domingo, 28 de julio de 2019

La filosofía del "a ver si cuela".



Raro será el que no haya vivido esta circunstancia: vas por la calle, por un lugar que está poco transitado; te cruzas con una persona de aspecto tirando a mugroso (normalmente un tío relativamente joven, pero no tiene por qué ser así), y después de mirarte un par de segundos, te para con una frase que tiene muchas variantes: "¿tienes un cigarro?". A veces te lo piden por favor, a veces no; a veces te piden fuego, a veces el cigarro; el caso es que si eres fumador, igual le dirás que no, o igual le dirás que sí. Si no eres fumador, pues le dirás un "lo siento, no fumo". Si tienes suerte, esa persona con la que te has cruzado será solo un adicto al tabaco más, que ha tenido un poquito de cara dura al pedirte algo por la calle... bueno, no es muy grave. Pero, ¿qué pasa si no has tenido suerte? Pues que no será solo eso, sino que después del cigarro, vendrá el "¿y un euro?". Dicho de otra manera, lo que te dijo antes era solo una excusa para pararte y para poder sacarte lo que buenamente pueda. Algunos se reirán al leer estas primeras líneas... a mí me hierve la sangre cosa mala, y a continuación voy a explicar por qué.

El personajucho que recurre a tamaña artimaña, más vieja que el cagar, no es más que un pícaro más. En una mayor o menor medida (y estas últimas palabras son importantes), su filosofía de vida se basa en el "voy a intentarlo, a ver si cuela", ya que para él no eres más que un dispensador de caprichos o, si tienes muy mala suerte, puede que incluso una víctima de atraco, ya que puede que vaya a más. Este personajucho ha sido malenseñado por sus vivencias a estudiar a su presa, a ver si hay duda en sus ojos o en sus manos, a ver si la presa se siente asaltada, molesta o contrariada, o si su presa tiene fuerza de carácter como para darle la vuelta a la situación. Ni que decir tiene que si después de pedirte el euro, se lo das, igual te pedirá algo más... y más... y más, ya que ese es un buen pedazo de su estilo de vida, es lo que se les da bien. Lo peor de todo es que si respondes con contundencia (es decir, con algo más que un firme "no"), es posible que se te revuelva y te diga algo como "joder, solo era un euro", y lo peor de todo es que hasta lleva razón, ya que es una estrategia de rapiña la mar de astuta, si bien ruin. El personajucho en cuestión muy probablemente le irá pidiendo un euro a todo el que pille, y quizás al cabo de unas semanas haya pedido muchos "un euro", que acabarán siendo cientos o miles en equis tiempo. ¿Qué pasa? Pues que eso no lo sabe nadie más que él mismo. Si le pidiera cien euros a alguien por la calle se reirían en su cara, pero como lo va esparciendo por toda la sociedad que le rodea, pasa desapercibido. ¿Por qué me cabrea tanto una cosa tan tonta?, dirán algunos. Pues porque no deja de ser un tipo de atraco a muy pequeña escala. Si tienes bombas, coches, y una banda de ladrones entrenados para hacer un atraco bien hecho, no pillarás a un transeúnte por la calle, te irás a asaltar un banco. Si todo lo que tienes son dientes podridos y mala cara... pues te tienes que conformar con rapiñar así, pero no por ello deja de ser grave. Sin embargo, no es mi objetivo aquí criticar a un ratero de barrio, sino la filosofía de vida en sí, que es a lo que voy a continuación.

Así pues, tenemos un estilo de vida que se basa en apretar las tuercas al que tienes enfrente con un nivel elevado de discreción. Le sacas unas uñas de plástico para incomodarlo, y aunque muchas veces no te servirá de nada, pocas veces correrás un riesgo suficiente como para que te lleves un disgusto y dejes de hacerlo. Esto, sin lugar a dudas, y por repugnante que resulte en una sociedad mínimamente civilizada, es algo que está en la naturaleza, es en lo que se basan las relaciones de dominancia, e incluso los cortejos. Pero claro, es obvio que no es lo mismo sacar esas "uñas de plástico" para rapiñar un euro cada pocas horas, que sacar una "lengua de plástico" para seducir a una moza (o mozo) y llevársela al huerto (aunque personalmente, debo decir que a mí también me parece horrible). Es más, hay gente que se gana la vida de una manera casi honrada con este mismo estilo de vida... ¿os suena la profesión del comercial, o la figura del agente de marketing? No dejan de ser lo mismo, tirar una caña muy bien diseñada, y ver quién pica, lograr que alguien compre algo que no necesita a base de envolverlo en uñas, lengua, o papel de plástico. Bonito, pero de plástico. No voy a ser yo el criajo llorica que os diga que está mal hacer estas cosas porque a mí me sienten mal, toda la naturaleza lo lleva a cabo, pero sí que me voy a permitir decir que en el punto medio está la virtud: no es lo mismo tirar una caña alguna que otra vez, de una manera discreta y (dentro de lo posible) no dañina, que convertirlo en una costumbre del día a día y acabar convirtiéndote en un ratero y un abusón. Dicho de otra manera: si NECESITAS algo, adelante, tira la caña, a ver si cuela; si NO NECESITAS algo... no te conviertas en un hijo de puta molesto, por favor. El mundo sería muchísimo mejor para todos si no hubiese hijos de puta molestos.

jueves, 25 de julio de 2019

Un consejo para exponer.



Hace no mucho llegó al departamento en el que estoy ahora una muchacha que está haciendo un doctorado industrial por ahí, perdida. El caso es que está terminándolo, y le tocaba venir a hacer una presentación sobre lo que llevaba hecho y sobre lo que le queda por hacer, ya que dentro de poco presentará la tesis. Y bueno, durante esa presentación le noté unas cuantas cosas no demasiado obvias, pero que estaban ahí: repetía gestos, se reía sola y de forma automatizada sin haber contado una broma, cogía y soltaba un palo que tienen aquí para señalar cosas en la pantalla sin sacarle mucha utilidad, y un pequeño etcétera de cosas que, en definitiva, revelaban algo que me confesó después: que estaba nerviosa. Ponerse nervioso antes de hablar en público es algo de lo más normal, y me aventuro a pensar que se deba a que tradicionalmente, de niños, nos enseñan en mayor o en menor medida a no meter ruido y a respetar a los demás, por lo que crecemos con la noción de que llamar la atención en un grupo es algo indeseable, y al final la mayoría lo interiorizamos de tal forma que nos resulta difícil el acaparar atención de una manera prolongada e intensa. No todo el mundo se ve en una de estas circunstancias de tener que exponer algo en público, pero sí una gran cantidad de gente, y es por eso que me animo hoy a dar un consejo que desearía que me hubieran dado hace mucho tiempo... pero voy a darle un pequeño preámbulo.

Todos hemos escuchado el "imagínatelos a todos en calzoncillos" de Barney Gumble en los Simpsons. Aunque es un consejo que por estúpido que suene, funciona (aunque es complicado ponerlo en práctica...), este y otros consejos están bastante extendidos entre la gente, y se suelen repetir cuando alguien está nervioso y algún colega quiere tranquilizarlo. Algunos de los más típicos que me vienen a la cabeza (además del anterior) son el mirar al fondo de la estancia para no fijarse en nadie en particular, o su contrapartida, que es fijarse mucho en una sola persona que parezca interesada en el tema de la exposición; también se suele recomendar el controlar la respiración, tanto antes de la exposición, como durante ella; otro truco habitual (aunque menos deseable si quieres dar una buena impresión) es, directamente, no fijarse demasiado en el público, o echarles solo miradas esporádicas para que no parezca que pasas de ellos por completo; y luego, claro, está uno de mis preferidos, romper el hielo con una broma tonta que haga reír al público al comienzo de la presentación (que es un poco arriesgado porque corres el riesgo de que no se ría ni el Tato, pero siempre puedes intentar arreglarlo con un "¡ajá, tenemos un público difícil!"). El caso es que todos estos consejos, si bien útiles, tienen una cosa en común que ya he dicho antes: están muy extendidos, y todos los hemos escuchado en mayor o en menor medida. El que yo os voy a dar, aunque no voy a cometer la falacia de decir que me lo he inventado yo, sí que os digo que a mí no me lo ha revelado nadie, lo he descubierto por mí mismo con los años.

No todo el que tiene que hablar en público es un estudiante, y no todo el que tiene que hablar en público ha tenido que exponer un trabajo con el miedo de "tengo que hacerlo bien o me pondrán mala nota", pero sí que intuyo que todo el que se pone nervioso al tener que hablar en público tiene en mente la idea de no querer hacer el ridículo, o lo que es lo mismo, resuena en su cabeza un "si no lo hago bien, haré el ridículo". Os propongo que hagáis el siguiente ejercicio mental: imaginad que tenéis que, en efecto, exponer un trabajo típico de instituto/universidad. Se trata de un trabajo para el que te ha costado unos días (o semanas, si eres de los que se lo curran) reunir cierta información y darle forma, seguramente hasta lo habrás ensayado en casa un par de veces. Pregúntate a tí mismo esto: exceptuando a algún experto (o profesor) que, de manera casual, ya conozca el tema, ¿dirías que te encuentras entre las personas de la sala que más saben sobre aquello de lo que vas a hablar? Lo lógico es que respondas un "sí", así que paso a lo siguiente: ¿para qué estás exponiendo ese trabajo, para que te pongan una nota, o para que tus compañeros aprendan sobre aquello de lo que has investigado? Y aquí es donde para mí radica el problema, pues la mayoría responderán la primera de las opciones. ¿Y si intentas darle la vuelta? Imagínate por un momento que no hay notas, ni profesores, ni instituto ni universidad; tan solo eres un "experto" hablando de un tema, ya que deseas que los que te rodean aprendan algo nuevo. Definitivamente yo no estoy en la cabeza de todo el mundo, pero os puedo decir que cuando me di cuenta de este tonto detalle, mi manera de ver las exposiciones cambió de forma brutal. Obvio, te sigues poniendo nervioso... pero son unos nervios diferentes, vas más preocupado por que se te pase algo importante, que por hacer el ridículo, ya que al "saber" que eres el experto del tema en la sala, es improbable que hagas el ridículo a menos que te asalten con alguna pregunta muuuy tocapelotas (que no es lo habitual para gente joven, que son los que más tienden a ponerse nerviosos con estas cosas).

Así pues, resumo para terminar: en mi opinión, el principal problema con el ponerse nervioso ante una exposición o un hablar en público radica en el la mentalidad, la actitud, lo que los ingleses llaman "mindset". Si vas pensando en que te van a juzgar o a "poner una mala nota", vas jodido de inicio. Si vas pensando que vas tan solo a informar a los que te rodean de algo que te resulta interesante, o de algo para lo que, al menos, has tenido que dedicar un buen pedazo de tiempo, te casi aseguro que tus problemas a la hora de hablar en público se verán mermados considerablemente.

sábado, 20 de julio de 2019

Otro sueño raro, parece un fanfic.




Algunos sabéis que no hará más de un par de años soñé que yo era Hugh Jackman, dentro de una peli de acción que hacía junto a Robert de Niro y a otro actor más cuya identidad no recuerdo (creo que Jason Statham, pero no estoy seguro). Hoy he soñado algo parecido, y me apetecía plasmarlo en una publicación.

En una de estas, resultaba que alguien (muchos "álguienes", de hecho) me quería matar; típico, vaya. El caso es que entraba en uno de estos clásicos sueños de estar huyendo de todo y de todos al más puro estilo de la segunda peli de John Wick, solo que yo no era un asesino entrenado con capacidad de matar mirando. Seguía siendo yo, y me tocaba solo huir. El escenario iba cambiando drásticamente en cada esquina, entre trozos de lo que era mi barrio de toda la vida, y de otras zonas que me resultan familiares en mayor o menor medida (Rabanales, Segovia, alguna calle de Lugo...). Pero bueno, voy con la chicha, lo que interesa: después de huir durante una prolongada agonía de terror sicológico, me sonaba el móvil; el nombre que aparecía: Robert Downey Jr. Y sí, era Robert Downey Jr., no Tony Stark...

Robert Downey Jr., que obviamente era poco menos que mi amigo de toda la vida, me decía que tenía una manera de ayudarme. Me revelaba que aquellos que querían matarme lo hacían por culpa de un malentendido, que algún mafioso me había usado de cabeza de turco y estaba bien jodido. También me decía que él podría solucionarlo, pero que para ello necesitaría algo de tiempo, y que los pasos hay que darlos uno por uno. El primer paso, obviamente, era ponerme a salvo para poder sobrevivir mientras mi amigo Robert Downey Jr. (ja, ja, ja) movía los hilos necesarios para salvarme. Así pues... el primer paso era conseguir llegar vivo hasta su casa, y de ahí ya iríamos enfriando las lentejas.

Obviamente, mi amigo Robert Downey Jr. (ja, ja, ja) vivía en Sevilla, así que me tocó coger un tren en alguna de las sedes de Renfe para bajar hasta allí. Una vez allí, refugiándome de las balas entre contenedores y quioscos, conseguí llegar a la casa de mi amigo Robert Downey Jr. (ja, ja, ja); como no podía ser de otra manera, la casa de Robert era la de mis padres de toda la vida. Total... que al final llegaba allí, y me contaba su plan: la manera más fácil de ponerme a salvo era recuperar su arma secreta del sótano de su casa, pero como los sueños, sueños son, su sótano, que parecía una enorme y absurda base militar empotrada bajo el barrio de Los Granados, había sido ya tomada por los que me querían matar. Ahí la cosa se tornaba en una peli de acción: Robert me daba fuego de cobertura con una pistola que no tenía antes, y yo debía ir hasta la otra punta de uno de los hangares para recuperar su arma secreta (porque el muy hijoputa no me iba a acompañar). No os voy a aburrir mucho más... balas, explosiones, gritos de "ROBEEERT!", pero al final lo conseguí sin un rasguño. Salimos corriendo, y huimos del sótano para volver a su casa.

Ya de vuelta, mi amigo Robert Downey Jr. (ja, ja, ja, voy a empezar a llamarlo Bob) se tomaba su buen tiempo para contarme que tenía que desaparecer del mapa gracias a su arma secreta, y tras mucho preámbulo y charla insulsa, abría el maletín. Bueno, supongo que nadie se sorprenderá si os digo que era la armadura de Iron Man, ¿no? Cabía en el maletín, claro, era la versión esta de las pelis que con una pequeña pieza se expande a todo el cuerpo por nanobots. En una de estas, Bob estiraba su mano para darme una de las piezas de su armadura mientras mi corazón latía con fuerza (joder, ¡iba a ser Iron Man!), pero entonces una de las paredes de la casa de Bob (la de la cocina de mis padres) se desvanecía en un efecto especial de bajo presupuesto, y aparecía Tom Hiddleston cosplayeado de Loki para joder la marrana. Bob y Tom empezaban a pelearse de manera encarnizada mientras yo observaba la contienda impotente (aún desconozco el motivo). En un descuido de Tom, Bob me lanzaba la pieza de la armadura de Iron Man, que rápidamente se acoplaba a mi mano. En unas décimas de segundo, la armadura empezó a extenderse por mi brazo con una fría sensación, mientras yo me excitaba más y más pensando en que iba a desaparecer del mapa volando con la armadura de Iron Man.

Y entonces, cuando sentía que el casco empezaba a envolver mi cabeza... sonó el puto despertador.

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miércoles, 17 de julio de 2019

¿Es malo el materialismo?



Quizás sea porque me he criado en España y no en EEUU, pero desde pequeño he visto en casi todos los que me rodean una mentalidad relativamente poco ambiciosa, pasiva casi. No es que diga que sea malo conformarse con ganar una oposición y vivir hasta el último de los días con la única meta de formar una familia y conservar una plaza fija pero, ¿dónde quedó aquello de cumplir nuestros sueños?

Estamos acostumbradísimos a recibir un mensaje hiper-tóxico, aquel de que todo empresario de éxito es un cerdo capitalista que solo piensa en el dinero, y que todo lo que hace, lo hace sin pensar en los que tiene debajo. No voy a negar que debe haber muchos así pero... ¿y los demás? Nos venden que "el dinero no da la felicidad", y que amar el dinero y el materialismo es sinónimo de ser poco menos que un malnacido y un canalla. ¿Por qué? Sencillamente, me pregunto, ¿a qué se debe esto? ¿Por qué esa animosidad hacia la gente ambiciosa, y hacia el propio concepto de la ambición? Como me gusta hacer con estas publicaciones, voy a atacar con un ejemplo.

Imaginad a dos personas que se conocen, podrían ser incluso amigos. Uno de ellos es el típico parroquiano de bar de barrio, una persona chillona y quejica (hablo de que tiene conductas tóxicas, no necesariamente "malas" o "molestas") que se dedica a vivir su vida, y en mayor o menor medida, a echar pestes de lo que encuentra, ya sea en el bar, o en las redes sociales que frecuente. Ya sabéis... ese típico conocido que todos tenemos, que le intenta quitar la razón a alguien preparado en un tema por el simple hecho de haber leído alguna cadena de Whatsapp escrita hace cinco años por algún idiota (que resulta decir lo contrario a lo que dice el preparado). El otro es una persona ambiciosa; no voy a decir si es bueno o malo, o si tiene buenos principios o ninguno, pero sencillamente es ambicioso. Se pasa el día trabajando o encontrando maneras de conseguir fuentes de ingresos (mientras el otro ve el fútbol), comiendo sano, haciendo ejercicio, y siguiendo estrictamente una agenda para aumentar su productividad (mientras el otro se va de cervezas), invirtiendo en su formación (mientras el otro se lo gasta en tabaco y ropa cara de marca). No voy a machacar más, creo que la idea se entiende.

Un día, ambos se cruzan en el bar. El no ambicioso le cuenta al otro que le va muy bien, que su mujer espera un hijo, y que le van a hacer una subida de sueldo en el ayuntamiento del pueblo. El ambicioso expresa cuánto se alegra de ello, y cuando le toca el turno, le comenta que a él también le va muy bien, y que por fin la inversión de tiempo y dinero en su negocio está dando frutos. A base de hablar y hablar, el no ambicioso se entera de que el ambicioso está ganando cinco veces más que él, y que espera ganar diez veces más para final de año... A la cara, normalmente, no le va a decir nada, pero soy muy capaz de imaginarme sus pensamientos: "si yo dejara de comprar tabaco también sería tan rico como tú"; "qué cerdo, y encima lo va restregando..."; "fijo que tiene algún primo que conoce a Aznar y compañía, nadie se hace rico por lo legal...". Y de nuevo, no voy a machacar más, creo que la idea se entiende.

A donde en definitiva quiero llegar, es a las preguntas que hice al principio. ¿Qué hay de malo en que te guste el dinero? ¿Qué hay de malo en ser un poco materialista? ¿Por qué la gente extiende ese mensaje tan fatalista de que aspirar alto es malo? Y ojo, que yo no estoy hablando de los verdaderos "cerdos capitalistas" que defraudan millones a Hacienda y que exprimen a sus empleados. Me niego en rotundo a creer que para ser un empresario de éxito, o un rico en definitiva (que no hace falta ser empresario para ser rico), hay que ser un hijo de puta sin escrúpulos. Sé que esta clase de mentalidad tóxica viene de antiguo, de cuando surgió la revolución industrial (o incluso más atrás) y los empresarios emergentes maltrataban hasta al último de sus empleados en muchos casos. Pero... joder, aunque todavía ocurren esas cosas, cada vez menos. ¿Por qué no se dejan de extender esas ideas y se apoyan más las ambiciones? ¿Por qué no pone la gente el mismo interés en esto que en tratar de convencer a otros sobre lo presuntamente bueno que es ser vegano, animalista, o provida? Masoquismo, o necesidad de sublimar frustraciones auto-infligidas con toxicidad, no se me ocurre otra respuesta.

domingo, 14 de julio de 2019

¿Qué es la sabiduría?



Como hago a menudo, empiezo esta publicación con una nota previa: lo que voy a escribir aquí está puramente basado en mi propio conocimiento y experiencias, por lo que no tiene por qué ser representativo de una auténtica verdad. Dicho esto... comienzo.

Como buen fan de Dragones y Mazmorras, hay tres conceptos, por así llamar, "mentales", que siempre he tenido bastante presentes a lo largo de mi vida: inteligencia, sabiduría y carisma. Creo que salvo que venga un estadounidense a leerse esto, nadie tendrá demasiada duda sobre lo que son la primera y el último: la inteligencia podríamos decir que es la capacidad de procesar datos en la cabeza, tanto para asimilarlos, como para aplicarlos, aunque pueda tener una infinidad de connotaciones según el tipo de inteligencia del que hablemos. El carisma no tiene nada que ver, y se limita a ser una habilidad social que toma muy diferentes colores; más o menos, sería algo así como la capacidad que tenemos para influir en otras personas, ya sea por medio de labia, o por medio de dominancia, pasando por otro montón de diferentes estrategias de convicción. Pero entonces nos queda el otro, la sabiduría. ¿Qué es la sabiduría? Como suele pasar con los conceptos complejos, las acepciones de la RAE, si bien correctos, son bastante mierder y se quedan cortos (incluso me los voy a ahorrar), así que voy a intentar desglosar este término.

Repitiéndome, para los fans de Dragones y Mazmorras como yo, la sabiduría es una característica mental un tanto rara e inconexa. En dicho juego servía fundamentalmente para englobar y potenciar tres cosas: la fuerza de voluntad, la capacidad de percepción (¿?), y todas aquellas cosas que caían en un cajón de sastre al más puro estilo del misticismo, como podrían ser la capacidad de lanzamiento de hechizos "sagrados" (clérigo, paladín...), "naturales" (druida, explorador...), o las rarísimas capacidades de un monje, dependientes de chakra, energía mística, y la madre que las parió. Como podemos ver, en este juego la sabiduría tenía una representación... cuanto menos inconexa, rara, sin demasiado sentido. Se podría decir que era "un algo" bastante abstracto que se veía magnificado en aquellas personas que dependían de un poder superior, o en aquellas personas que van del rollo gurú iluminado. ¿Por qué he empezado esta publicación con una frikada de D&D? En primer lugar, porque este es mi blog y me lo follo cuando quiero. En segundo lugar... porque esas cosas tan raras que he puesto unas líneas más arriba tienen su mijita de fundamento. Vamos con otro enfoque.

Dejando a D&D a un lado, ¿qué es, entonces, la sabiduría? En mi opinión no es algo tan diferente de la inteligencia, ya que no deja de ser una manera de procesar y aplicar datos... pero va por otro rollo. A diferencia de la inteligencia, que más o menos se mantiene estable a lo largo de la vida de una persona (hay gente que nace y muere superdotada, o supertonta), la sabiduría es algo que se desarrolla (normalmente) con la experiencia de vida, y con la vejez. No en vano, se suele decir que los ancianos son las personas más sabias (que aunque tiene su parte de verdad, es una falacia como un camión, pero bueno, aceptemos barco por ahora), ya que son las que más han vivido y las que más anécdotas tienen para compartir. Si un chaval muy, muy listo (elevada inteligencia) decide montar un negocio con veinte añitos, y resulta que se da en los alambres por no tener ni idea de cómo funciona una empresa, su fallo será el de no haber tenido experiencia suficiente en este campo, o lo que es lo mismo: le ha faltado sabiduría. Si esa misma persona, veinte años después, decide volver a intentarlo con más experiencia, y acaba triunfando, la diferencia fundamental (pues habrá otras) será el hecho de que ahora tenía más experiencia, y más sabiduría. Pero claro... es muy simplón decir que la sabiduría es la experiencia de vida, no me gusta reducirlo a tan poco. Voy con otro enfoque antes de terminar.

¿Sabéis de ese amigo que se ralla muchísimo con la tontería más gorda? ¿Sabéis de ese político medio maligno de las series de la tele que manda a la muerte a mil personas por salvar a diez mil? ¿Sabéis de esa vez que no sabéis qué ropa poneros porque no sabéis si hará frío o calor? El primero, seguramente se rallaría mucho menos si tuviera a alguien cerca que le dijera que no se ralle, y acabará dándole menos importancia a esas cosas a medida que crezca. El segundo seguramente tenga una lucha interna, que ayuda a solucionar a base de preguntarle a sus ministros, quienes le aportan su propia experiencia (o eso se esperaría de él). Lo tercero... te podrías tirar un minuto entero o más mirando el armario como un idiota, ¿verdad? Pero a la hora de la verdad, no podrás saberlo hasta que te asomes a la ventana o hasta que aprendas a predecir el futuro (sí, es un sarcasmo). Todas estas, en definitiva, son tesituras de la vida que cuentan con cierta incertidumbre, y que requieren de asumir un riesgo mayor o menor. En base a la experiencia de vida de cada uno, normalmente acabaremos tomando la decisión que consideramos más correcta (incluso si nos acabamos equivocando), pero no acaba ahí; con la edad y la experiencia, además, aprenderemos a tomar esta clase de decisiones de manera más rápida. Dicho de otra manera, si tuvieras a tu yo del futuro a tu lado para decirte si debes ponerte ropa más fresca o más calentita, seguramente te dirá que va a dar igual, pero que para quedarte tranquilo puedes cogerte algo más fresco y llevarte una chaqueta en la mano, por si acaso. Así pues... y con esto cierro: para mí, de una manera un tanto abstracta (que no es para menos) la sabiduría es la capacidad de saber a qué dar mayor o menor importancia, o la capacidad de saber en qué merece la pena volcarse y en qué no, en base a una experiencia previa. ¿El motivo de que se la suela asociar a los ancianos? Aparte de lo de la experiencia... yo creo que es simplemente que tienen la mente más fría.

jueves, 11 de julio de 2019

Consejos para ahorrar: 8.


1) Cada vez que vayas a hacer una compra, hazte una consulta rápida: ¿lo necesito de verdad? Dicho de otra manera, ¿puedes vivir sin ello y/o prescindir de ello supondrá una gran incomodidad en tu vida? Si lo necesitas, adelante, tampoco hay que vivir siendo un rata. Si no lo necesitas... bueno, pues ya dependerá de ti lo que acabas haciendo, pero si te acostumbras a hacerte esta sencilla consulta preventiva, te ahorrarás muchos gastos tontos. En última instancia... puedes hacer como el señor Terry Crews.



2) Esta igual se le atraganta a alguno, pero como estos consejos son puramente prácticos y en muchos casos bastante relativos, no me la voy a callar. Imagínate que estás intentando ahorrar por cualquier motivo, pero no lo consigues. Hacer balance, y descubres que se te va muchísimo dinero en "ratos sociales", como puede ser mantener viva una amistad o incluso una relación amorosa. No en vano, he visto muchas veces una frase de mentalidad emprendedora que dice "quédate con quien te ayude a montar un emporio, no con quien te pida joyas". Obviamente hay muchas medias tintas entre esos dos casos pero... bueno, creo que la idea se entiende. A veces, algunas personas aportan más lastre que cosas positivas a nuestras vidas, y es mejor dejarlas ir.

3) Adáptate a lo que te rodee. ¿Quieres ir a ver un museo y te has enterado de que los miércoles es gratis visitarlo? Pues no vayas un sábado para aprovechar un día libre. ¿Hay una oferta de un producto que no sueles comprar en el supermercado? A lo mejor te puede valer la pena probarlo, incluso si acaba no gustándote y no lo vuelves a comprar. ¿Hay día del espectador en tu cine favorito? Pues... ya sabes.

lunes, 8 de julio de 2019

¿Un animal social?



Antes de empezar este blog solía dejar caer mis "Federilosofadas" en Facebook, porque era demasiado perro para abrir un blog. Graciosamente, hoy me ha salido en Facebook una de esas publicaciones como un recuerdo, y me apetecía publicarlo. Haré lo mismo si salen más de estas antiguas publicaciones, y si no me dan vergüenza ajena del antiguo Fede.

Venga va, la Federilosofada del día. Llevo toda la vida escuchando una afirmación dogmática que se repite una y otra vez: que el ser humano es un animal social. Personalmente, nunca he estado de acuerdo con esta afirmación, aunque le concedo el beneficio de la duda porque siempre he sido un tío bastante raro y doy por hecho que la mayoría de la gente no es como yo en cuestiones de gusto por la socialización.

No obstante... cada día/mes/año veo más y más extenderse una tendencia: a la gente normalmente no le gustan los trabajos de cara al público (los hay que sí, lo sé), y me baso en lo siguiente para decirlo: cualquiera que busque trabajo en estos últimos años verá que hay una gran demanda por un sector que está en gran auge, la imagen del "Relaciones Públicas" (o similar), es decir, una persona especializada en comerse los marrones y tratos externos de una empresa o particular. ¿Por qué, si el ser humano es un animal social, le da tanta importancia a una figura profesional que presuntamente le quita al empresario una de las facetas más supuestamente esenciales de su naturaleza? Algunos dirían que por tratarse de una persona especializada en hacerlo y que por lo tanto lo hará mejor y con más profesionalidad. Pero voy un poco más allá.

Cada día vemos más y más empresas que, tradicionalmente, han sido la más clara imagen del "negocio de cara al público" (me refiero a hostelería y tiendas de compra-venta), y que últimamente tienden a minimizar el contacto con el cliente. Tiendas online que se limitan a hacer transacciones bancarias y envíos de productos. Ahora también están de moda, por lo visto, los restaurantes en los que te sientas y te aparece un menú en una mesa con pantalla táctil, de manera que al camarero solo le dices "hola", y "gracias" (y eso si no te llaman para que lo recojas en la barra). ¿Por qué, si el ser humano es un animal social, a medida que salen avances tecnológicos hace lo posible por minimizar las interacciones sociales? Personalmente, no me cuadra.

Las Fedeconclusiones (que por supuesto, son de Fede y nadie más tiene por qué estar de acuerdo):

1) El ser humano es un animal que vive en sociedad por obligación y conveniencia, quizás en ocasiones por diversión, pero no por naturaleza.

2) Disfruta y/o requiere de contactos limitados cercanos (familia y amigos), y poco más.

3) Por supuesto, al ser una especie muy poco sometida a selección, ya sea natural o artificial, hay de todo, y sin dudas habrá un alto porcentaje de gente que no encaje con las Fedeconclusiones 1 y 2, pero las tendencias que marcan los avances "sociotecnológicos" apuntan a otro sitio.

domingo, 7 de julio de 2019

Un año de ansiedad.



Escribo esto para ayudarme a obligarme a hacer un ligero cambio en mi vida... paso a explicar.

Aunque no recuerdo la fecha exacta, aproximadamente por estas fechas del año pasado fue cuando me dio aquel desagradable brote de ansiedad que, en parte, le dio una vuelta a mi vida, tanto para mal como para bien. Resulta que unos cuantos meses después, estando ya estacionado en mi puesto de trabajo castellano, empecé a ir al psicólogo por recomendación del médico de cabecera, y no tuve ningún problema con ello. El caso es que en una de las consultas le pregunté al hombre que si era bueno hablar sobre la ansiedad con otras personas, ya que por una parte he leído en muchos sitios que es bueno compartir los problemas personales para "aliviar la carga", pero al mismo tiempo también me dijo ese mismo médico que la clave para combatir la ansiedad es no darle importancia y tratar de ignorarla lo máximo posible (en palabras suyas, es muy típico que se compare a la ansiedad con una "novia celosa" xD). ¿Cuál fue su respuesta? Pues que sí que está bien compartir el cómo se siente un paciente de ansiedad... pero con moderación. No está mal hacerle saber a la gente que un determinado día estás regular, pero sí está mal ir pregonándolo a los cuatro vientos, ya que de esa manera se entra en un bucle auto-destructivo que se conoce clínicamente como la "conducta de enfermo". Dicho con otras palabras: tratando de luchar contra la ansiedad, acabas abrazándola aún más de una manera diferente. Y bueno, como todo ejercicio mental, aquello tuvo su aprendizaje... llevo ya un tiempo tratando de ver cuándo debo y no debo exteriorizarlo, pero fue un determinado día en el que literalmente, la segunda frase que le dije a una persona tras presentarme fue un "no estaba exactamente nervioso, es que padezco de ansiedad y..." cuando me di cuenta de a qué se refería el médico. Y por eso, como dije en la primera línea, busco con esta publicación redondear ese aprendizaje y erradicar la "conducta de enfermo". Quiero contaros cómo se siente, y que sea la última vez que lo haga a menos que algún día concreto me sienta fatal. Así pues, ¿qué os quiero contar aquí? Pues voy a resumir en dos párrafos las repercusiones que ha tenido para mí el padecer un año de ansiedad, primero lo malo, y luego lo bueno (sí, habéis leído bien con lo de "lo bueno").

Lo malo... muy obvio. Cuando me dio el primer brote, literalmente pensaba que me iba a dar un infarto. Los siguientes días fueron casi peores, ya que no hacía sino pensar en que tenía el corazón fatal y que los médicos no querían prestarme atención, que no podía ser solamente ansiedad. Me llegó a pasar eso que he visto en muchas series de no querer comer, cosa con la que hasta ese momento no llegué a empatizar. Después tuve dos días de insomnio desagradables in extremis, después me dio otro brote espontáneo en el camino de vuelta del trabajo... y creedme, es una cosa muy jodida. La naturaleza de los animales "pensantes" nos lleva a la evitación de experiencias traumáticas (ejemplo: una vaca no suele volver a comer de un pasto tóxico que le haya provocado una gastroenteritis). ¿Qué me diríais si os contara que, después de aquel segundo brote, empecé a cambiar mi ruta de vuelta del trabajo? O sea, no es ninguna coña... os hablo de que cruzaba la calle por un lugar diferente y acababa caminando dos o tres minutos más con tal de evitar la remota posibilidad de que esa zona de la calle en la que me dio el brote tuviese alguna posibilidad de provocarme otro. Loco y estúpido, pero muy real, y es que el ser humano tiene un gran pedazo de irracionalidad dentro. Aquello me llevó a dejar la beca que tenía en Santander (aunque no fue el único motivo), tras lo que tuve como un mes de tratamientos bastante incómodos que me quitaban mucha vitalidad... y bueno, después de eso, la cosa fue poquiiiiito a poco a mejor. Después habría días en los que pensaba que la cabeza se me iba a apagar, días en los que sentía un hormigueo en el pecho, días en los que no podía dormir, días en los que me daban dolores espontáneos a lo largo y ancho del cuerpo (desde un dolor casi incapacitante en la espalda, hasta un día que me empezó a doler un huevo, literalmente), y así podría seguir describiendo una cantidad de sintomatologías increíbles. Tantas, de hecho, que cuando eran leves se volvían hasta interesantes, era como vivir nuevas experiencias que cada vez estaban más bajo mi control. En resumen: empezó fatal, llegué a pensar que estaba a punto de morirme, pero fue evolucionando a mejor muy lentamente.

Pero no hay cruz sin cara, voy con lo positivo. A medida que fui yendo al psicólogo, a medida que fui escuchando a mis amistades (que me sorprendió saber que SEIS de mis amigos eran también pacientes de ansiedad xD), y a medida que en definitiva me fui informando sobre esta puñetera enfermedad, fui convenciéndome de que era algo puramente psicológico. El sistema de alerta de mi cuerpo estaba mal, era como si la alarma del coche saltase sin motivo alguno, solo que aquí, en vez de ser un pitido molesto e inútil, se traducía en auténticas señales de "vas a morir". Así pues, ¿cuál era la clave? Un ejercicio mental basado en disciplina, en decirse a uno mismo que no merece la pena darle vueltas a cosas que no están bajo mi control. ¿Sabéis qué? Que eso no solo lleva a aprender a gestionar la ansiedad, sino a aprender a ser más sabio en el día a día para casi todo. No es ningún secreto que yo soy una persona bastante miedosa y que siempre lo he sido, pero aprender a no darle tantas vueltas a las cosas (acción de la que nace el miedo muchísimas veces) te lleva en general a ser más arrojado en la vida, a asumir más riesgos y a coger el toro por los cuernos. No, no me he convertido en ningún puto amo en unos meses, pero tengo muy claro que el yo de hace 3 ó 4 años no habría sido capaz de llevar una casa, facturas y un coche con tanta naturalidad como lo hago desde que aprendí a gestionar la ansiedad. Y no, no os voy a decir una americanada tipo "todo el mundo debería experimentarlo", porque los primeros meses son una auténtica putada con mayúsculas... pero sí que os voy a decir ese viejo dicho: no hay mal que por bien no venga. Por último, y esto lo voy a resumir, esta experiencia también me ha llevado a saber ser más empático con gente que pasa por cosas parecidas. El yo de hace un par de años era un poquito más hijoputa sin siquiera saberlo, cuando escuchaba aquello de "nosequién está deprimido" lo único que salía de mí era decirme un tiránico "eso son tonterías". Aunque en este mundo hay de todo, y debe haber gente que tenga muchas tonterías (los típicos que solo quieren llamar la atención), he aprendido que esta clase de enfermedades que quedan fuera del control personal son una cosa muy jodida, y que hay que saber dejarles espacio y comprensión.

martes, 2 de julio de 2019

Yo tenía un huertecito...



Imagina el siguiente caso hipotético (está un tanto exagerado a propósito... espero que entendáis la segunda intención):

Tienes un huertecito la mar de mono, y bastante grande. Tienes de todo en él, desde los más típicos tomates y pimientos, hasta algunos pequeños arbolitos, como manzanos, naranjos... El caso es que estás súper contento con tu huertecito, y no solo tú, sino también tus vecinos. Algunos de ellos disfrutan de pasar a saludar y darse un paseo por tu huertecito (con tu permiso, claro). Algunos, fíjate, hasta se animan a echarte un cable con toda su buena voluntad, y de vez en cuando riegan los vegetales, arreglan el suelo y demás. Los que más y los que menos de entre aquellos que viven cerca de ti te han pagado alguna vez por tus servicios (esto es, los frutos de tu huertecito), y llega un momento en el que te va tan bien que decides dejar tu trabajo y vivir de él. Tu querido huertecito se convierte en tu oficio, tus vecinos y familiares lo ven bien; y todos estáis súper felices, no hay ningún problema...

Pero entonces, un día, la ciencia avanza y se empiezan a publicar determinadas cosas que... te hacen ponerte en guardia. Resulta que tus plantas no están todo lo bien que creías... A pesar de toda tu buena voluntad, tu huertecito está sobrepoblado, es decir, que tiene más plantas de las que la superficie de tu huertecito puede alojar para permitir una correcta producción. Esto implica, por ejemplo, que las raíces de las plantas compiten unas con otras (¡Anda! ¡Por eso crecían algunos pimientos tan despacio!). Además, resulta que por efecto del cambio climático ha llegado a tu latitud un nuevo parásito que es peligroso para el ser humano, pero no sabes exactamente cuándo ni cómo, ni si podría estar afectando ya a tu pobre huertecito. Te enteras de que hay mejores sistemas de riego más amigables con el medio ambiente que tu querida regadera, y que el agua de pozo que solías usar... pues oye, que ya no puedes, porque tienes que declarar ese pozo y te cuesta dinero y burocracia (¡pero si ha sido de mi familia toda la vida!). Además, aunque siempre te pareció un sistema un poco dudoso, resulta que los pesticidas que llevas usando desde hace años... pues oye, que tampoco están bien.

El caso es que te pones nervioso. El tema de la sobrepoblación puedes arreglarlo con mucho trabajo y esfuerzo. De una parte supone una pérdida de productividad al tener menos plantas, pero de otra supondrá una mejor calidad de vida para tus plantas, igual se enferman menos. ¿La nueva plaga? Ufff... quizás, echándole pasta encima para poner una malla... malo, malo... la cosa pinta mal. ¿Unos años invirtiendo tus escasos beneficios? Sí... eso podría funcionar, aunque llevará tiempo... TIEMPO. El pozo... en fin, es una puñeta. Nadie tiene por qué enterarse, ¿verdad? Y si ocurre, pues ya lo arreglarás, tampoco es para tanto. ¡Los pesticidas también son un tema! Cuando tengas la malla igual dejan de hacerte falta pero, ¿y hasta entonces? Reduces la dosis, pero no dejas de echarlos por el momento. Como las plantas ahora tienen mejor calidad de vida, igual aguantan bien...

Pasan unos meses, y ves cómo los vecinos empiezan a comportarse de manera rara. ¿Me ha mirado por encima del hombro? ¿Ha dicho ese algo sobre el color de mis tomates? ¡Oye! ¿Pues no que ese otro me ha llamado hijo de puta? ¡Dice que mis tomates se van a quedar tontitos porque llevan pesticidas, habrase visto! En fin, como ahora produces un poco menos, te sigue yendo bien... pero cada vez ves más lejos el adquirir la malla.

Pasan más meses. ¿Y ese desconchón en tu muro, estaba antes? ¿Y esos dos tomates arrancados? Parece como si alguien se hubiera colado... qué raro, no han robado nada. Pasa un día, y tu hermano te dice que ha visto tu huertecito en YouTube. Eres la nueva sensación de Internet, y no para bien: que tus plantas están fatal; ¡pesticidas! ¡Maltrataplantas! ¡Si hasta tiene un pozo sin declarar! Madre mía, madre mía, ¡madre mía! Te llega una citación, que te han puesto una denuncia por maltratador, y porque no tienes en cuenta las nuevas normas de sanidad para controlar la nueva plaga. Te cae una inspección... "¿Y ese pozo, señor...?". Multa que te crió. Haces números: imposible comprar la malla. La multa te ha dejado tieso, las cosas pintan mal...

Toca hacer sumatorio: el huertecito te daba para poco más que vivir hace unos años. La nueva plaga te obliga a poner una malla que no puedes pagar. Los pesticidas... pues nada, te prohíben usarlos, ¡total, ni que pudieras pagarlos ya! El pozo, o lo declaras, o te lo clausuran (sí, en tu propio patio). Lo reconoces, hiciste algunas cosas mal, pero oye, ¡tenías intención de arreglarlo todo en su momento! ¡Maldito sea el tonto de la cámara! Decides cerrar tu negocio, y dejas solo cuatro o cinco plantas en tu huertecito, las justas para alimentarte tú. Las demás, con máximo dolor de tu corazón, las arrancas y las tiras a la basura. Y al día siguiente... vuelves a estar en YouTube y en la mitad de los periódicos: "el Maltrataplantas vuelve a la carga"; "no tuvo bastante, deseaba ser Asesino"; "abandona a sus queridas mascotas, y se queda tan ancho"; "pobres tomates, ¡nunca irán a la Universidad!". "Que les den", piensas. Te encuentras otro trabajo, y al cabo de unos meses nadie se acuerda de tu huertecito. Tu querido, querido huertecito... Si tan solo el dinero cayera de los árboles, y pudieras haber puesto esa maldita malla...

Vale, y ahora yo añado esto para cerrar. Imaginad que no era un huertecito, sino un zoo/acuario/granja intensiva. Imaginad que lo de la sobrepoblación es cambiar jaulas por grandes habitáculos. Imaginad que la malla es el coste monetario de los grandes habitáculos. Imaginad que el tonto de la cámara es el típico animalista que no tiene ni puta idea de dónde encontrarse los cojones. Imaginad que los vecinos que te miran mal y que te compran cada vez menos son... buena parte de la población, que echan más cuenta a lo que oyen de la prensa sensacionalista que a fuentes fiables de información. Imaginad... tantas cosas para imaginar.