jueves, 25 de julio de 2019

Un consejo para exponer.



Hace no mucho llegó al departamento en el que estoy ahora una muchacha que está haciendo un doctorado industrial por ahí, perdida. El caso es que está terminándolo, y le tocaba venir a hacer una presentación sobre lo que llevaba hecho y sobre lo que le queda por hacer, ya que dentro de poco presentará la tesis. Y bueno, durante esa presentación le noté unas cuantas cosas no demasiado obvias, pero que estaban ahí: repetía gestos, se reía sola y de forma automatizada sin haber contado una broma, cogía y soltaba un palo que tienen aquí para señalar cosas en la pantalla sin sacarle mucha utilidad, y un pequeño etcétera de cosas que, en definitiva, revelaban algo que me confesó después: que estaba nerviosa. Ponerse nervioso antes de hablar en público es algo de lo más normal, y me aventuro a pensar que se deba a que tradicionalmente, de niños, nos enseñan en mayor o en menor medida a no meter ruido y a respetar a los demás, por lo que crecemos con la noción de que llamar la atención en un grupo es algo indeseable, y al final la mayoría lo interiorizamos de tal forma que nos resulta difícil el acaparar atención de una manera prolongada e intensa. No todo el mundo se ve en una de estas circunstancias de tener que exponer algo en público, pero sí una gran cantidad de gente, y es por eso que me animo hoy a dar un consejo que desearía que me hubieran dado hace mucho tiempo... pero voy a darle un pequeño preámbulo.

Todos hemos escuchado el "imagínatelos a todos en calzoncillos" de Barney Gumble en los Simpsons. Aunque es un consejo que por estúpido que suene, funciona (aunque es complicado ponerlo en práctica...), este y otros consejos están bastante extendidos entre la gente, y se suelen repetir cuando alguien está nervioso y algún colega quiere tranquilizarlo. Algunos de los más típicos que me vienen a la cabeza (además del anterior) son el mirar al fondo de la estancia para no fijarse en nadie en particular, o su contrapartida, que es fijarse mucho en una sola persona que parezca interesada en el tema de la exposición; también se suele recomendar el controlar la respiración, tanto antes de la exposición, como durante ella; otro truco habitual (aunque menos deseable si quieres dar una buena impresión) es, directamente, no fijarse demasiado en el público, o echarles solo miradas esporádicas para que no parezca que pasas de ellos por completo; y luego, claro, está uno de mis preferidos, romper el hielo con una broma tonta que haga reír al público al comienzo de la presentación (que es un poco arriesgado porque corres el riesgo de que no se ría ni el Tato, pero siempre puedes intentar arreglarlo con un "¡ajá, tenemos un público difícil!"). El caso es que todos estos consejos, si bien útiles, tienen una cosa en común que ya he dicho antes: están muy extendidos, y todos los hemos escuchado en mayor o en menor medida. El que yo os voy a dar, aunque no voy a cometer la falacia de decir que me lo he inventado yo, sí que os digo que a mí no me lo ha revelado nadie, lo he descubierto por mí mismo con los años.

No todo el que tiene que hablar en público es un estudiante, y no todo el que tiene que hablar en público ha tenido que exponer un trabajo con el miedo de "tengo que hacerlo bien o me pondrán mala nota", pero sí que intuyo que todo el que se pone nervioso al tener que hablar en público tiene en mente la idea de no querer hacer el ridículo, o lo que es lo mismo, resuena en su cabeza un "si no lo hago bien, haré el ridículo". Os propongo que hagáis el siguiente ejercicio mental: imaginad que tenéis que, en efecto, exponer un trabajo típico de instituto/universidad. Se trata de un trabajo para el que te ha costado unos días (o semanas, si eres de los que se lo curran) reunir cierta información y darle forma, seguramente hasta lo habrás ensayado en casa un par de veces. Pregúntate a tí mismo esto: exceptuando a algún experto (o profesor) que, de manera casual, ya conozca el tema, ¿dirías que te encuentras entre las personas de la sala que más saben sobre aquello de lo que vas a hablar? Lo lógico es que respondas un "sí", así que paso a lo siguiente: ¿para qué estás exponiendo ese trabajo, para que te pongan una nota, o para que tus compañeros aprendan sobre aquello de lo que has investigado? Y aquí es donde para mí radica el problema, pues la mayoría responderán la primera de las opciones. ¿Y si intentas darle la vuelta? Imagínate por un momento que no hay notas, ni profesores, ni instituto ni universidad; tan solo eres un "experto" hablando de un tema, ya que deseas que los que te rodean aprendan algo nuevo. Definitivamente yo no estoy en la cabeza de todo el mundo, pero os puedo decir que cuando me di cuenta de este tonto detalle, mi manera de ver las exposiciones cambió de forma brutal. Obvio, te sigues poniendo nervioso... pero son unos nervios diferentes, vas más preocupado por que se te pase algo importante, que por hacer el ridículo, ya que al "saber" que eres el experto del tema en la sala, es improbable que hagas el ridículo a menos que te asalten con alguna pregunta muuuy tocapelotas (que no es lo habitual para gente joven, que son los que más tienden a ponerse nerviosos con estas cosas).

Así pues, resumo para terminar: en mi opinión, el principal problema con el ponerse nervioso ante una exposición o un hablar en público radica en el la mentalidad, la actitud, lo que los ingleses llaman "mindset". Si vas pensando en que te van a juzgar o a "poner una mala nota", vas jodido de inicio. Si vas pensando que vas tan solo a informar a los que te rodean de algo que te resulta interesante, o de algo para lo que, al menos, has tenido que dedicar un buen pedazo de tiempo, te casi aseguro que tus problemas a la hora de hablar en público se verán mermados considerablemente.

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