martes, 2 de julio de 2019

Yo tenía un huertecito...



Imagina el siguiente caso hipotético (está un tanto exagerado a propósito... espero que entendáis la segunda intención):

Tienes un huertecito la mar de mono, y bastante grande. Tienes de todo en él, desde los más típicos tomates y pimientos, hasta algunos pequeños arbolitos, como manzanos, naranjos... El caso es que estás súper contento con tu huertecito, y no solo tú, sino también tus vecinos. Algunos de ellos disfrutan de pasar a saludar y darse un paseo por tu huertecito (con tu permiso, claro). Algunos, fíjate, hasta se animan a echarte un cable con toda su buena voluntad, y de vez en cuando riegan los vegetales, arreglan el suelo y demás. Los que más y los que menos de entre aquellos que viven cerca de ti te han pagado alguna vez por tus servicios (esto es, los frutos de tu huertecito), y llega un momento en el que te va tan bien que decides dejar tu trabajo y vivir de él. Tu querido huertecito se convierte en tu oficio, tus vecinos y familiares lo ven bien; y todos estáis súper felices, no hay ningún problema...

Pero entonces, un día, la ciencia avanza y se empiezan a publicar determinadas cosas que... te hacen ponerte en guardia. Resulta que tus plantas no están todo lo bien que creías... A pesar de toda tu buena voluntad, tu huertecito está sobrepoblado, es decir, que tiene más plantas de las que la superficie de tu huertecito puede alojar para permitir una correcta producción. Esto implica, por ejemplo, que las raíces de las plantas compiten unas con otras (¡Anda! ¡Por eso crecían algunos pimientos tan despacio!). Además, resulta que por efecto del cambio climático ha llegado a tu latitud un nuevo parásito que es peligroso para el ser humano, pero no sabes exactamente cuándo ni cómo, ni si podría estar afectando ya a tu pobre huertecito. Te enteras de que hay mejores sistemas de riego más amigables con el medio ambiente que tu querida regadera, y que el agua de pozo que solías usar... pues oye, que ya no puedes, porque tienes que declarar ese pozo y te cuesta dinero y burocracia (¡pero si ha sido de mi familia toda la vida!). Además, aunque siempre te pareció un sistema un poco dudoso, resulta que los pesticidas que llevas usando desde hace años... pues oye, que tampoco están bien.

El caso es que te pones nervioso. El tema de la sobrepoblación puedes arreglarlo con mucho trabajo y esfuerzo. De una parte supone una pérdida de productividad al tener menos plantas, pero de otra supondrá una mejor calidad de vida para tus plantas, igual se enferman menos. ¿La nueva plaga? Ufff... quizás, echándole pasta encima para poner una malla... malo, malo... la cosa pinta mal. ¿Unos años invirtiendo tus escasos beneficios? Sí... eso podría funcionar, aunque llevará tiempo... TIEMPO. El pozo... en fin, es una puñeta. Nadie tiene por qué enterarse, ¿verdad? Y si ocurre, pues ya lo arreglarás, tampoco es para tanto. ¡Los pesticidas también son un tema! Cuando tengas la malla igual dejan de hacerte falta pero, ¿y hasta entonces? Reduces la dosis, pero no dejas de echarlos por el momento. Como las plantas ahora tienen mejor calidad de vida, igual aguantan bien...

Pasan unos meses, y ves cómo los vecinos empiezan a comportarse de manera rara. ¿Me ha mirado por encima del hombro? ¿Ha dicho ese algo sobre el color de mis tomates? ¡Oye! ¿Pues no que ese otro me ha llamado hijo de puta? ¡Dice que mis tomates se van a quedar tontitos porque llevan pesticidas, habrase visto! En fin, como ahora produces un poco menos, te sigue yendo bien... pero cada vez ves más lejos el adquirir la malla.

Pasan más meses. ¿Y ese desconchón en tu muro, estaba antes? ¿Y esos dos tomates arrancados? Parece como si alguien se hubiera colado... qué raro, no han robado nada. Pasa un día, y tu hermano te dice que ha visto tu huertecito en YouTube. Eres la nueva sensación de Internet, y no para bien: que tus plantas están fatal; ¡pesticidas! ¡Maltrataplantas! ¡Si hasta tiene un pozo sin declarar! Madre mía, madre mía, ¡madre mía! Te llega una citación, que te han puesto una denuncia por maltratador, y porque no tienes en cuenta las nuevas normas de sanidad para controlar la nueva plaga. Te cae una inspección... "¿Y ese pozo, señor...?". Multa que te crió. Haces números: imposible comprar la malla. La multa te ha dejado tieso, las cosas pintan mal...

Toca hacer sumatorio: el huertecito te daba para poco más que vivir hace unos años. La nueva plaga te obliga a poner una malla que no puedes pagar. Los pesticidas... pues nada, te prohíben usarlos, ¡total, ni que pudieras pagarlos ya! El pozo, o lo declaras, o te lo clausuran (sí, en tu propio patio). Lo reconoces, hiciste algunas cosas mal, pero oye, ¡tenías intención de arreglarlo todo en su momento! ¡Maldito sea el tonto de la cámara! Decides cerrar tu negocio, y dejas solo cuatro o cinco plantas en tu huertecito, las justas para alimentarte tú. Las demás, con máximo dolor de tu corazón, las arrancas y las tiras a la basura. Y al día siguiente... vuelves a estar en YouTube y en la mitad de los periódicos: "el Maltrataplantas vuelve a la carga"; "no tuvo bastante, deseaba ser Asesino"; "abandona a sus queridas mascotas, y se queda tan ancho"; "pobres tomates, ¡nunca irán a la Universidad!". "Que les den", piensas. Te encuentras otro trabajo, y al cabo de unos meses nadie se acuerda de tu huertecito. Tu querido, querido huertecito... Si tan solo el dinero cayera de los árboles, y pudieras haber puesto esa maldita malla...

Vale, y ahora yo añado esto para cerrar. Imaginad que no era un huertecito, sino un zoo/acuario/granja intensiva. Imaginad que lo de la sobrepoblación es cambiar jaulas por grandes habitáculos. Imaginad que la malla es el coste monetario de los grandes habitáculos. Imaginad que el tonto de la cámara es el típico animalista que no tiene ni puta idea de dónde encontrarse los cojones. Imaginad que los vecinos que te miran mal y que te compran cada vez menos son... buena parte de la población, que echan más cuenta a lo que oyen de la prensa sensacionalista que a fuentes fiables de información. Imaginad... tantas cosas para imaginar.

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