a iluminar la escena, mientras el etéreo y rítmico batir de alas de su montura voladura lo mecía. Tras una larga y silenciosa espera, a lo lejos, comenzaron a aparecer diferentes edificaciones, cuya calidad arquitectónica haría palidecer de vergüenza la del Gran Salón de su clan. A medida que se acercaban, un coro de orgullosas voces, nacidas y curtidas entre las nieves del norte, fue llenando progresivamente el ingente vacío que los rodeaba. Las valkirias dirigieron la marcha hacia lo que parecía ser una gran ciudad sobre las nubes y el firmamento, que debía ser Valhalla. El corazón de Gerd fue calmándose, mientras contemplaba el comienzo de su destino final. Primero, los lobos lo llevaron hasta una gran edificación de piedra con incontables puertas. Allí, sus femeninas acompañantes lo despojaron de sus sucias ropas, su partida armadura y sus armas, y lo premiaron con un agradable baño caliente. Lo obsequiaron con un inmaculado y brillante camisote de mallas, ropas de abrigo nuevas, y le devolvieron a sus fieles y afiladas compañeras de fatigas. Cuando acabaron allí, lo llevaron a un nuevo lugar: una gargantuesca sala de madera con seis largas mesas, llenas de comida, y una infinitud de valerosos guerreros que disfrutaban de ella. Había tapices de las familias de los caídos decorando las paredes y, al fondo, una compañía de músicos que alegraba el ambiente de los norteños. Las mesas llegaban hasta los límites de la vista, y Gerd se dispuso a tomar un buen merecido almuerzo a base de salmón, solomillos de cerdo, pan, huevos y, por supuesto, hidromiel de la mejor calidad, hasta que se hartó. Sin embargo, allí tuvo su primera y extraña impresión: a medida que comía, se dio cuenta de que todos los demás guerreros disfrutaban, hablaban, y bromeaban entre ellos. Pero cuando Gerd intentó hablar con el que tenía más cerca, fue como si no estuviera allí... nadie le dio respuesta.
No pasó demasiado tiempo hasta que salió del salón, donde lo esperaban de nuevo sus tres escoltas y el corcel alado. En esta ocasión, lo llevaron hasta una casa de piedra, modesta, pero preciosa a los ojos. Gerd aceptó el papel que le tocaba, y abrió la puerta. Ante él se abrió un diáfano recibidor, decorado al gusto del que debía ser otro guerrero. En las paredes había escudos de armas; aquí y allá, estantes con armaduras, cascos, y aún más armas; los grises y firmes suelos de las habitaciones en las que se decidió a entrar estaban cubiertos con diversas y bien curtidas pieles, pero no fue hasta que subió una escalera, y encontró un dormitorio, que algo hizo que se le acelerase el pulso otra vez: un hombre, el habitante de aquella vivienda. Tenía los ojos azules y ovalados, como él. El pelo era castaño claro y trenzado, muy parecido al de Gerd. Su misma corpulencia, con algunos años más, si bien no muchos. Reconocería aquel rostro en cualquier parte, ya fuese en Valhalla, en Midgard, o en el mismísimo Helheim. Las facciones de aquel rostro no eran otras que las de su padre, un antiguo héroe de guerra de su clan, y ahora, un ejército de un solo hombre, como cabría esperar. La emoción hizo que se le subieran los colores, pero mantuvo la compostura, e hincó una rodilla en señal de respeto.
–Gerd, has crecido bien –dijo aquel hombre, levantándose de su silla.
–Gracias a vuestro alimento, padre –le respondió.
–Levántate. –Gerd obedeció–. No sé si enorgullecerme, o si apenarme por tu visita. –El hombre sacó un cántaro de una alacena, y sirvió dos generosos vasos de vino oscuro–. ¿Cómo estaba tu madre la última vez que la viste?
–Bien –respondió–. Feliz, pero sola –añadió, y su padre mostró una amarga sonrisa.
–Eso es mejor que nada. No te quejarás, hemos tenido a nuestra disposición a la mejor de las mujeres, ¡por el martillo de Thor, si hasta me soportaba a mí! –Emitió una profunda carcajada, y le tendió su vaso.
–Es cierto. –Gerd lo tomó, pero se pensó dos veces si beber o no.
–No fui muy buen padre ni marido, pero hice lo que pude. Al menos, al igual que tú, sí que fui un buen guerrero. El mejor de los guerreros. –Su padre chocó su vaso con el de Gerd sin previo aviso, y se llenó el gaznate con un profundo sorbo–. ¿Y bien? ¿Cuánto hace que llegaste? –Gerd lo miró a los ojos. Un detalle llegó a su memoria, y lo hizo llenarse de culpa.
–Unas horas –le respondió, sin más.
–¿Has comido algo? –le preguntó, y Gerd asintió–. Cuéntame algo, ¿has dejado hijos atrás? –Y fue aquella temida pregunta la que le provocó un nudo en el estómago.
–Siento deciros que no os he dejado nietos, padre. –En esta ocasión, el rostro de aquel hombre se ensombreció, pues sabía lo que eso significaba. Gerd había sido hijo único.
–Ya veo… En fin, es una lástima, pero no se van a alzar los gigantes del hielo por eso.
El hombre enterró la mirada en su vaso, y se lo terminó de un sorbo más. Sus palabras eran amables, pero su mirada decía algo más. En sus ojos había una fuerte decepción, si bien no iba acompañada de resentimiento. Una tristeza silenciosa que, Gerd lo supo, comenzó a corroerle las entrañas en aquel momento.
–Deseo volver a verte pronto –añadió–, pero si me disculpas, tengo otros asuntos ahora mismo.
Su padre le dio dos fuertes palmadas en el hombro, y se perdió por otra habitación. Apesadumbrado, Gerd dejó su vaso lleno sobre la mesa, y retornó al recibidor. Siempre se había visto a sí mismo como una persona muy primaria y simple pero, en aquel momento, decidió que necesitaba pensar, y visualizó un futuro imposible: un hogar caliente en un día frío, una buena mujer a su lado, media docena de hijos con los que honrar a su padre, y una abuela con motivos para irse feliz y orgullosa de aquella vida. En su mente, la imagen cobró vida, y le pareció lo más bonito que había sentido en todos sus años. Más bonito y más glorioso, de hecho, que lo que había sentido mientras ascendía a Valhalla, escoltado por tres hermosas valkirias, y cabalgando a lomos de un prodigioso caballo con alas. Gerd desahogó su frustración dando un tremendo puñetazo en la pared, y salió por la puerta. Su escolta seguía allí.
–Quiero volver al combate –declaró con firmeza.
–Eso no es posible, guerrero –dijo una de las valkirias.
–No me digáis lo que no puedo hacer –le espetó. Las mujeres se mostraron sorprendidas, pero no demasiado.
–Si volvéis con los mortales, no podréis retornar a Valhalla –lo increpó una de las mujeres, señalándolo con un dedo acusador.
–Volveré a Midgard, solucionaré un asunto pendiente, y volveré a ganarme el Valhalla –dijo Gerd con absoluta seguridad. Una de las valkirias lo observó, indecisa.
–¿Es esa vuestra voluntad, guerrero? –Gerd asintió, y acompañó el gesto con un puñetazo en su pecho–. Así sea.
De pronto, el vikingo sintió cómo se desvanecía. La luz de Valhalla se apagaba lentamente, y percibió un gran frío a su alrededor. Cuando se quiso dar cuenta, tenía los ojos cerrados y le pesaban los párpados. Sus brazos estaban entumecidos, pero sentía a sus fieles hachas en las manos. Una gran humedad lo envolvía, y el zumbido de un millar de insectos perturbaba su incómodo descanso. No… no eran insectos; era lluvia. Gerd abrió los ojos, y reconoció el lugar en el que se encontraba: la estepa de su clan. Le dolía todo el cuerpo, más aún que cuando recibió la cornada de un jabalí con catorce años. Miró hacia abajo, buscando la herida de su barriga, pero lo único que encontró fue una tremenda cicatriz muy bien cerrada. Quizás había sido un sueño, o quizás no, solo las nornas lo sabrían. Gerd tensó los músculos de sus piernas y flexionó las rodillas, que le dolieron como si le hubieran clavado incontables alfileres entre los huesos. Giró sobre sí mismo, y se impulsó hasta quedar de rodillas. Los costados le ardían como si acabase de darse un baño en un río de lava, y sentía la cabeza como cuando su primer caballo lo saludó con una coz en la sien. Gerd tomó aire, escupió una generosa cantidad de sangre, y se limpió la boca con el dorso de la mano. Reunió todas las fuerzas que sabía que le quedaban, y azuzó a la bestia salvaje que llevaba dentro de sí. Agarró con firmeza sus hachas, se puso en pie, y corrió bajo la tormenta, emitiendo un pavoroso grito de batalla que estremeció la tierra.
domingo, 28 de octubre de 2018
jueves, 25 de octubre de 2018
Las aventuras de JC: las infinitas y sépticas profundidades.
Esta andaría también por los principios del curso, allá cuando todavía no conocía muy bien a aquella buena pieza que tantas risas ha inspirado. Estaba yo solo en el piso, cocinándome algo de alto nivel, supongo que unos filetes de pollo por lo menos. No pasó mucho rato hasta que la puerta se abrió, y aun a riesgo de haber podido ser el friki o nuestro otro compañero, el silencioso, la buena ventura se manifestó en la forma de aquel chavalote de casi metro noventa y mirada adormilada: el enorme JC.
-Eh, Fede, ¿qué tal? -saludó.
-Pues aquí, con la comida -respondí.
Más allá de la sartén y el pollo, nada se calentó demasiado por un par de minutos, momento en que el sabio del piso volvió a romper el silencio.
-A...aquí solo tenemos esta mesa, ¿verdad? -preguntó el muchacho.
-Lo que ves: la mesa grande, la de la tele, y el poyo de la cocina. ¿Por qué?
-P-porque... bueno, he traído algunas cosas de comer, y entre que las organizo y tal, necesito algún sitio para dejarlas. -Traté de buscar la trampa: la mesa del salón, compatible con que comieran cómodamente hasta cuatro personas, estaba vacía salvo por un par de trastos; era espacio más que de sobra para que cupiera una compra pequeña enterita.
-Mmm... no te entiendo. ¿No te vale la mesa? -dudé, derrotado.
-Esto... b-bueno, supongo que sí...
Y allí fue cuando empezó con las que acabarían siendo unas clásicas estereotipias: el chaval se empezó a rascar la cabeza, a caminar salón arriba y abajo con las bolsas a cuestas, a dudar si dejarlas aquí o allá... Yo estaba a mi bola, me habría dado igual pasar de ello, pero la curiosidad me pudo.
-Joder, macho, ¿qué te pasa? -le pregunté con una nota de broma.
-Es que... bueno... Ya sabes, es comida. Y-y... Bueno, igual te parece una tontería pero... ¿ves la línea negra esa?
Perplejo, dejé las pinzas de cocinar a un lado y me aproximé. Cabe destacar aquí que, aunque nosotros no éramos particularmente limpios (por decirlo con elegancia), la mesa solía mantenerse especialmente libre de porquería para poder darle uso. No obstante... efectivamente, JC señaló a una pequeña raja que había en la mesa. No era más que una rayadura, una línea de algo menos de tres centímetros con un color negruzco, probablemente ocasionada varios años atrás, y rellenada por polvo compactado con el paso de los meses. Síp, de esas cosas de las que la gente no suele percatarse.
-¿La...veo? -JC percibió mi incredulidad, y empezó a resoplar y a reírse.
-Ya... ya... sé lo que vas a decir. A ver... s-sé que no tiene importancia ninguna, pero... pero yo miro a esa raya y no puedo evitar pensar en que si la observase por un microscopio sería como contemplar toda una sima de porquería y gérmenes...
En este momento, mi incredulidad llegó a su punto más álgido. Quisiera destacar que soy una persona bastante curiosa y abierta de mente, quizás algo más ahora que en aquel entonces, pero una cosa no quita la otra. El caso es que me quedé mirándolo como un besugo, sin saber muy bien lo que decir.
-Ya... sí... Je, je, je... no me hagas caso, no te preocupes...
Con esas últimas palabras, JC dejó las bolsas con mucho cuidado sobre la mesa, procurando que no tuvieran contacto directo con la sima de porquería microscópica, claro, y se metió para su cuarto. Debo decir en su defensa que aquella conducta desapareció en pocas semanas... pero tampoco esta cosa quita la otra.
-Eh, Fede, ¿qué tal? -saludó.
-Pues aquí, con la comida -respondí.
Más allá de la sartén y el pollo, nada se calentó demasiado por un par de minutos, momento en que el sabio del piso volvió a romper el silencio.
-A...aquí solo tenemos esta mesa, ¿verdad? -preguntó el muchacho.
-Lo que ves: la mesa grande, la de la tele, y el poyo de la cocina. ¿Por qué?
-P-porque... bueno, he traído algunas cosas de comer, y entre que las organizo y tal, necesito algún sitio para dejarlas. -Traté de buscar la trampa: la mesa del salón, compatible con que comieran cómodamente hasta cuatro personas, estaba vacía salvo por un par de trastos; era espacio más que de sobra para que cupiera una compra pequeña enterita.
-Mmm... no te entiendo. ¿No te vale la mesa? -dudé, derrotado.
-Esto... b-bueno, supongo que sí...
Y allí fue cuando empezó con las que acabarían siendo unas clásicas estereotipias: el chaval se empezó a rascar la cabeza, a caminar salón arriba y abajo con las bolsas a cuestas, a dudar si dejarlas aquí o allá... Yo estaba a mi bola, me habría dado igual pasar de ello, pero la curiosidad me pudo.
-Joder, macho, ¿qué te pasa? -le pregunté con una nota de broma.
-Es que... bueno... Ya sabes, es comida. Y-y... Bueno, igual te parece una tontería pero... ¿ves la línea negra esa?
Perplejo, dejé las pinzas de cocinar a un lado y me aproximé. Cabe destacar aquí que, aunque nosotros no éramos particularmente limpios (por decirlo con elegancia), la mesa solía mantenerse especialmente libre de porquería para poder darle uso. No obstante... efectivamente, JC señaló a una pequeña raja que había en la mesa. No era más que una rayadura, una línea de algo menos de tres centímetros con un color negruzco, probablemente ocasionada varios años atrás, y rellenada por polvo compactado con el paso de los meses. Síp, de esas cosas de las que la gente no suele percatarse.
-¿La...veo? -JC percibió mi incredulidad, y empezó a resoplar y a reírse.
-Ya... ya... sé lo que vas a decir. A ver... s-sé que no tiene importancia ninguna, pero... pero yo miro a esa raya y no puedo evitar pensar en que si la observase por un microscopio sería como contemplar toda una sima de porquería y gérmenes...
En este momento, mi incredulidad llegó a su punto más álgido. Quisiera destacar que soy una persona bastante curiosa y abierta de mente, quizás algo más ahora que en aquel entonces, pero una cosa no quita la otra. El caso es que me quedé mirándolo como un besugo, sin saber muy bien lo que decir.
-Ya... sí... Je, je, je... no me hagas caso, no te preocupes...
Con esas últimas palabras, JC dejó las bolsas con mucho cuidado sobre la mesa, procurando que no tuvieran contacto directo con la sima de porquería microscópica, claro, y se metió para su cuarto. Debo decir en su defensa que aquella conducta desapareció en pocas semanas... pero tampoco esta cosa quita la otra.
lunes, 22 de octubre de 2018
Las aventuras de JC: Ascenso incierto.
Esta será un poco más corta, sencillamente porque fue una cosa muy puntual. Sin embargo, dada la risa que me dio cuando me lo contaron, no podía faltar.
El coprotagonista de esta anécdota no fuimos ni el friki ni yo, sino otro amigo nuestro, el grandioso Manolillo. Quisiera destacar el detalle de que las normas permitían meter coches en nuestra residencia de estudiantes, pero no dejarlos aparcados de manera indefinida dentro, por lo que un coche dentro de la residencia implicaba una carga/descarga, o algún asunto fuera de lo habitual. El caso es que nuestro Manolillo iba sorteando las columnas de los portales camino a su casa (vivía en un bloque distinto al nuestro si no me falla la memoria), cuando el motor de un coche llamó la atención. Nuestro amigo se giró, y no pudo sino maravillarse ante lo que vió: un coche nuevecito, rojo y descapotable (de nuevo, si no me falla la memoria), pilotado por el inigualable JC, un JC, por cierto, que sonreía lleno de confianza, como si le fuese a salir un brillo de estos de los anuncios antiguos de pasta de dientes en cualquier momento.
-Hola, Manolo -comenzó el nuevo conductor, pues supimos días antes que tenía el carné recién sacado.
-Muy buenas, JC -respondió Manolillo-. ¿Coche nuevo?
-Je, je... ya ves... -JC desvió la mirada hacia el portal que tenía delante, justo ante el que había estacionado-. ¿No subes? -Manolillo negó con la cabeza con energía.
-Qué va. -En aquel momento, JC quitó el contacto de su coche-. Pero vamos, que tú tampoco.
-¿Y eso?
-Porque yo no vivo en este portal, ni tú tampoco.
JC se mostró dubitativo por unos instantes. Rápidamente, su rostro pasó hacia la extrañeza y, tras confirmar el número del portal con una mirada, finalmente anidó entre las ramas de la vergüenza momentánea. Con una cordial despedida de la mano, volvió a arrancar su coche y lo trasladó hacia su portal, que era el nuestro.
El coprotagonista de esta anécdota no fuimos ni el friki ni yo, sino otro amigo nuestro, el grandioso Manolillo. Quisiera destacar el detalle de que las normas permitían meter coches en nuestra residencia de estudiantes, pero no dejarlos aparcados de manera indefinida dentro, por lo que un coche dentro de la residencia implicaba una carga/descarga, o algún asunto fuera de lo habitual. El caso es que nuestro Manolillo iba sorteando las columnas de los portales camino a su casa (vivía en un bloque distinto al nuestro si no me falla la memoria), cuando el motor de un coche llamó la atención. Nuestro amigo se giró, y no pudo sino maravillarse ante lo que vió: un coche nuevecito, rojo y descapotable (de nuevo, si no me falla la memoria), pilotado por el inigualable JC, un JC, por cierto, que sonreía lleno de confianza, como si le fuese a salir un brillo de estos de los anuncios antiguos de pasta de dientes en cualquier momento.
-Hola, Manolo -comenzó el nuevo conductor, pues supimos días antes que tenía el carné recién sacado.
-Muy buenas, JC -respondió Manolillo-. ¿Coche nuevo?
-Je, je... ya ves... -JC desvió la mirada hacia el portal que tenía delante, justo ante el que había estacionado-. ¿No subes? -Manolillo negó con la cabeza con energía.
-Qué va. -En aquel momento, JC quitó el contacto de su coche-. Pero vamos, que tú tampoco.
-¿Y eso?
-Porque yo no vivo en este portal, ni tú tampoco.
JC se mostró dubitativo por unos instantes. Rápidamente, su rostro pasó hacia la extrañeza y, tras confirmar el número del portal con una mirada, finalmente anidó entre las ramas de la vergüenza momentánea. Con una cordial despedida de la mano, volvió a arrancar su coche y lo trasladó hacia su portal, que era el nuestro.
viernes, 19 de octubre de 2018
Diferencias entre opinión y juicio (by me).
Hace unos días vi un programa en la tele (lo pillé de mi abuela que la tenía puesta, pues yo no tengo tele de normal) que me hizo sentir una fuerte vergüenza ajena. No obstante, debido a que siempre procuro extraer el lado positivo a las cosas, me dio por darle vueltas y vueltas al asunto sobre lo que estaba viendo (de lo que hablaré más adelante), y decidí que cuando me cuajara más o menos el concepto, acabaría por escribir sobre ello. Conque... ahí voy.
Imaginad lo siguiente, que está muy de moda, y lo pondré muy extremo para que quede más patente y claro: dos amigos, un chico joven y en forma, y una chica gorda de las que apenas si pueden saltar a la pata coja (y no hablo de un caso de hipotiroidismo o similar). Los dos tienen la misma edad, los dos han recibido educaciones similares, y los dos tienen una situación financiera parecida, o sea, que digamos que inicialmente solo se distinguen en su aspecto físico y en su sexo. A esto que un día la muchacha le cuenta que ha tenido que ir al médico porque se sentía muy mal (palpitaciones, mareos...), y le han diagnosticado que tiene colesterol alto. El muchacho, que es SU AMIGO, le dice, en presencia de las amigas de ella: "a ver... yo te lo he dicho varias veces, pero es que si te inflas a comer y no lo bajas haciendo ejercicio, es normal que te pase". Y entonces... se arma la marimorena: las amigas de ella lo tachan de machista, de falocéntrico misógino, de tirano, de intolerante... y a ella le dicen todas esas cosas tan de moda, sobre que lo importante es quererse a sí mismo, y que el peso da exactamente igual. Aunque lo pueda parecer, esta publicación no va enfocada al tema de los gordos que se aceptan y se quieren como son (que darían para otra publicación la mar de interesante), sino al hecho de algo que quizás ha pasado inadvertido. ¿Os habéis dado cuenta de que el muchacho del supuesto de arriba, en ningún momento le ha dicho a su amiga que no coma, que haga ejercicio, o ni siquiera que esté fea, gorda, y que esté MAL lo que está haciendo? Pues allá es donde voy.
Ya sabemos lo que hay a día de hoy por todos lados, todas estas dictaduras sociales en las que la persona lista se tiene que quedar callada mientras el idiota grita, se ofende, y escupe; toda esa basura del ofenderse por nada, y el censurar a gente que ha dicho una cosa controvertida porque puede dar lugar a algún malentendido derivado de sus palabras (malentendido que, en principio, ni siquiera tiene por qué estar implícito en el mensaje de la persona que habló). Es aquí donde quiero hacer hincapié: según la R.A.E., las palabras "opinión" y "juicio" son bastante similares (juicio tiene más acepciones, pero podemos encontrar a la segunda dentro de la definición de la primera), pero sin embargo mi experiencia de vida me lleva a decir que la palabra "juicio" es bastante más potente que la otra. Yo diría que dar una opinión es simplemente decir lo que piensas, sin segundas y sin tratar de imponer nada (lo que viene siendo tratar de buscar una simple argumentación), mientras que hacer un juicio es algo más severo, algo que trata de corroborar o de censurar algún concepto o situación, para conseguir algo más que expresar una idea en sí misma.
Dicho lo de arriba, vuelvo a lo que comenté al principio para terminar de perfilarlo: lo que vi aquel día en la tele fue uno de estos programas de españoles por el mundo, o como se llame. En él, entre las muchas cosas de las que se habló (algunas interesantes), salió cómo se celebraba una fiesta caribeña tradicional... pero maquillada de estilo moderno. Se presentó un baile público (cuyo nombre no recuerdo, aunque iba muy por la línea del "daggering") que me hizo morderme los labios, pegarme pellizcos por debajo de la mesa, y abrir mucho los ojos invadido por la necesidad de hincar la cara entre mis manos (cosa que no hice, por evitar preguntas de respuesta obvia de los presentes). En aquel momento me imaginé allí, en el Caribe, en el centro de aquella festividad de varios cientos de personas rozándose y dándose puntazos como macacos en su "baile sensual" (como ellos lo calificaban), padeciendo por toda esa vergüenza ajena y... totalmente incapaz de hacer nada. ¿Por qué digo esto? Imaginad lo siguiente: ¿qué habría pasado si, en medio de todos ellos, me hubiera dado por decir lo que pensaba (que me parecía soez), es decir, por manifestar una "opinión"? Pues que los más tranquilos de ellos me dirían que nadie me obligaría a permanecer allí (cosa que es cierta), pero los más gritones de ellos (y habría muchos) considerarían mis palabras como un "juicio", se sentirían atacados, y me pondrían de fascista para arriba. Eso, claro, en el caso de que no me tachasen de "maricón", pues recordemos que en Jamaica todavía es ilegal el declararse homosexual... Lo más gracioso del asunto es que a una persona como yo jamás se le ocurriría insinuar que pararan, pues nunca pasaría de expresar una opinión ante algo que me disgusta mientras no piense que sea "malo" (y lo soez, para mí, "malo" no es).
Bueno, después de haber soltado esas perlitas sobre los gordos y el baile caribeño de la vergüenza ajena, recalco que mi único objetivo era hacer distinción entre lo que es expresar una opinión y tratar de imponerla. Por favor, antes de "juzgar" a alguien por hablar, fijaos en si ha dicho algo con segundas. O sea... fijaos MUY bien, no seáis perros rabiosos idiotas que sacan conclusiones erróneas de manera precipitada. Eso SÍ es "malo".
Imaginad lo siguiente, que está muy de moda, y lo pondré muy extremo para que quede más patente y claro: dos amigos, un chico joven y en forma, y una chica gorda de las que apenas si pueden saltar a la pata coja (y no hablo de un caso de hipotiroidismo o similar). Los dos tienen la misma edad, los dos han recibido educaciones similares, y los dos tienen una situación financiera parecida, o sea, que digamos que inicialmente solo se distinguen en su aspecto físico y en su sexo. A esto que un día la muchacha le cuenta que ha tenido que ir al médico porque se sentía muy mal (palpitaciones, mareos...), y le han diagnosticado que tiene colesterol alto. El muchacho, que es SU AMIGO, le dice, en presencia de las amigas de ella: "a ver... yo te lo he dicho varias veces, pero es que si te inflas a comer y no lo bajas haciendo ejercicio, es normal que te pase". Y entonces... se arma la marimorena: las amigas de ella lo tachan de machista, de falocéntrico misógino, de tirano, de intolerante... y a ella le dicen todas esas cosas tan de moda, sobre que lo importante es quererse a sí mismo, y que el peso da exactamente igual. Aunque lo pueda parecer, esta publicación no va enfocada al tema de los gordos que se aceptan y se quieren como son (que darían para otra publicación la mar de interesante), sino al hecho de algo que quizás ha pasado inadvertido. ¿Os habéis dado cuenta de que el muchacho del supuesto de arriba, en ningún momento le ha dicho a su amiga que no coma, que haga ejercicio, o ni siquiera que esté fea, gorda, y que esté MAL lo que está haciendo? Pues allá es donde voy.
Ya sabemos lo que hay a día de hoy por todos lados, todas estas dictaduras sociales en las que la persona lista se tiene que quedar callada mientras el idiota grita, se ofende, y escupe; toda esa basura del ofenderse por nada, y el censurar a gente que ha dicho una cosa controvertida porque puede dar lugar a algún malentendido derivado de sus palabras (malentendido que, en principio, ni siquiera tiene por qué estar implícito en el mensaje de la persona que habló). Es aquí donde quiero hacer hincapié: según la R.A.E., las palabras "opinión" y "juicio" son bastante similares (juicio tiene más acepciones, pero podemos encontrar a la segunda dentro de la definición de la primera), pero sin embargo mi experiencia de vida me lleva a decir que la palabra "juicio" es bastante más potente que la otra. Yo diría que dar una opinión es simplemente decir lo que piensas, sin segundas y sin tratar de imponer nada (lo que viene siendo tratar de buscar una simple argumentación), mientras que hacer un juicio es algo más severo, algo que trata de corroborar o de censurar algún concepto o situación, para conseguir algo más que expresar una idea en sí misma.
Dicho lo de arriba, vuelvo a lo que comenté al principio para terminar de perfilarlo: lo que vi aquel día en la tele fue uno de estos programas de españoles por el mundo, o como se llame. En él, entre las muchas cosas de las que se habló (algunas interesantes), salió cómo se celebraba una fiesta caribeña tradicional... pero maquillada de estilo moderno. Se presentó un baile público (cuyo nombre no recuerdo, aunque iba muy por la línea del "daggering") que me hizo morderme los labios, pegarme pellizcos por debajo de la mesa, y abrir mucho los ojos invadido por la necesidad de hincar la cara entre mis manos (cosa que no hice, por evitar preguntas de respuesta obvia de los presentes). En aquel momento me imaginé allí, en el Caribe, en el centro de aquella festividad de varios cientos de personas rozándose y dándose puntazos como macacos en su "baile sensual" (como ellos lo calificaban), padeciendo por toda esa vergüenza ajena y... totalmente incapaz de hacer nada. ¿Por qué digo esto? Imaginad lo siguiente: ¿qué habría pasado si, en medio de todos ellos, me hubiera dado por decir lo que pensaba (que me parecía soez), es decir, por manifestar una "opinión"? Pues que los más tranquilos de ellos me dirían que nadie me obligaría a permanecer allí (cosa que es cierta), pero los más gritones de ellos (y habría muchos) considerarían mis palabras como un "juicio", se sentirían atacados, y me pondrían de fascista para arriba. Eso, claro, en el caso de que no me tachasen de "maricón", pues recordemos que en Jamaica todavía es ilegal el declararse homosexual... Lo más gracioso del asunto es que a una persona como yo jamás se le ocurriría insinuar que pararan, pues nunca pasaría de expresar una opinión ante algo que me disgusta mientras no piense que sea "malo" (y lo soez, para mí, "malo" no es).
Bueno, después de haber soltado esas perlitas sobre los gordos y el baile caribeño de la vergüenza ajena, recalco que mi único objetivo era hacer distinción entre lo que es expresar una opinión y tratar de imponerla. Por favor, antes de "juzgar" a alguien por hablar, fijaos en si ha dicho algo con segundas. O sea... fijaos MUY bien, no seáis perros rabiosos idiotas que sacan conclusiones erróneas de manera precipitada. Eso SÍ es "malo".
martes, 16 de octubre de 2018
Las aventuras de JC: Marcando el terreno.
Para contaros esta anécdota necesito poneros antes en antecedentes: por resumir, que tampoco hay que regocijarse en el morbo, la relación de nuestro JC con su padre no era demasiado buena. Según nos contó un día, su familia era bastante pudiente por el trabajo de su padre, y precisamente por esto no eran pocas las veces en las que su padre le echaba en cara que fuese un mimado. Lo más gracioso (y absurdo) del asunto era que ese mismo padre le daba al niño una paga bastante considerable mientras estudiaba, paga que era ADEMÁS de los costos de la Universidad, la residencia de estudiantes, y la comida, paga que bien rivalizaría con algunos de los salarios de mierda que se ven a día de hoy dados en negro, con la diferencia de que dichos salarios se otorgan tras una explotación más o menos manifiesta mientras que nuestro JC... bueno, dejémoslo en que no es frecuente que un estudiante tenga sueldo, sino al revés. No me voy a meter en los métodos pedagógicos de cada padre, voy al turrón.
A lo largo de una conversación bastante larga, JC nos contó todo lo expuesto anteriormente y unos cuantos detalles más. Como al muchacho le salía el dinero por las orejas, era raro el mes en el que no se había comprado varios videojuegos originales nuevos... por no hablar del iPhone. En efecto, por aquellas fechas en las que los smartphone estaban empezando a verse, nuestro JC tenía un iPhone último modelo por el cual pagaba dos cuotas: la de la conexión telefónica, y la del propio dispositivo. Por decencia y respeto a su privacidad no mencionaré las cifras... pero sí os diré que me parecieron bastante alarmantes cuando las dijo en voz alta. El caso es que nuestro compañero nos contó con pelos y señales todo eso, tratando de liberar algo de la frustración que sentía por el machaque al que lo sometía su padre cada pocos días.
-Hombre, yo no me voy a meter en decirte lo que tienes que hacer pero... si tanto te molesta, ¿por qué no le dices que deje de pasarte tantísima pasta? -intervino el friki en los últimos compases de la conversación.
-¿C-cómo? -respondió JC con cierta inseguridad.
-Claro, hombre. A ver, te saco solo dos años y a lo mejor me equivoco, pero si le dijeras a tu padre que deje de mandarte tantos billetes le recortarás las excusas para llamarte mimado. No podrás gastar tanto, pero seguramente te acabarás sintiendo mejor contigo mismo. -El muchacho meditó sobre sus palabras durante unos momentos.
-Puede ser... Necesito consultarlo con la almohada.
Pues sí... se lo pensó. Pasó lo que quedaba de tarde y de noche. Era ya el día siguiente, y tras una mañana normal con sus clases y/o alguna práctica, nos volvimos a encontrar con él en el salón del piso. La cara de JC desbordaba felicidad, estaba verdaderamente radiante.
-¡T-tío, tío, a-al final te hice caso! ¿Sabes? Estaba ya muy harto de esa situación, así que esta mañana llamé a mi padre y le dije que no podía ser, que no podía seguir así la cosa. Me puse firme, y le d-dije que... que si me iba a seguir llamando niño mimado, ¡pues que no quería su dinero! -El friki dudó unos instantes, como sintiéndose responsable.
-Pero a ver... ¿qué le has dicho? ¿Te ha quitado la paga?
-No, hombre, no...
Y vaya que si no. De nuevo, como no quiero revelar más datos de los necesarios para unas risas, lo resumiré en que su padre le cortó el grifo... o sea, parte de él; concretamente, le podó una undécima parte del salario. Vamos, que le redujo la paga en aproximadamente un 9%, lo que le daba aún unos márgenes bastante amplios para pagarse el iPhone, algún que otro videojuego, y varios caprichos más si sabía administrarse. Pero bueno, aquí lo importante es que a nuestro JC le crecieron por lo menos cuatro pelos en el pecho aquel día. Si es que... en el fondo estaba hecho todo un rebelde.
A lo largo de una conversación bastante larga, JC nos contó todo lo expuesto anteriormente y unos cuantos detalles más. Como al muchacho le salía el dinero por las orejas, era raro el mes en el que no se había comprado varios videojuegos originales nuevos... por no hablar del iPhone. En efecto, por aquellas fechas en las que los smartphone estaban empezando a verse, nuestro JC tenía un iPhone último modelo por el cual pagaba dos cuotas: la de la conexión telefónica, y la del propio dispositivo. Por decencia y respeto a su privacidad no mencionaré las cifras... pero sí os diré que me parecieron bastante alarmantes cuando las dijo en voz alta. El caso es que nuestro compañero nos contó con pelos y señales todo eso, tratando de liberar algo de la frustración que sentía por el machaque al que lo sometía su padre cada pocos días.
-Hombre, yo no me voy a meter en decirte lo que tienes que hacer pero... si tanto te molesta, ¿por qué no le dices que deje de pasarte tantísima pasta? -intervino el friki en los últimos compases de la conversación.
-¿C-cómo? -respondió JC con cierta inseguridad.
-Claro, hombre. A ver, te saco solo dos años y a lo mejor me equivoco, pero si le dijeras a tu padre que deje de mandarte tantos billetes le recortarás las excusas para llamarte mimado. No podrás gastar tanto, pero seguramente te acabarás sintiendo mejor contigo mismo. -El muchacho meditó sobre sus palabras durante unos momentos.
-Puede ser... Necesito consultarlo con la almohada.
Pues sí... se lo pensó. Pasó lo que quedaba de tarde y de noche. Era ya el día siguiente, y tras una mañana normal con sus clases y/o alguna práctica, nos volvimos a encontrar con él en el salón del piso. La cara de JC desbordaba felicidad, estaba verdaderamente radiante.
-¡T-tío, tío, a-al final te hice caso! ¿Sabes? Estaba ya muy harto de esa situación, así que esta mañana llamé a mi padre y le dije que no podía ser, que no podía seguir así la cosa. Me puse firme, y le d-dije que... que si me iba a seguir llamando niño mimado, ¡pues que no quería su dinero! -El friki dudó unos instantes, como sintiéndose responsable.
-Pero a ver... ¿qué le has dicho? ¿Te ha quitado la paga?
-No, hombre, no...
Y vaya que si no. De nuevo, como no quiero revelar más datos de los necesarios para unas risas, lo resumiré en que su padre le cortó el grifo... o sea, parte de él; concretamente, le podó una undécima parte del salario. Vamos, que le redujo la paga en aproximadamente un 9%, lo que le daba aún unos márgenes bastante amplios para pagarse el iPhone, algún que otro videojuego, y varios caprichos más si sabía administrarse. Pero bueno, aquí lo importante es que a nuestro JC le crecieron por lo menos cuatro pelos en el pecho aquel día. Si es que... en el fondo estaba hecho todo un rebelde.
lunes, 8 de octubre de 2018
Consejos al ir al médico
Antes de empezar con esta publicación, que va a ser un poquitín compleja, quiero dejar claros un par de detalles: yo no soy médico, y yo no sé qué nivel de credibilidad tiene el señor en el que me voy a basar para escribir esto, ya que ha sido una persona criticada por ser un antivacunas. Dejando esto claro, voy al meollo.
Hace ya un tiempo vi un vídeo que en su momento me pareció bastante interesante, y que hoy mismo he descubierto que fue eliminado por estar basado en datos bastante erróneos (y lo he descubierto de pura casualidad, lo que os digo siempre... informaos bien). No obstante, de ese vídeo se podía extraer una idea que sí que me parece adecuada y digna de tener en cuenta todavía, trataré de resumirla: se hablaba de cómo hay ALGUNOS protocolos de medicina preventiva (vacunas, y otros que no son vacunas) que no están muy bien planteados. De esta manera, se hablaba de la posibilidad de que, A NIVEL POBLACIONAL (estadístico, en porcentaje de población, para que nos entendamos), haya algunos protocolos médicos que provocan más daño que beneficio y que al implantarlos suponen, además, una gran inversión económica que podría estar dedicándose a otras cosas más beneficiosas. ¿Por qué una medicación que se supone que debe prevenir una enfermedad tira por el lado contrario y provoca un daño? Porque probablemente no haya ni un solo medicamento que no tenga ningún efecto adverso, y si bien no hay que tomarlos con miedo, cuando se habla de medicina poblacional es cuando se hacen relevantes esos números minúsculos que vemos en el prospecto del paracetamol (lo típico de "uno entre mil se marea", y "uno entre un millón tiene un infarto").
Así pues, no quiero con esto que quienes me lean se hagan antivacunas o amantes de la medicina alternativa (¡¡NO, POR DIOS!!), pero sí que me gustaría poner otro granito de arena en la ardua tarea de abrir ojos. Obviamente, si uno de vosotros no ha estudiado medicina, no le voy a decir que se ponga inquisitivo con su médico porque haya visto este blog en Internet, pero sí que le recomendaría algunas cosas que a continuación enumero:
1) Primero y principal: si padeces de alguna enfermedad, interésate por ella. No te digo que te obsesiones y le des más importancia de la que tiene, pero infórmate, escucha a tu cuerpo, y no tengas miedo de pedir segundas opiniones si tienes la impresión de que el tratamiento que te han puesto no está dando buenos resultados. Infórmate y lee, porque los protocolos médicos están basados en estudios hechos sobre muestras representativas, no sobre el 100% de la población, y hasta entre dos hermanos mellizos puede haber pequeñas diferencias en cuanto a reacciones a medicamentos o pronósticos de diagnósticos.
2) No seas inquisitivo con tu médico... pero obsérvalo bien. Vivimos en un país donde la medicina es "gratuita", y donde los médicos, como funcionarios que son, en muchos casos están quemadísimos de su profesión. En palabras que a mí mismo me ha dicho uno de ellos, no se va a sospechar de un cáncer de laringe ante una tos de un chaval de 20 años; esto tiene su lógica, claro, pero cuando te toque ser el chaval de 20 años al que le dieron una medicación para la tos, y que resultó tener un cáncer de laringe (raro, pero posible), no te va a hacer ni putísima gracia. No infravalores a tu médico, pero aprende a leer entre líneas, y a ver si se trata de un buen profesional o no. Como en cualquier sector profesional, entre los médicos hay buenos y malos trabajadores, y los hay que con dos preguntas te mandan un antibiótico y un antiinflamatorio, y los hay que con diez preguntas siguen haciendo más y acaban mandándote tres pruebas distintas por si acaso.
3) Lo de siempre: en el vídeo se hablaba también de cómo mantener una buena nutrición y unos hábitos de vida saludables (básicamente, hacer ejercicio) reduce muchísimo más la incidencia de según qué enfermedades que el hecho de hartarte a radiografías o tomar según qué medicamentos. Por lo expuesto anteriormente, no le voy a dar credibilidad a los números y porcentajes, pero sí que os diré lo siguiente: si bien no seré yo quien os diga que no os toméis lo que os ha recetado el médico (ni muchísimo menos) nunca está de más preguntarle al médico si lo que te ha mandado es algo imprescindible o solo algo accesorio, o incluso valorar si se trata de un medicamento que te va a reducir un dolor soportable, o uno insoportable. Valora tu caso, no tomes medicamentos por capricho (por necesidad, sí, están para eso), y sobre todo, haz ejercicio.
Hace ya un tiempo vi un vídeo que en su momento me pareció bastante interesante, y que hoy mismo he descubierto que fue eliminado por estar basado en datos bastante erróneos (y lo he descubierto de pura casualidad, lo que os digo siempre... informaos bien). No obstante, de ese vídeo se podía extraer una idea que sí que me parece adecuada y digna de tener en cuenta todavía, trataré de resumirla: se hablaba de cómo hay ALGUNOS protocolos de medicina preventiva (vacunas, y otros que no son vacunas) que no están muy bien planteados. De esta manera, se hablaba de la posibilidad de que, A NIVEL POBLACIONAL (estadístico, en porcentaje de población, para que nos entendamos), haya algunos protocolos médicos que provocan más daño que beneficio y que al implantarlos suponen, además, una gran inversión económica que podría estar dedicándose a otras cosas más beneficiosas. ¿Por qué una medicación que se supone que debe prevenir una enfermedad tira por el lado contrario y provoca un daño? Porque probablemente no haya ni un solo medicamento que no tenga ningún efecto adverso, y si bien no hay que tomarlos con miedo, cuando se habla de medicina poblacional es cuando se hacen relevantes esos números minúsculos que vemos en el prospecto del paracetamol (lo típico de "uno entre mil se marea", y "uno entre un millón tiene un infarto").
Así pues, no quiero con esto que quienes me lean se hagan antivacunas o amantes de la medicina alternativa (¡¡NO, POR DIOS!!), pero sí que me gustaría poner otro granito de arena en la ardua tarea de abrir ojos. Obviamente, si uno de vosotros no ha estudiado medicina, no le voy a decir que se ponga inquisitivo con su médico porque haya visto este blog en Internet, pero sí que le recomendaría algunas cosas que a continuación enumero:
1) Primero y principal: si padeces de alguna enfermedad, interésate por ella. No te digo que te obsesiones y le des más importancia de la que tiene, pero infórmate, escucha a tu cuerpo, y no tengas miedo de pedir segundas opiniones si tienes la impresión de que el tratamiento que te han puesto no está dando buenos resultados. Infórmate y lee, porque los protocolos médicos están basados en estudios hechos sobre muestras representativas, no sobre el 100% de la población, y hasta entre dos hermanos mellizos puede haber pequeñas diferencias en cuanto a reacciones a medicamentos o pronósticos de diagnósticos.
2) No seas inquisitivo con tu médico... pero obsérvalo bien. Vivimos en un país donde la medicina es "gratuita", y donde los médicos, como funcionarios que son, en muchos casos están quemadísimos de su profesión. En palabras que a mí mismo me ha dicho uno de ellos, no se va a sospechar de un cáncer de laringe ante una tos de un chaval de 20 años; esto tiene su lógica, claro, pero cuando te toque ser el chaval de 20 años al que le dieron una medicación para la tos, y que resultó tener un cáncer de laringe (raro, pero posible), no te va a hacer ni putísima gracia. No infravalores a tu médico, pero aprende a leer entre líneas, y a ver si se trata de un buen profesional o no. Como en cualquier sector profesional, entre los médicos hay buenos y malos trabajadores, y los hay que con dos preguntas te mandan un antibiótico y un antiinflamatorio, y los hay que con diez preguntas siguen haciendo más y acaban mandándote tres pruebas distintas por si acaso.
3) Lo de siempre: en el vídeo se hablaba también de cómo mantener una buena nutrición y unos hábitos de vida saludables (básicamente, hacer ejercicio) reduce muchísimo más la incidencia de según qué enfermedades que el hecho de hartarte a radiografías o tomar según qué medicamentos. Por lo expuesto anteriormente, no le voy a dar credibilidad a los números y porcentajes, pero sí que os diré lo siguiente: si bien no seré yo quien os diga que no os toméis lo que os ha recetado el médico (ni muchísimo menos) nunca está de más preguntarle al médico si lo que te ha mandado es algo imprescindible o solo algo accesorio, o incluso valorar si se trata de un medicamento que te va a reducir un dolor soportable, o uno insoportable. Valora tu caso, no tomes medicamentos por capricho (por necesidad, sí, están para eso), y sobre todo, haz ejercicio.
miércoles, 3 de octubre de 2018
Las aventuras de JC: el héroe que Renfe necesita
En esto que el friki y yo andábamos haciendo lo que mejor se nos daba, vaguear a media mañana, cuando sonó la tarjeta de la puerta, anunciando inequívocamente la llegada de un compañero. En aquel momento creo recordar que nuestro compa el callado no estaba, lo que significaba que adivinar quién era conllevaba un 50% de probabilidades de éxito. Como no podía ser de otra manera, la Dama Fortuna nos sonrió, y nos bendijo con la entrada al piso del gran JC. Aquel día, sin embargo...
-¡Tíos, tíos! -saludó, con tono mosqueado.
-¿Qué te pasa? -le pregunté.
-¡Pues que hoy vengo cabreado! O sea, ¡cabreado de verdad! -No hacía falta que lo dijera, pues el simple hecho de que JC usase palabras de las que se salen del tiesto de lo finolis ya daba bastante idea. En cualquier caso, atravesó el pasillo con pasos pesados, resoplando-. ¡Es que esto no puede ser, qué informalidad!
En ese momento me asusté un poco, porque aunque no tenía la menor importancia, se me había olvidado limpiar mi parte del piso durante la semana anterior. Y conociéndolo ya un poco...
-¿Pero qué te pasa, macho? ¿Qué te han liado?
-¿Que qué me pasa? ¡Qué no me pasa! ¿Te puedes creer que he tenido que ir a la c-ciudad para hacer la compra semanal, y va el tren, y se va sin mí? -En ese otro momento, tomé aire.
-¿Cómo que se ha ido sin ti?
-¡Pues eso! ¡Que iba yo a mi hora, a las 11:59 estaba en mi andén, y coge el tren, y se va, cuando su hora eran las 12:00! ¡¿No te parece increíble?!
Lo reconozco, aunque es raro que un tren salga antes de tiempo, que te ocurra y lo pierdas por ese motivo es una reverenda putada. Reconozco que el muchacho tenía motivos para cabrearse si las cosas ocurrieron tal como las contaba... pero seguid leyendo.
-Hombre, está feo. Total, que has tenido que esperarte al siguiente, ¿no? -Pero JC negó.
-Al siguiente no, ¡al otro! ¿Adivinas qué es lo que me ha pasado? -El chaval se quedó callado, esperando una respuesta.
-...No.
-¡P-pues yo te lo cuento! Como estaba francamente furioso, he ido a la oficina de la estación a quejarme. Les he dicho que no podía ser que el tren saliera un minuto antes, a lo que me han respondido que el tren ha salido a su hora, ¡encima me ponen de mentiroso! -Yo alcé media ceja con suspicacia.
-A ver, JC... si me dices que el tren salió un minuto antes yo te creo, pero... ¿cabe la posibilidad de que tuvieras el reloj atrasado? Un minuto más, uno menos... eso es fácil que pase. -Pero él volvió a negar.
-Que no, Fede, que no, yo sigo la hora por mi iPhone último modelo, que está conectado a la red de Internet y lleva la hora centralizada. ¡Es imposible eso! -Por aquel entonces, yo ni había olido lo que era un smartphone, pero bueno, me lo creí-. Pero es que lo peor no es eso, ¿sabes qué pasó después?
-Dispara, nos tienes en ascuas -añadió jocosamente el friki.
-Pues nada, que como no me d-daban una solución y encima me llamaban mentiroso, les he EXIGIDO -sí, lo gritó, y clavó el dedo en la mesa- que quería ver al presidente de Renfe para explicarle lo que había ocurrido y pedir una compensación.
-¿Y salió a verte? -preguntó el friki, y yo tuve que contener la risa por respeto.
-¡No! ¡Eso es lo peor! La mu-muchacha que me atendió me miró como si yo fuese... tonto, o raro, o algo así. Estuvo un rato al borde de la risa, y al final me dijo que me sentase en una silla, que iba a llamar al presidente para que viniera. Pero cl-claro, como no venía, y ya había perdido otro tren más, al final decidí irme porque iba a perderme clases, ¡y hasta ahí podíamos llegar!.
Hasta antes de mencionar al presidente de Renfe, todo era relativamente normal, razonable, una persona cabreada porque le habían negado un servicio al que tenía derecho. Después de esa frase... la cosa se torció, y lo que siguió a lo que veis en el relato fue un rato de rizar el rizo y de frases echando pestes que no creo que vayan a entretener a nadie (además de que yo mismo estaba bastante preocupado procurando no reírme del pobrecillo, y no atendí a mucho). No me malinterpretéis, es cierto que los smartphones están conectados a Internet y están en hora, y si el tren salió un minuto antes, JC tenía derecho de sobra a cabrearse y para pedir una compensación. Por desgracia... bueno, ya sabemos que hay algunas cosas que son difíciles de demostrar, y de las que de más está quejarse, máxime, tratándose de un cercanías de estudiantes, que los hay cada media hora o así. En fin... no deja de ser una más de JC, una en la que, todo sea dicho, demostró que no todos los héroes tienen capa.
-¡Tíos, tíos! -saludó, con tono mosqueado.
-¿Qué te pasa? -le pregunté.
-¡Pues que hoy vengo cabreado! O sea, ¡cabreado de verdad! -No hacía falta que lo dijera, pues el simple hecho de que JC usase palabras de las que se salen del tiesto de lo finolis ya daba bastante idea. En cualquier caso, atravesó el pasillo con pasos pesados, resoplando-. ¡Es que esto no puede ser, qué informalidad!
En ese momento me asusté un poco, porque aunque no tenía la menor importancia, se me había olvidado limpiar mi parte del piso durante la semana anterior. Y conociéndolo ya un poco...
-¿Pero qué te pasa, macho? ¿Qué te han liado?
-¿Que qué me pasa? ¡Qué no me pasa! ¿Te puedes creer que he tenido que ir a la c-ciudad para hacer la compra semanal, y va el tren, y se va sin mí? -En ese otro momento, tomé aire.
-¿Cómo que se ha ido sin ti?
-¡Pues eso! ¡Que iba yo a mi hora, a las 11:59 estaba en mi andén, y coge el tren, y se va, cuando su hora eran las 12:00! ¡¿No te parece increíble?!
Lo reconozco, aunque es raro que un tren salga antes de tiempo, que te ocurra y lo pierdas por ese motivo es una reverenda putada. Reconozco que el muchacho tenía motivos para cabrearse si las cosas ocurrieron tal como las contaba... pero seguid leyendo.
-Hombre, está feo. Total, que has tenido que esperarte al siguiente, ¿no? -Pero JC negó.
-Al siguiente no, ¡al otro! ¿Adivinas qué es lo que me ha pasado? -El chaval se quedó callado, esperando una respuesta.
-...No.
-¡P-pues yo te lo cuento! Como estaba francamente furioso, he ido a la oficina de la estación a quejarme. Les he dicho que no podía ser que el tren saliera un minuto antes, a lo que me han respondido que el tren ha salido a su hora, ¡encima me ponen de mentiroso! -Yo alcé media ceja con suspicacia.
-A ver, JC... si me dices que el tren salió un minuto antes yo te creo, pero... ¿cabe la posibilidad de que tuvieras el reloj atrasado? Un minuto más, uno menos... eso es fácil que pase. -Pero él volvió a negar.
-Que no, Fede, que no, yo sigo la hora por mi iPhone último modelo, que está conectado a la red de Internet y lleva la hora centralizada. ¡Es imposible eso! -Por aquel entonces, yo ni había olido lo que era un smartphone, pero bueno, me lo creí-. Pero es que lo peor no es eso, ¿sabes qué pasó después?
-Dispara, nos tienes en ascuas -añadió jocosamente el friki.
-Pues nada, que como no me d-daban una solución y encima me llamaban mentiroso, les he EXIGIDO -sí, lo gritó, y clavó el dedo en la mesa- que quería ver al presidente de Renfe para explicarle lo que había ocurrido y pedir una compensación.
-¿Y salió a verte? -preguntó el friki, y yo tuve que contener la risa por respeto.
-¡No! ¡Eso es lo peor! La mu-muchacha que me atendió me miró como si yo fuese... tonto, o raro, o algo así. Estuvo un rato al borde de la risa, y al final me dijo que me sentase en una silla, que iba a llamar al presidente para que viniera. Pero cl-claro, como no venía, y ya había perdido otro tren más, al final decidí irme porque iba a perderme clases, ¡y hasta ahí podíamos llegar!.
Hasta antes de mencionar al presidente de Renfe, todo era relativamente normal, razonable, una persona cabreada porque le habían negado un servicio al que tenía derecho. Después de esa frase... la cosa se torció, y lo que siguió a lo que veis en el relato fue un rato de rizar el rizo y de frases echando pestes que no creo que vayan a entretener a nadie (además de que yo mismo estaba bastante preocupado procurando no reírme del pobrecillo, y no atendí a mucho). No me malinterpretéis, es cierto que los smartphones están conectados a Internet y están en hora, y si el tren salió un minuto antes, JC tenía derecho de sobra a cabrearse y para pedir una compensación. Por desgracia... bueno, ya sabemos que hay algunas cosas que son difíciles de demostrar, y de las que de más está quejarse, máxime, tratándose de un cercanías de estudiantes, que los hay cada media hora o así. En fin... no deja de ser una más de JC, una en la que, todo sea dicho, demostró que no todos los héroes tienen capa.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)