lunes, 31 de diciembre de 2018
Feliz año 2019.
En estas fechas tan señaladas se me ocurría hacer una publicación breve. Es la primera vez que voy a pasar la Nochevieja "solo", de modo que he decidido coger al toro por los cuernos y dar el cante de alguna manera (aunque lo vayan a ver 4). Dicen que la uva es una de las frutas menos sanas que existen, sobre todo porque tiene mucha azúcar en su composición, así que, ¿por qué no solucionarlo? He aquí una alternativa a las doce uvas de la suerte: los doce taquitos de caña de lomo de la suerte.
Con eso y un bizcocho, y aunque sea un poco temprano, feliz año 2019 a todos.
viernes, 21 de diciembre de 2018
miércoles, 19 de diciembre de 2018
Sonidos satisfactorios del mundo de los videojuegos
Llevo meses dándole vueltas a la cabeza sobre cuál iba a ser mi próximo "top" (entre comillas por el mismo motivo de la otra vez: no tiene sentido llamarlo top sabiendo que no puedo evocar todos y cada uno de los recuerdos contenidos en mi cabeza como para poder ordenarlos), pero no terminaba de cuajarme una idea que fuese lo suficientemente original, a la par que motivadora como para echarle un buen rato. Hoy, viendo un vídeo un tanto al azar, esa idea me ha llegado a la cabeza del tirón: ¿qué hay que mole más que el hecho de molar en sí mismo? ¿Qué da más satisfacción que la propia satisfacción? Y ahí es a donde he llegado, así que aquí os presento un recopilatorio con 10 de los sonidos/experiencias más satisfactorios del mundo de los videojuegos. Las reglas del juego son las siguientes:
-Lo que aparezca aquí debe causar satisfacción al espectador de alguna manera. Quizás fue diseñado para provocar satisfacción en sí misma, quizás está asociado a algo que da una gran sensación de ganancia, o quizás se escucha muy pocas veces, tras un elevado esfuerzo.
-Variedad: cada sonido/experiencia debe pertenecer a un videojuego o saga diferente.
-Originalidad: aun a riesgo de caer en un "¿eso qué puñetas es?", procuraré mantener la sensación de querer saber cuál es el siguiente. Algunos os sonarán, y otros no tanto.
-Mi memoria: pues lo que dije más arriba... si no me acuerdo de alguno, por mítico que sea, le tocará quedarse fuera.
-Mundo de los videojuegos: deben ser sonidos o experiencias puramente del mundo de los videojuegos... con una falsa excepción que dejaré caer al final.
10) Final Fantasy: Victory Fanfare.
No me quiero enrollar más de la cuenta porque voy a parecer ya un obseso del Final Fantasy, y precisamente por eso lo pongo el último. No obstante... hay que saber reconocer un mérito cuando se tiene. La musiquita que da nacimiento al Victory Fanfare de casi todos los Final Fantasy nos ha dado a muchos una infinita cantidad de momentos de satisfacción, ya sea por acabar ese combate arduo y largo, o por ver a nuestro chocobo terminar en primer lugar. Pongo el del 7 por ser el más significativo para mí, el primero que escuché.
9) Ape Escape: capturar a un mono.
Jugué a este juego siendo un crío, y todavía recuerdo lo increíblemente satisfactorio que era darle con la porra en la cabeza a un mono y después cambiar a la red. Los típicos, los del pantalón amarillo o celeste... meh, esos daban igual, pero los del pantalón azul oscuro o verde eran unos malditos hijos de fruta como ellos solos. Conseguir ponerlos a tiro de la red y atraparlos era todo un logro a veces, en parte, por la pésima jugabilidad que tenía este juego tan experimental (y chulo), pero lo cierto es que por esa misma combinación me merecía la pena ponerlo aquí. Os pongo un vídeo un tanto al azar del juego, ya que es difícil encontrar un momento adecuado de un juego tan antiguo y relativamente desconocido.
8) Muchos videojuegos: el sonido de un golpe crítico.
Me tiré un rato pensando cuál sería el más adecuado aquí, pero realmente en casi todos los juegos resultan casi igual de gratificantes. Un sonido de un katanazo, un sonido de una explosión, un golpe normal acompañado de la pantalla zarandeándose; el caso es que cuando encajas un crítico, lo normal es que te dé un subidón por todo el cuerpo. Ver la barra de vida del malo bajando a bocados es una gran experiencia, y ver el valor numérico del daño multiplicado y/o en otro color, mola cantidad. Os dejo uno de los sonidos de crítico más satisfactorios que recuerdo, el de Lineage 2. Casi parece que el arma esté gritando *¡piña, piña!*.
Muchos no conoceréis esta sensación, pero poneos en el pellejo adecuado: un objeto de comercio de un típico juego de grindeo extremo, que bien puede salirte uno tras días (si no semanas) de matar, matar y matar sin parar en los niveles de juego más elevados. Tienen un valor incalculable dentro del juego, y tanto es así que hay hasta addons y cosas del estilo para que te suene algo especial cuando cae uno de ellos. Es precisamente a estos sonidos especiales a los que me refiero, y aquí os dejo una muestra. Es tal el hype que te da, que no sé a otros, pero a mí me daba la necesidad inmediata de cogerlo del suelo, no se me fuese a caer la conexión en ese instante.
6) Los justicieros: $$$ + ¡BALAS! + ¡MOAOAPA!
Este dejará a más de uno con el culo torcido xD. No todos reconocerán esta joyita videojueguil de los 90, pero los que estamos bendecidos por conocerla sabemos de más lo agradable que era pasear la mano por la pantalla, clickar a ciegas, y que te salieran los fajos de billetes, los trozos de mapa, y el mitiquísimo ¡¡¡BAAALAS!!! Es difícil encontrar una cosa como esta de manera aislada, de modo que os dejo un vídeo resumen de todo el juego, que en los dos primeros minutos ya se oye el susodicho sonido.
5) Muchos videojuegos: la subida de nivel.
Buenoooo, ¿qué no decir de esta? Hay juegos en los que subir un nivel no vale nada, pero en la mayoría de ellos (los rpg masivos, sobre todo), el momento de subir de nivel es lo mejor de lo mejor. Es ese momento en el que aprendes una habilidad nueva, en el que desbloqueas una franja de atuendos/armas más poderosa, en el que te suben todos los atributos, o incluso en el que haces un checkpoint que te garantiza no poder perder experiencia durante un rato, si es que mueres. El caso es que es un momento colosal en la mayoría de videojuegos, y no podía quedarse fuera. Casualmente, y como he hecho en el del crítico, no recuerdo ahora mismo ninguna subida de nivel más satisfactoria que la del Lineage 2, un juego en el que los niveles elevados se volvían realmente frustrantes... pero por variar os dejo la del WoW, que también mola tela.
4) League of Legends: Pentakill.
Lo reconozco: uno de los primeros sonidos en los que pensé cuando se me ocurrió la idea fue el garfio de Blitzcrank, pero entonces le di un par de vueltas más a la cabeza, pensando en cuál es el sonido del LoL que más satisfacción pueda llegar a dar; la respuesta salió sola, pues es obvia. Muchos han experimentado la humillación de que le hagan un Pentakill en la cara, pero no tantos han disfrutado del subidón de hacerse uno propio. Yo mismo, tras unos buenos pocos de años viciando a este juego, apenas si me haría 3 o 4, así que sé muy bien de lo que hablo. Sobran más palabras.
3) Skyrim: Fus Ro Dah.
Lo consigues en tres partes, a lo largo de tres misiones distintas. En el proceso debes matar a un dragón (o dos, si no recuerdo mal), y la primera vez que lo usas el mando tiembla, sale una reverberación que coge toda la pantalla, y TOOODO lo que tengas delante se va a tomar por culo. Ha habido todo un gritón de memes en torno a este mitiquísimo berrido y, sencillamente, es que es la polla, se lo merece.
2) Abe's Oddysee/Exoddus: el Shrykull.
Otra de estas joyas del mundo de los videojuegos que no conocen tantos como deberían. Los juegos de Oddworld estaban caracterizados por ser plataformas de infiltración/puzzles, en los que manejabas a un personaje que, aunque disponía de maneras para causar auténticas escabechinas, en términos generales era un tirillas al que literalmente se podían merendar hasta los gusanos a lametones. Pero eso cambiaba durante algunos gloriosos segundos del juego: cuando te habías hecho las partes de Paramonia y Scrabania, Abe conseguía la capacidad de convertirse en un dios ancestral con un poder destructivo infinito. Liberar el poder del Shrykull te daba una sensación de omnipotencia absoluta durante unos instantes que se tornaban gloriosos, adornados con los rugidos del monstruo, los rayos que tiraba, y las explosiones que se cargaban todo a su paso (pasad hasta el final del vídeo para ver lo interesante).
1) Pokémon: una evolución.
Pocos hay que no hayan tocado ni un solo juego de Pokémon a estas alturas. Si a eso le sumas que cuando salió el primer juego de Pokémon todavía no estaban de moda las guías, y que muchos hemos vivido la experiencia de ver evolucionar a nuestro primer Pokémon sin saber que iba a ocurrir (y sin saber del todo lo que estaba pasando), cuando veías esos píxeles cutres parpadear con una música que ha pasado a la posteridad... pues eso, que te daba todo el hype. Yo no sé si merecerá el primer puesto, pero oye, a mí me vale. Aquí os dejo un típico a Bulbasaur, pero los que lo hemos vivido sabemos lo acojonante que era ver evolucionar a Dragonair a nivel 55, y lo bien que sienta.
X) Bonus - Jojo's Bizarre Adventure: ORAORAORAORAORA!!!!
De buena gana lo habría puesto como el primero de todos, pero como este último está mucho más asociado a una serie que a un videojuego, creo que debía estar aparte. Los que conocemos J.B.A. sabemos cómo se las gastaba Stardust Crusaders, y cómo te dejaba con la miel en los labios muchísimas veces. Todos esperábamos ese mágico momento en el que Jotaro le dejara a Star Platinum afilar sus nudillos con los dientes del malo, que solía ser alguien particularmente odioso. Pero ese momento... se hacía desear, y cuando llegaba... ay, omá. Un centenar de hostias de padre supersónicas no son el mejor remedio para la sinusitis, pero cuando suena el tema de Jotaro Kujo bien sabes que, como dice un colega mío, "ha llegado el momento de orar".
domingo, 16 de diciembre de 2018
Vacaciones pasadas por agua... fecal
Imaginad que planeais unas minivacaciones con un par de meses de antelación. Te enteras de que hay un concierto de uno de tus grupos favoritos en tu ciudad natal, y como te sobran dos días libres te dices "pues oye le hago una visita a los colegas y a mis padres". En esto que en uno de los cuatro trayectos a tomar, entre autobús, cercanías, otro cercanías, y un ave para rematar, te empiezas a sentir regular y muy acalorado. Al día siguiente (el del concierto), por supuesto, sales con fiebre, con dolor de barriga... pero nada más. Decides armarte de valor e ir al concierto tras una mañana de vigilancia y reposo, porque te sientes casi bien... y entonces empieza la fiesta. En el autobús, la vista nublada; con los colegas, cara de muerto; cuando abren las puertas... te alegras de que el hospital quede a cinco minutos, porque es ahí donde te va a tocar ir (e invertir unas cuatro horas para que al final te manden a casa sin diagnóstico claro). A la mierda el concierto, y a la mierda el plan.
El dia siguiente lo pasas de la cama al váter y del váter a la cama, echando de todo menos cosas elegantes. Resulta que una semana antes del viaje te enteraste de que el sábado (el día siguiente a la convalecencia) había un evento de videojuegos en Sevilla al que van tus amigos, así que también te compraste la entrada. Cruzas los dedos por salir un poquito mejor al día siguiente, tras una jornada de todo menos memorable...
Y te levantas, con el cuerpo cortado pero mejor de lo esperable. Vas al evento, saludas a los colegas con mejor cara que en la puerta del concierto. Hay risas, bromas, uno de ellos va de Pijamathur, la cosa va bien. Te das cuenta, por desgracia, de que el 90% del evento te parece un aburrimiento absoluto ya que se dedica casi exclusivamente a torneos de los 4-5 shooters de más éxito (exceptuando el único que te medio gusta), y a Alex. Ves un par de partidas de Alex, en las que gana Alex, y decides volverte con los colegas. Para colmo, resulta que acostumbrado a la típica comida de mierda que ponen en estos sitios, te encuentras que lo mejor de todo el evento es que sirven comida ARTESANAL, pero como vas con una gastroenteritis de caballo tienes que cortarte. La tentación te vence... Te pides un trozo de pizza con los ingredientes más benignos que puedes encontrar, y rezas por no morir. ...Sabe a gloria. Cuando crees que el evento no tiene más que ofrecerte, consideras que es el momento de coger camino, que hay que hacer la maleta de vuelta tras tan increíbles vacaciones.
En fin, un resumen de lo que puede llegar a ser un plan bien hecho, muy mal torcido, y medio salvado por el factor familia/amigos. No se lo deseo a nadie.
Sí... todo muy bonito.
domingo, 9 de diciembre de 2018
Elecciones, y por qué me cabrean.
No todos lo habréis sufrido en vuestras carnes pero, ¿alguna vez habéis echado una solicitud para una convocatoria oficial? Sí, me refiero a esas que salen en el BOE, que tienen por delante todo un documento de 30 páginas con toda su reglamentación, en el que se describe paso a paso y en un lenguaje muy espeso tooodo lo que tiene que ver con dicha convocatoria, desde los textos legales que la regulan, hasta los pormenores del puesto de trabajo, el sueldo, y sobre todo lo que aquí calza: los plazos. Ahora mismo me considero una persona "afortunada" porque al fin tengo un puesto de trabajo estable y en algo que me gusta, pero lo que ha venido antes de eso solo lo sé yo. Lo sé, lo sé, nunca he lidiado con clientes malnacidos, ni con bombas que caen del cielo a lo largo y ancho de mi barrio, pero dicen que cada uno lidia con sus propios demonios, ¿no es así? En mi caso, tengo muy claro que aquello que me tocó fue uno de los (múltiples) detonantes de mi actual trastorno de ansiedad, y aunque no quiero darle más importancia de la debida, me apetecía compartirlo con vosotros para llegar a lo que quiero llegar.
Poneos en mi pellejo de hace unos 6 meses: tenía una beca tirando a irrisoria que apenas me daba para mantenerme, un puesto de trabajo que no me llenaba demasiado, y sobre todo, unas ganas horrorosas porque saliera la resolución final de las ayudas para doctorados de 2017. "¿2017, Fede? ¿Seguro que no te has equivocado?". No, hijo, no... resulta que aquella convocatoria que tanto esperaba salió a mediados/finales de 2017, pero no se resolvió hasta finales de 2018... Eso, de una manera o de otra, supuso una espera de más de un año completo para saber si había sido elegido. Más de un año completo sin poder planificar nada con perspectiva, y con la desazón de querer saber el resultado. No os voy a hablar de la ingente cantidad de distintas resoluciones que iban saliendo, o sobre lo mal que lo pasé en el último tramo debido a lo que se podía deducir de los papeles, pero tengo clarísimo que es una vergüenza absoluta la cantidad de tiempo que se echa en sacar una puñetera convocatoria de FPI. Lo sé, que son más de 100-200 plazas, con varios miles de casos particulares involucrados... y no es esto lo que me cabrea de verdad, sino lo que toca en el siguiente párrafo.
Si preguntase al organismo en cuestión, seguro que me dirían que ellos estaban hasta arriba, y que no pudo salir más rápido el asunto porque no daban abasto (cosa que por cierto, dudo, pero vamos a darles un voto de confianza). ¿Por qué no contratan a más, entonces? Pues porque no habrá dinero, eso es de cajón. Y entonces digo yo... ¿cómo coño se come que para la resolución de unas ayudas económicas que benefician 100-200 chavales se tomen más de un puñetero año, mientras que para el recuento de votos (que involucra a DECENAS DE MILLONES DE VOTOS INDIVIDUALES) se tomen MENOS DE UN SOLO DÍA? Y aquí lo que me cabrea, la respuesta, que no puede ser otra más que la misma basura de siempre: la política es un farça-mandril, vende mucho, y es útil para mantener a la gente en ese delicado punto de equilibrio entre lo cabreado y lo tranquilo. ¿Cuantísimo dinero se destinará a montar las mesas de las elecciones, entre colegios, institutos, y una docena de personas recibiendo y contando votos en cada una de ellas? ¿Cuantísimo dinero se ahorraría y se podría destinar a cosas MUCHÍSIMO MÁS IMPORTANTES si se retrasara el recuento de votos, y se destinara una centésima parte de activos humanos a realizarlo? Imaginaos que en vez de tener que ir a votar un solo día tuviéseis una semana entera para no ir pillados de tiempo, además de que sería una excelente manera de crear unos cuantos puestos de trabajo temporales que no requieren de ninguna clase de formación (mejor una semana de paga que un solo día, digo yo). Y dirá el imbécil de turno "pero hombre, entonces tengo que esperarme una semana para saber si sale Susanita!!!!!!!111unouno". Pues a ese imbécil, después de desearle un babuchazo empapado en mierda por la cara, yo le diré que con una semana (o dos) no le va a salir un trastorno de ansiedad.
jueves, 6 de diciembre de 2018
Las aventuras de JC: el perro robot.
Pasó dicho par de semanas. Quedarían escasos días para Navidad, y en una tarde ya muy avanzada se escuchó el sonido de la tarjeta en la puerta. Con el silencioso en su cuarto, y conmigo y el Friki en el salón, solo había dos personas posibles: o el portero, que nunca vendría sin hacer un aviso, o nuestro co-protagonista favorito:
-¡M-muy buenas, chicos! ¡¿Qué tal?! -saludó JC, con una sonrisa de oreja a oreja. Antes siguiera de que nos diese tiempo a contestar, nuestros ojos se fueron un poco más abajo... y no, no hablo de la entrepierna.
-Eh, buenas, JC. ¿Qué traes ahí, loco? -le pregunté, fijándome en una caja enorme, que bien alzaría hasta su cintura desde el suelo.
-¡Pues una c-cosa que me he comprado en la feria de robótica! ¡M-mirad qué chulo!
Como si de un unboxing poco ortodoxo se tratase, JC se lió a romper precintos y envoltorios de papel, excitadísimo. No pasó ni medio minuto cuando nos mostró la gran caja de cartón en la que iba su nueva adquisición... y aquí debo hacer un pequeño paréntesis. Quiero que visualicéis lo siguiente: una enorme caja de cartón, con un perro dibujado en cada uno de los laterales (tipo Golden Retriever), y todo ello sobre un estampado similar a este, con letras en una fuente del estilo de "Comic Sans":
Sip. Tal cual. Un estampado de patitas de perro de colores. Recién salido de la feria de robótica. Ni que decir tiene que me quedé mirando el paquete con incredulidad, al igual que hizo el Friki. Continúo el relato.
-¿Q-qué os parece? -preguntó, con la adrenalina a flor de piel.
-Eh... muy... -el Friki gruñó algo, antes de continuar con la palabra adecuada- ¿bonito?
-Buaaah, tendríais que haberlo visto en la exposición, ¡era i-increíble! -En ese momento, JC se llevó una mano hasta la boca-. Vi cómo uno de los c-científicos que lo diseñaron le ponía una mano en l-la boca así, como estoy yo, y el robot se la mordisqueaba como si estuviera jugando con él. -En ese otro momento, JC imitó un mordisqueo sobre el dorso de su mano, a medio camino entre juguetón y algo patético, pero sin pasarse.
-Te gusta el trasto, ¿eh? -repuse yo.
-¡Me encanta! ¡E-estoy deseando que llegue la Navidad para enseñárselo a mi f-familia! Siento deciros que no os lo p-puedo enseñar, porque quiero estrenarlo allí... -añadió, con una fuerte y creíble nota de pesadumbre.
-Ah, no te preocupes, si nosotros estamos ya hartos de perros -lo excusó el Friki, a lo que respondí mordiéndome un dedo para no descojonarme.
-Ah... b-bueno, de verdad que lo siento, chicos. Ahora, si no os importa, v-voy a ver si lo recojo por ahí hasta las vacaciones.
Por aquello de que había centímetros entre nosotros y su cuarto, y la puerta no aislaba demasiado (tenía una rejilla), nos obligamos a comportarnos y no despollarnos ahí mismo, de modo que aplazamos la risa hasta el día siguiente...
Y el tiempo pasó. Transcurrió la Navidad felizmente, y ya estábamos listos para retomar el curso (al menos en cuerpo; en mente, era otro tema). JC fue el último en llegar, cosa normal porque era el que más cerca vivía de la residencia. El caso es que después de ponernos un poco al día, a el Friki se le ocurrió el comentario más adecuado.
-Oye, JC, ¿y tu perro robot? -preguntó, y me forcé a fingir una tos.
-Ah... sí... -De pronto, su rostro se volvió algo más sombrío de lo que estaba segundos atrás-. P-pues... ¿sabéis qué? Me ha decepcionado mucho. Cuando lo mostraron en la exposición, lo presentaron como si fuese algo puntero en IA [lo pronunció como /ai/ /ei/], y sin embargo, cuando lo probé en casa... no sé... como que me supo a poco, ¿sabéis a lo que me refiero? -el Friki se cruzó de brazos y asintió en silencio, transmitiendo complicidad.
-Creo que sí. Igual... no sé, te pareció que te habían vendido algo diferente, ¿no? Como si fuese... ¡qué se yo! ¿Un juguete? -Y aquí fue cuando se me distorsionó la cara: la mitad derecha quería sonreír, y la otra mitad la forzaba a no hacerlo.
-¿Juguete? -JC miró al techo, y se quedó pensativo-. ¿Sabes, F-Friki? Pues sí, algo así. Como si me hubiesen vendido un juguete para niños en la exposición de robótica. -Aquí no pude más; tuve que abrir la ventana y asomarme para no reírme en la cara del pobre-. Fede, ¿estás bien?
-Sí, sí, de lujo -dije, extinguiendo otra risa más-. Nada, que me ha dado un mareo. Dame dos minutos.
lunes, 3 de diciembre de 2018
Tontunadas: 1
sábado, 1 de diciembre de 2018
Solo cinco más.
Apurada, recorrió el pasillo de su casa. «A una gran empresaria, trabajadora, y amiga» rezaba una amarilleada nota enmarcada en la pared, de un viejo socio al que prestó demasiado dinero. «Solo cinco días más», le solicitó aquella muchacha, poco después, al agente que gestionaba su propio préstamo. No fue suficiente para sacarla de las dificultades por las que pasaba su compañía, pero sí para pagar sus deudas, salir del paso, y aprender más sobre la vida.
Dolorida, llegó al cuarto de baño y se apoyó sobre el lavabo. Sus huesudos brazos temblaban, pero no tanto como cinco años atrás. «Solo cinco semanas más», le pidió al que por entonces era su jefe, el tiempo que la lista de espera la separaba de comenzar su rehabilitación. «Una enfermedad de los nervios, incurable», le dijeron, pero salió de aquello más fuerte, más positiva, más viva.
Ahogada, una húmeda pesadumbre se le acumuló en el pecho antes de caer bajo el tiránico yugo de la tos: una, dos, y tres veces. El ardor era agobiante; el picor en la garganta, inaguantable. Cuando abrió los ojos, el sumidero tenía una macabra y oscura salpicadura, de roja sangre y necróticos restos que su cuerpo repudiaba. La mujer apretó un puño y, con la otra mano, se acarició con calidez el vientre. Miró al espejo y contempló sus ojeras, rodeadas por un rostro consumido, pálido, y cadavérico. Con un sobrenatural esfuerzo, tensó las comisuras de sus labios en una imposible sonrisa. «Solo cinco meses más», le rogó a su reflejo.
[La imagen no me pertenece. Sacada de un corto de Storyblocks].
lunes, 26 de noviembre de 2018
Canal de un colega
Me vais a perdonar si soy un poco cutre hoy, pero no voy a traer contenido propio. Un colega mío empezó un canal de Youtube no hace mucho, y aunque en la décima parte de tiempo tiene ya más suscriptores que mi publicación de más éxito, me apetecía hacerle un poco de publi (*COFF* *COFF* ESO QUE NINGUNO DE VOSOTROS HACÉIS POR MÍ *COFF* *COFF*). Es un tío simpático y muy positivo, os recomiendo que le echéis un ojo a su canal, especialmente a los vídeos que vayan en la línea del que aquí os pongo:
viernes, 23 de noviembre de 2018
Las aventuras de JC: Zapatero, a tus zapatos.
Después de este obligado descanso, retomo la serie que dejé a medias. Era otra de esas tardes perezosas... debía ser mediados de curso, allá por abril o así. Recuerdo bien que era un día de calor, pues tanto el Friki como yo andábamos ya en topless. Y... más que lo iba a ser, pues acababa de entrar en escena nuestro coprotagonista favorito: el enorme JC. Tras un tímido saludo, un par de idas y venidas de su cuarto para soltar los trastos, y algún que otro resoplido, se animó a comenzar una conversación.
-Eh, eh, tíos, ¿a que no sabéis qué me ha pasado hoy? -preguntó, con una inclasificable mueca.
-Ilumínanos, machote -se adelantó a responder el Friki.
-Pues... bueno, e-estaba yo en clase, ¿sí? Y... y el profe, yendo de una cosa a otra, preguntó algo así tonto, de... de cultura general. ¿Cómo era...? -JC recabó en su sesera durante unos segundos-. ¡Ah, sí! Que si sabíamos q-quién fue Primo de Rivera. -No sabiendo muy bien qué esperaba de nosotros, ambos nos mantuvimos en silencio-. Porque vosotros sabéis quién fue, ¿n-no?
-¿...Sí? -respondí, dubitativo, aún extrañado.
-¿Y tú, Friki? -contraatacó.
-Que sí, hombre. Venga ya, ¡arranca!
-S-sí, ya voy, je, je... -JC sopesó sus siguientes palabras, antes de lanzarlas-. Bueno, el caso es que... que es normal que lo sepáis, igual que l-lo sabía yo. Pero... ¿sabéis cuántos de mi clase han levantado la mano? -Lógicamente, me encogí de hombros-. Pues un par en la primera fila, contándome a mí. E-el caso es que... bueno... que me ha extrañado tanto que he empezado a darle vueltas a la cabeza. Mi madre siempre dice que hay que v-ver lo mal que está la enseñanza ahora. Y-yo normalmente se lo d-discuto porque pienso que yo soy bastante culto, pero... estas cosas te hacen pensar, ¿sabéis? ¿Será verdad lo de que la E.S.O. fue un error? -En aquel momento comprendí a dónde iba. A medio camino entre la risa y el alivio por dejar de sentirme tonto, resoplé con fuerza.
-Prfff, ya ves, macho. Si es que... la que está liando Zapatero... -En esta ocasión, fue el Friki quien se partió de risa.
-P-pues sí... tenemos un presidente que tela, ¿eh? Al final va a tener razón mi madre y todo...
Ahí fue cuando se encendió la alarma en mi cabeza, y a juzgar por la mirada de incredulidad de mi compañero de fatigas, también en la de el Friki. Él siguió riéndose, pero yo, como solía hacer con el muchacho, me mantuve un poco más estoico.
-Esto... JC, sabes que Zapatero lleva solo unos años en el poder, ¿verdad?
-S-sí, claro -respondió, con absoluta naturalidad.
-Y... ¿cuánto crees que hace desde que pusieron la E.S.O.? -JC se mantuvo en silencio-. Más fácil... ¿cuánto crees que hace desde que YO empecé la E.S.O.?
Ante tamaña pregunta, JC puso a tope de power el superordenador que era su cabeza, y en muy pocos segundos, el cálculo dio sus frutos. Unos cuantos segundos después, comprendió la broma, y la ironía. Sonrió.
-Ah... ja, ja, ja... claro, hombre, y-ya lo pillo...
Y poco más. En cuanto se metió para su cuarto, empecé a gesticular de todas las maneras posibles para que el Friki comprendiera cuánto me costaba no reírme a pleno pulmón. ¿Qué puedo decir? En su defensa añadiría que era algo más joven y alelado que nosotros; yo mismo estaba mucho más atontado un solo año antes de aquel... no tanto, pero mucho más que un año antes. Al menos, y para su suerte, ZP seguía en el poder, y JC no fue también víctima de un meme que lleva rodando ya unos diez años.
-Eh, eh, tíos, ¿a que no sabéis qué me ha pasado hoy? -preguntó, con una inclasificable mueca.
-Ilumínanos, machote -se adelantó a responder el Friki.
-Pues... bueno, e-estaba yo en clase, ¿sí? Y... y el profe, yendo de una cosa a otra, preguntó algo así tonto, de... de cultura general. ¿Cómo era...? -JC recabó en su sesera durante unos segundos-. ¡Ah, sí! Que si sabíamos q-quién fue Primo de Rivera. -No sabiendo muy bien qué esperaba de nosotros, ambos nos mantuvimos en silencio-. Porque vosotros sabéis quién fue, ¿n-no?
-¿...Sí? -respondí, dubitativo, aún extrañado.
-¿Y tú, Friki? -contraatacó.
-Que sí, hombre. Venga ya, ¡arranca!
-S-sí, ya voy, je, je... -JC sopesó sus siguientes palabras, antes de lanzarlas-. Bueno, el caso es que... que es normal que lo sepáis, igual que l-lo sabía yo. Pero... ¿sabéis cuántos de mi clase han levantado la mano? -Lógicamente, me encogí de hombros-. Pues un par en la primera fila, contándome a mí. E-el caso es que... bueno... que me ha extrañado tanto que he empezado a darle vueltas a la cabeza. Mi madre siempre dice que hay que v-ver lo mal que está la enseñanza ahora. Y-yo normalmente se lo d-discuto porque pienso que yo soy bastante culto, pero... estas cosas te hacen pensar, ¿sabéis? ¿Será verdad lo de que la E.S.O. fue un error? -En aquel momento comprendí a dónde iba. A medio camino entre la risa y el alivio por dejar de sentirme tonto, resoplé con fuerza.
-Prfff, ya ves, macho. Si es que... la que está liando Zapatero... -En esta ocasión, fue el Friki quien se partió de risa.
-P-pues sí... tenemos un presidente que tela, ¿eh? Al final va a tener razón mi madre y todo...
Ahí fue cuando se encendió la alarma en mi cabeza, y a juzgar por la mirada de incredulidad de mi compañero de fatigas, también en la de el Friki. Él siguió riéndose, pero yo, como solía hacer con el muchacho, me mantuve un poco más estoico.
-Esto... JC, sabes que Zapatero lleva solo unos años en el poder, ¿verdad?
-S-sí, claro -respondió, con absoluta naturalidad.
-Y... ¿cuánto crees que hace desde que pusieron la E.S.O.? -JC se mantuvo en silencio-. Más fácil... ¿cuánto crees que hace desde que YO empecé la E.S.O.?
Ante tamaña pregunta, JC puso a tope de power el superordenador que era su cabeza, y en muy pocos segundos, el cálculo dio sus frutos. Unos cuantos segundos después, comprendió la broma, y la ironía. Sonrió.
-Ah... ja, ja, ja... claro, hombre, y-ya lo pillo...
Y poco más. En cuanto se metió para su cuarto, empecé a gesticular de todas las maneras posibles para que el Friki comprendiera cuánto me costaba no reírme a pleno pulmón. ¿Qué puedo decir? En su defensa añadiría que era algo más joven y alelado que nosotros; yo mismo estaba mucho más atontado un solo año antes de aquel... no tanto, pero mucho más que un año antes. Al menos, y para su suerte, ZP seguía en el poder, y JC no fue también víctima de un meme que lleva rodando ya unos diez años.
lunes, 19 de noviembre de 2018
Una de estas... del día a día...
Cuando escribo anécdotas me gusta exagerarlas un poco para que queden más graciosas. Hoy haré una excepción, pues ha sido una de estas ocasiones en las que la realidad supera a la ficción.
Hace unos días hice un pedido en Amazon: un despertador, un brazo para el móvil (para el coche), y una ensaladera. Como no puede ser de otra manera, puse en los detalles del pedido que, ya que yo trabajo por las mañanas, por favor, me lo enviasen por la tarde. Un carajo para mí, por supuesto que han pasado por la mañana... Total, que cuando he vuelto del curro miro en la web de Correos, y veo que el paquete está de nuevo en reparto, lo que me hace pensar que iban a pasar por segunda vez en el mismo día. A esto que, con un poquito de fe, me pongo a hacer tiempo... 1... 2... 3 horas... nada, que el paquete no llega, y como yo tenía que hacer cosas, pues decido salir a la calle a hacerlas. El plan era el siguiente: primero, ir al taller de encima de mi casa, para pedir un poco de asesoramiento; segundo, ir al APPinformática, para recoger un cable que había pedido; tercero, ir al Día, a por leche. ¡Qué iluso!
En estas que voy al taller, y mientras voy subiendo la cuesta de mi calle (bastante pronunciada, recordemos que es Segovia), me empieza a dar uno de esos indeseables subidones de ansiedad, que hacía como una semana que no me daban. Llego al taller con la lengua fuera, respirando fuerte, y la gente me mira raro. Por suerte había un poco de cola, así que me dio tiempo a inspirar hondo y serenarme. Llega mi turno, y empiezo a hacer preguntas como un retrasado porque mi idea sobre coches y las consultas resultantes se quedan en un margen de conocimiento muy reducido. Y... empieza a vibrarme el móvil. "Disculpe, tengo que contestar, que puede ser importante", digo yo. "No se preocupe", dice ella. Salgo del taller, voy a coger el teléfono... y se para. Como SÉ QUIÉN PUÑETAS ERA, me asomo a mi calle, y allí la veo, la furgoneta de Correos en todo el extremo más bajo de la calle. Como alma que lleva el diablo, me pongo a correr calle abajo haciendo zig-zag entre los transeúntes (¿cómo puede haber tanta gente en una calle tan apartada?). Veo que la furgoneta enciende las luces para pirarse... "¡¡PERDONE!!", chillo, y pillo a tiempo al hombre. Total...que sí, que era él, y que era mi paquete. Lo recojo justo a tiempo, y me doy la vuelta para retomar mi conversación con la del taller... o ese era el plan, porque antes de eso, mientras subía de nuevo la calle, mis manos de trapo deciden hacerse notar, se me resbala el paquete, pierdo el equilibrio, lo lanzo hacia arriba en un reflejo erróneo, y acaba estrellándose contra una furgoneta (por suerte, el dueño no andaba cerca, y la caja era de cartón). Cojo el paquete antes de que toque el suelo, muerto de vergüenza y deseando que nadie me haya visto... pero sí lo han hecho, aunque tienen la decencia de mirar para otro lado. "A otra cosa, Fede", me digo, y vuelvo al taller. Allí... pues poco más, planteo unas dudas, y decido volverme a casa para guardar el paquetón de Correos.
Sabiéndome a salvo en mi guarida, abro el paquete con miedo, pues no recordaba si la ensaladera que pedí era de plástico o de cristal. Lo abro... "plástico", digo en voz alta. Abro el despertador, lo enchufo... "intacto", me digo tranquilo. Ya sereno del todo, se me ocurre que como me dijeron que el cable de la tienda de informática llegaría el lunes, habría altas probabilidades de que no hubiese llegado hoy mismo, así que decido llamar y... bingo, no ha llegado. "¿De verdad necesitas la leche hoy, Fede?", me pregunto. "...No tanto", me respondo.
Hace unos días hice un pedido en Amazon: un despertador, un brazo para el móvil (para el coche), y una ensaladera. Como no puede ser de otra manera, puse en los detalles del pedido que, ya que yo trabajo por las mañanas, por favor, me lo enviasen por la tarde. Un carajo para mí, por supuesto que han pasado por la mañana... Total, que cuando he vuelto del curro miro en la web de Correos, y veo que el paquete está de nuevo en reparto, lo que me hace pensar que iban a pasar por segunda vez en el mismo día. A esto que, con un poquito de fe, me pongo a hacer tiempo... 1... 2... 3 horas... nada, que el paquete no llega, y como yo tenía que hacer cosas, pues decido salir a la calle a hacerlas. El plan era el siguiente: primero, ir al taller de encima de mi casa, para pedir un poco de asesoramiento; segundo, ir al APPinformática, para recoger un cable que había pedido; tercero, ir al Día, a por leche. ¡Qué iluso!
En estas que voy al taller, y mientras voy subiendo la cuesta de mi calle (bastante pronunciada, recordemos que es Segovia), me empieza a dar uno de esos indeseables subidones de ansiedad, que hacía como una semana que no me daban. Llego al taller con la lengua fuera, respirando fuerte, y la gente me mira raro. Por suerte había un poco de cola, así que me dio tiempo a inspirar hondo y serenarme. Llega mi turno, y empiezo a hacer preguntas como un retrasado porque mi idea sobre coches y las consultas resultantes se quedan en un margen de conocimiento muy reducido. Y... empieza a vibrarme el móvil. "Disculpe, tengo que contestar, que puede ser importante", digo yo. "No se preocupe", dice ella. Salgo del taller, voy a coger el teléfono... y se para. Como SÉ QUIÉN PUÑETAS ERA, me asomo a mi calle, y allí la veo, la furgoneta de Correos en todo el extremo más bajo de la calle. Como alma que lleva el diablo, me pongo a correr calle abajo haciendo zig-zag entre los transeúntes (¿cómo puede haber tanta gente en una calle tan apartada?). Veo que la furgoneta enciende las luces para pirarse... "¡¡PERDONE!!", chillo, y pillo a tiempo al hombre. Total...que sí, que era él, y que era mi paquete. Lo recojo justo a tiempo, y me doy la vuelta para retomar mi conversación con la del taller... o ese era el plan, porque antes de eso, mientras subía de nuevo la calle, mis manos de trapo deciden hacerse notar, se me resbala el paquete, pierdo el equilibrio, lo lanzo hacia arriba en un reflejo erróneo, y acaba estrellándose contra una furgoneta (por suerte, el dueño no andaba cerca, y la caja era de cartón). Cojo el paquete antes de que toque el suelo, muerto de vergüenza y deseando que nadie me haya visto... pero sí lo han hecho, aunque tienen la decencia de mirar para otro lado. "A otra cosa, Fede", me digo, y vuelvo al taller. Allí... pues poco más, planteo unas dudas, y decido volverme a casa para guardar el paquetón de Correos.
Sabiéndome a salvo en mi guarida, abro el paquete con miedo, pues no recordaba si la ensaladera que pedí era de plástico o de cristal. Lo abro... "plástico", digo en voz alta. Abro el despertador, lo enchufo... "intacto", me digo tranquilo. Ya sereno del todo, se me ocurre que como me dijeron que el cable de la tienda de informática llegaría el lunes, habría altas probabilidades de que no hubiese llegado hoy mismo, así que decido llamar y... bingo, no ha llegado. "¿De verdad necesitas la leche hoy, Fede?", me pregunto. "...No tanto", me respondo.
sábado, 17 de noviembre de 2018
Sobre el catalán, el castellano, y la falta de educación.
He estado bastante tiempo sin internet, así que hoy retomo el publicar cada 2-3 días (o al menos, ese es el plan).
A lo largo de los años, y más desde que se puso de moda el independentismo catalán (porque, en efecto, es una moda como cualquier otra), se suele decir por ahí que Cataluña es una de las CCAA menos amistosas de España. No me meteré en si es verdad o no, pues he estado en varias y en todos lados hay de todo, pero sí que es verdad que se dice por ahí que en Cataluña la gente suele ser bastante estirada, que si el acento es muy pedante, que si los independentistas quieren destruir España, que si son muy cerrados a la hora de hablarte en castellano... y es en este último punto en el que quiero centrarme.
No puedo ser imparcial, pues mi tiempo en Cataluña, que fue de 4 meses y medio, fue totalmente en Barcelona, la cual es por motivos obvios la población más multicultural de Cataluña (y de España, según dicen). En mi caso no tuve muchos problemas, tan solo hubo un par de profesores que alguna que otra vez se ponía a hablar en catalán, y cuando se daban cuenta se disculpaban y volvían al castellano (anécdota que, por cierto, podría repetir para Galicia). Repito que tiene que haber de todo, pero se supone que si sales de Barcelona y te vas a Gerona o Lérida (provincia, o ciudad) tienes más posibilidades de encontrarte a esa gentucilla tan adorable que se cierra en banda y se niega a hablarte en castellano... Claro está que te puedes cruzar con un pueblerino que ni siquiera SEPA hablar castellano, pero no hablo de esos, sino de los que se niegan por una simple cuestión de cabezonería. Ya sabéis... toda esa morralla que se dice por ahí, desde los que hablan de la corona de Cataluña, hasta los que hablan de la superioridad de la raza catalana (me hacen mucha gracia esos últimos, sobre todo cuando critican a los andaluces por la siesta). Libertad de expresión lo llaman, sentimiento e identidad catalana, "principios", incluso, y lo pongo entre comillas porque no deja de ser una completa falta de respeto, ya sea por pura maldad, o de manera encubierta y sin siquiera darse cuenta. Me explico:
Que conste que tengo familia y amigos catalanes, a los que aprecio mucho, y a los que les respeto sus ideales. Uno de ellos, de hecho, me dijo una vez que él era independentista por sentimiento catalán, lo cual, si bien no comparto al tratarse de una irracionalidad como que te guste el azul o el amarillo (ugh... el amarillo...), insisto en que lo respeto, pues es un tío simpático y educado, y no es un terrorista ni un activista descerebrado. Pero ahora voy a los que decía antes, repitiendo previamente, y por enésima vez, esa frase de que en todos lados hay de todo: ¿creéis que un catalán independentista, catalanista, supremacista catalán, y con todo el set de -istas al completo, se cerraría en banda a comunicarse con un turista noruego que entre en su tienda (digamos que forrado), en inglés, por el hecho de su "sentimiento catalán"? Pues alguno habrá, no digo yo que no, pero soy más capaz de imaginarme a ese supuesto individuo buscando hasta saludos en noruego por su móvil, que hablándole en castellano a un peninsular cualquiera. Eso, colega, no es sentimiento catalán ni independentismo; eso es un desplante puro y duro, es racismo sin raza (xenofobia, quizás), y es una completa y absoluta falta de educación y de respeto. Si a ti te dieron culo en vez de teta, por favor, no hace falta que se lo devuelvas al mundo.
Lo de siempre... por favor, un poquito de sentido común, y de saber pensar. Ya he dicho que yo no me he cruzado nunca con ninguno de esos que se niegan a salir del catalán, por lo que doy por hecho que se trata de una minoría, pero para aquellos que se supone que existen... bueno, pues mierda para vosotros también, porque eso es lo que me estaréis deseando si algún día me negáis el habla por no conocer vuestra lengua. Y os dejo aquí una captura de pantalla que me ha arrancado una carcajada, para terminar:
A lo largo de los años, y más desde que se puso de moda el independentismo catalán (porque, en efecto, es una moda como cualquier otra), se suele decir por ahí que Cataluña es una de las CCAA menos amistosas de España. No me meteré en si es verdad o no, pues he estado en varias y en todos lados hay de todo, pero sí que es verdad que se dice por ahí que en Cataluña la gente suele ser bastante estirada, que si el acento es muy pedante, que si los independentistas quieren destruir España, que si son muy cerrados a la hora de hablarte en castellano... y es en este último punto en el que quiero centrarme.
No puedo ser imparcial, pues mi tiempo en Cataluña, que fue de 4 meses y medio, fue totalmente en Barcelona, la cual es por motivos obvios la población más multicultural de Cataluña (y de España, según dicen). En mi caso no tuve muchos problemas, tan solo hubo un par de profesores que alguna que otra vez se ponía a hablar en catalán, y cuando se daban cuenta se disculpaban y volvían al castellano (anécdota que, por cierto, podría repetir para Galicia). Repito que tiene que haber de todo, pero se supone que si sales de Barcelona y te vas a Gerona o Lérida (provincia, o ciudad) tienes más posibilidades de encontrarte a esa gentucilla tan adorable que se cierra en banda y se niega a hablarte en castellano... Claro está que te puedes cruzar con un pueblerino que ni siquiera SEPA hablar castellano, pero no hablo de esos, sino de los que se niegan por una simple cuestión de cabezonería. Ya sabéis... toda esa morralla que se dice por ahí, desde los que hablan de la corona de Cataluña, hasta los que hablan de la superioridad de la raza catalana (me hacen mucha gracia esos últimos, sobre todo cuando critican a los andaluces por la siesta). Libertad de expresión lo llaman, sentimiento e identidad catalana, "principios", incluso, y lo pongo entre comillas porque no deja de ser una completa falta de respeto, ya sea por pura maldad, o de manera encubierta y sin siquiera darse cuenta. Me explico:
Que conste que tengo familia y amigos catalanes, a los que aprecio mucho, y a los que les respeto sus ideales. Uno de ellos, de hecho, me dijo una vez que él era independentista por sentimiento catalán, lo cual, si bien no comparto al tratarse de una irracionalidad como que te guste el azul o el amarillo (ugh... el amarillo...), insisto en que lo respeto, pues es un tío simpático y educado, y no es un terrorista ni un activista descerebrado. Pero ahora voy a los que decía antes, repitiendo previamente, y por enésima vez, esa frase de que en todos lados hay de todo: ¿creéis que un catalán independentista, catalanista, supremacista catalán, y con todo el set de -istas al completo, se cerraría en banda a comunicarse con un turista noruego que entre en su tienda (digamos que forrado), en inglés, por el hecho de su "sentimiento catalán"? Pues alguno habrá, no digo yo que no, pero soy más capaz de imaginarme a ese supuesto individuo buscando hasta saludos en noruego por su móvil, que hablándole en castellano a un peninsular cualquiera. Eso, colega, no es sentimiento catalán ni independentismo; eso es un desplante puro y duro, es racismo sin raza (xenofobia, quizás), y es una completa y absoluta falta de educación y de respeto. Si a ti te dieron culo en vez de teta, por favor, no hace falta que se lo devuelvas al mundo.
Lo de siempre... por favor, un poquito de sentido común, y de saber pensar. Ya he dicho que yo no me he cruzado nunca con ninguno de esos que se niegan a salir del catalán, por lo que doy por hecho que se trata de una minoría, pero para aquellos que se supone que existen... bueno, pues mierda para vosotros también, porque eso es lo que me estaréis deseando si algún día me negáis el habla por no conocer vuestra lengua. Y os dejo aquí una captura de pantalla que me ha arrancado una carcajada, para terminar:
domingo, 28 de octubre de 2018
Sangre, muerte, y gloria.
Gerd yacía sobre las duras rocas del suelo de la estepa, con un hacha de mano a cada lado de su robusto cuerpo; hachas que lo habían acompañado durante años; hachas con las que había cortado innumerables quintales de leña, a lo largo de sus más de tres décadas de vida; hachas que había afilado un centenar de veces; hachas que habían segado tantas vidas en sus saqueos, que había perdido la cuenta; hachas, en definitiva, que habían compartido más momentos con él que ningún vivo. La boca le sabía a sangre, tanto suya, como ajena. Bajo una capa de suciedad y otra de agua de lluvia, sus potentes músculos trataban de brillar como los del más orgulloso y fuerte de los miembros de su clan... pero no podían. Con un colosal esfuerzo, levantó la cabeza, y se miró a su desnudo vientre. Una cruenta herida lo atravesaba de lado a lado, era un milagro que sus entrañas no estuviesen decorando el paisaje junto con los cadáveres de docenas de los suyos, y aún más de los del clan que los había atacado en mitad de la noche. El asalto fue inesperado, y la batalla, encarnizada y cruel. Sus amigos y familiares, junto a él mismo, habían conseguido repeler lo peor del ataque, seguramente sobrevivirían y mantendrían en pie por otros muchos años la supremacía de su clan. Pero él… dudaba llegar a verlo. Con un espástico tremor, su cuello cedió, y su cabeza volvió a reposar sobre el suelo con un chapoteo.
Nadie había ido a socorrerlo, ni a ejecutarlo. Sus ojos azules se cerraron y abrieron numerosas veces, sin saber si estaba en el mundo de los sueños, en el de los muertos, o en algún lugar intermedio, y desconocía cuánto tiempo llevaba allí tendido, incapaz de levantarse. Y entonces, escuchó unos pasos cercanos, ligeros, pero firmes. Un saqueador, o un guerrero de poco peso, le decía su experiencia. Su mano derecha intentó cerrarse alrededor del mango de una de sus hachas, pero los dedos no le respondieron. En su lugar, una mano áspera, pero fina y maternal, le tomó la suya. Gerd se esforzó, y abrió los ojos de nuevo, si bien no dio crédito a lo que contempló ante él. Un rayo de luz se había abierto paso entre las nubes de tormenta de aquella tarde, iluminando el que iba a ser su lecho de muerte mientras tres mujeres lo observaban. Las tres montaban sobre lobos enormes y vestían de manera parecida, con una armadura ornamentada de acero sobre un atuendo acolchado de pieles. Pero fue al mirarlas a la cara cuando el corazón de Gerd empezó a latir con fuerza. La piel de las féminas, blanca como la leche, no tenía mácula. La belleza de sus ojos azules y su cabello de oro no se aproximaba a la de ninguna otra mujer que hubiese conocido en vida. Sobre la testa llevaban cascos rematados con alas emplumadas, también de acero, y entre las tres se encontraba un magnífico corcel alado de capa torda. Desde su precaria posición le costó comprender lo que ocurría, pero no tardó en resolver el misterio: su muerte en combate estaba próxima, y las mismísimas valkirias de Odín habían acudido al campo de batalla para transformarlo en uno de sus Einherjar. Su humanidad provocó que un atisbo de pánico intentase tomar el control, pero sacudió la cabeza o, más bien, lo intentó, y se obligó a asumir su situación con hombría. Una oleada de orgullo lo acarició como la hoguera de su casa en invierno, mientras aquellas decididas mujeres lo ayudaban a montar sobre el caballo. Con la vista algo nublada, Gerd alzó la cabeza hacia el rayo de luz. Las valkirias se adelantaron a lomos de sus lobos, y se dieron la vuelta invitándolo a seguirlas bajo el repiqueteo de la lluvia. De pronto, sentía que había recobrado sus fuerzas de alguna parte. Tomó las riendas de su nueva y gloriosa montura, las arrió, y los cuatro volaron hasta perderse entre las nubes.
El camino a Valhalla debía ser largo, y Gerd no lo deseaba de otra manera. Al atravesar las nubes, el sol de la tarde comenzó a iluminar la escena, mientras el etéreo y rítmico batir de alas de su montura voladura lo mecía. Tras una larga y silenciosa espera, a lo lejos, comenzaron a aparecer diferentes edificaciones, cuya calidad arquitectónica haría palidecer de vergüenza la del Gran Salón de su clan. A medida que se acercaban, un coro de orgullosas voces, nacidas y curtidas entre las nieves del norte, fue llenando progresivamente el ingente vacío que los rodeaba. Las valkirias dirigieron la marcha hacia lo que parecía ser una gran ciudad sobre las nubes y el firmamento, que debía ser Valhalla. El corazón de Gerd fue calmándose, mientras contemplaba el comienzo de su destino final. Primero, los lobos lo llevaron hasta una gran edificación de piedra con incontables puertas. Allí, sus femeninas acompañantes lo despojaron de sus sucias ropas, su partida armadura y sus armas, y lo premiaron con un agradable baño caliente. Lo obsequiaron con un inmaculado y brillante camisote de mallas, ropas de abrigo nuevas, y le devolvieron a sus fieles y afiladas compañeras de fatigas. Cuando acabaron allí, lo llevaron a un nuevo lugar: una gargantuesca sala de madera con seis largas mesas, llenas de comida, y una infinitud de valerosos guerreros que disfrutaban de ella. Había tapices de las familias de los caídos decorando las paredes y, al fondo, una compañía de músicos que alegraba el ambiente de los norteños. Las mesas llegaban hasta los límites de la vista, y Gerd se dispuso a tomar un buen merecido almuerzo a base de salmón, solomillos de cerdo, pan, huevos y, por supuesto, hidromiel de la mejor calidad, hasta que se hartó. Sin embargo, allí tuvo su primera y extraña impresión: a medida que comía, se dio cuenta de que todos los demás guerreros disfrutaban, hablaban, y bromeaban entre ellos. Pero cuando Gerd intentó hablar con el que tenía más cerca, fue como si no estuviera allí... nadie le dio respuesta.
No pasó demasiado tiempo hasta que salió del salón, donde lo esperaban de nuevo sus tres escoltas y el corcel alado. En esta ocasión, lo llevaron hasta una casa de piedra, modesta, pero preciosa a los ojos. Gerd aceptó el papel que le tocaba, y abrió la puerta. Ante él se abrió un diáfano recibidor, decorado al gusto del que debía ser otro guerrero. En las paredes había escudos de armas; aquí y allá, estantes con armaduras, cascos, y aún más armas; los grises y firmes suelos de las habitaciones en las que se decidió a entrar estaban cubiertos con diversas y bien curtidas pieles, pero no fue hasta que subió una escalera, y encontró un dormitorio, que algo hizo que se le acelerase el pulso otra vez: un hombre, el habitante de aquella vivienda. Tenía los ojos azules y ovalados, como él. El pelo era castaño claro y trenzado, muy parecido al de Gerd. Su misma corpulencia, con algunos años más, si bien no muchos. Reconocería aquel rostro en cualquier parte, ya fuese en Valhalla, en Midgard, o en el mismísimo Helheim. Las facciones de aquel rostro no eran otras que las de su padre, un antiguo héroe de guerra de su clan, y ahora, un ejército de un solo hombre, como cabría esperar. La emoción hizo que se le subieran los colores, pero mantuvo la compostura, e hincó una rodilla en señal de respeto.
–Gerd, has crecido bien –dijo aquel hombre, levantándose de su silla.
–Gracias a vuestro alimento, padre –le respondió.
–Levántate. –Gerd obedeció–. No sé si enorgullecerme, o si apenarme por tu visita. –El hombre sacó un cántaro de una alacena, y sirvió dos generosos vasos de vino oscuro–. ¿Cómo estaba tu madre la última vez que la viste?
–Bien –respondió–. Feliz, pero sola –añadió, y su padre mostró una amarga sonrisa.
–Eso es mejor que nada. No te quejarás, hemos tenido a nuestra disposición a la mejor de las mujeres, ¡por el martillo de Thor, si hasta me soportaba a mí! –Emitió una profunda carcajada, y le tendió su vaso.
–Es cierto. –Gerd lo tomó, pero se pensó dos veces si beber o no.
–No fui muy buen padre ni marido, pero hice lo que pude. Al menos, al igual que tú, sí que fui un buen guerrero. El mejor de los guerreros. –Su padre chocó su vaso con el de Gerd sin previo aviso, y se llenó el gaznate con un profundo sorbo–. ¿Y bien? ¿Cuánto hace que llegaste? –Gerd lo miró a los ojos. Un detalle llegó a su memoria, y lo hizo llenarse de culpa.
–Unas horas –le respondió, sin más.
–¿Has comido algo? –le preguntó, y Gerd asintió–. Cuéntame algo, ¿has dejado hijos atrás? –Y fue aquella temida pregunta la que le provocó un nudo en el estómago.
–Siento deciros que no os he dejado nietos, padre. –En esta ocasión, el rostro de aquel hombre se ensombreció, pues sabía lo que eso significaba. Gerd había sido hijo único.
–Ya veo… En fin, es una lástima, pero no se van a alzar los gigantes del hielo por eso.
El hombre enterró la mirada en su vaso, y se lo terminó de un sorbo más. Sus palabras eran amables, pero su mirada decía algo más. En sus ojos había una fuerte decepción, si bien no iba acompañada de resentimiento. Una tristeza silenciosa que, Gerd lo supo, comenzó a corroerle las entrañas en aquel momento.
–Deseo volver a verte pronto –añadió–, pero si me disculpas, tengo otros asuntos ahora mismo.
Su padre le dio dos fuertes palmadas en el hombro, y se perdió por otra habitación. Apesadumbrado, Gerd dejó su vaso lleno sobre la mesa, y retornó al recibidor. Siempre se había visto a sí mismo como una persona muy primaria y simple pero, en aquel momento, decidió que necesitaba pensar, y visualizó un futuro imposible: un hogar caliente en un día frío, una buena mujer a su lado, media docena de hijos con los que honrar a su padre, y una abuela con motivos para irse feliz y orgullosa de aquella vida. En su mente, la imagen cobró vida, y le pareció lo más bonito que había sentido en todos sus años. Más bonito y más glorioso, de hecho, que lo que había sentido mientras ascendía a Valhalla, escoltado por tres hermosas valkirias, y cabalgando a lomos de un prodigioso caballo con alas. Gerd desahogó su frustración dando un tremendo puñetazo en la pared, y salió por la puerta. Su escolta seguía allí.
–Quiero volver al combate –declaró con firmeza.
–Eso no es posible, guerrero –dijo una de las valkirias.
–No me digáis lo que no puedo hacer –le espetó. Las mujeres se mostraron sorprendidas, pero no demasiado.
–Si volvéis con los mortales, no podréis retornar a Valhalla –lo increpó una de las mujeres, señalándolo con un dedo acusador.
–Volveré a Midgard, solucionaré un asunto pendiente, y volveré a ganarme el Valhalla –dijo Gerd con absoluta seguridad. Una de las valkirias lo observó, indecisa.
–¿Es esa vuestra voluntad, guerrero? –Gerd asintió, y acompañó el gesto con un puñetazo en su pecho–. Así sea.
De pronto, el vikingo sintió cómo se desvanecía. La luz de Valhalla se apagaba lentamente, y percibió un gran frío a su alrededor. Cuando se quiso dar cuenta, tenía los ojos cerrados y le pesaban los párpados. Sus brazos estaban entumecidos, pero sentía a sus fieles hachas en las manos. Una gran humedad lo envolvía, y el zumbido de un millar de insectos perturbaba su incómodo descanso. No… no eran insectos; era lluvia. Gerd abrió los ojos, y reconoció el lugar en el que se encontraba: la estepa de su clan. Le dolía todo el cuerpo, más aún que cuando recibió la cornada de un jabalí con catorce años. Miró hacia abajo, buscando la herida de su barriga, pero lo único que encontró fue una tremenda cicatriz muy bien cerrada. Quizás había sido un sueño, o quizás no, solo las nornas lo sabrían. Gerd tensó los músculos de sus piernas y flexionó las rodillas, que le dolieron como si le hubieran clavado incontables alfileres entre los huesos. Giró sobre sí mismo, y se impulsó hasta quedar de rodillas. Los costados le ardían como si acabase de darse un baño en un río de lava, y sentía la cabeza como cuando su primer caballo lo saludó con una coz en la sien. Gerd tomó aire, escupió una generosa cantidad de sangre, y se limpió la boca con el dorso de la mano. Reunió todas las fuerzas que sabía que le quedaban, y azuzó a la bestia salvaje que llevaba dentro de sí. Agarró con firmeza sus hachas, se puso en pie, y corrió bajo la tormenta, emitiendo un pavoroso grito de batalla que estremeció la tierra.
Nadie había ido a socorrerlo, ni a ejecutarlo. Sus ojos azules se cerraron y abrieron numerosas veces, sin saber si estaba en el mundo de los sueños, en el de los muertos, o en algún lugar intermedio, y desconocía cuánto tiempo llevaba allí tendido, incapaz de levantarse. Y entonces, escuchó unos pasos cercanos, ligeros, pero firmes. Un saqueador, o un guerrero de poco peso, le decía su experiencia. Su mano derecha intentó cerrarse alrededor del mango de una de sus hachas, pero los dedos no le respondieron. En su lugar, una mano áspera, pero fina y maternal, le tomó la suya. Gerd se esforzó, y abrió los ojos de nuevo, si bien no dio crédito a lo que contempló ante él. Un rayo de luz se había abierto paso entre las nubes de tormenta de aquella tarde, iluminando el que iba a ser su lecho de muerte mientras tres mujeres lo observaban. Las tres montaban sobre lobos enormes y vestían de manera parecida, con una armadura ornamentada de acero sobre un atuendo acolchado de pieles. Pero fue al mirarlas a la cara cuando el corazón de Gerd empezó a latir con fuerza. La piel de las féminas, blanca como la leche, no tenía mácula. La belleza de sus ojos azules y su cabello de oro no se aproximaba a la de ninguna otra mujer que hubiese conocido en vida. Sobre la testa llevaban cascos rematados con alas emplumadas, también de acero, y entre las tres se encontraba un magnífico corcel alado de capa torda. Desde su precaria posición le costó comprender lo que ocurría, pero no tardó en resolver el misterio: su muerte en combate estaba próxima, y las mismísimas valkirias de Odín habían acudido al campo de batalla para transformarlo en uno de sus Einherjar. Su humanidad provocó que un atisbo de pánico intentase tomar el control, pero sacudió la cabeza o, más bien, lo intentó, y se obligó a asumir su situación con hombría. Una oleada de orgullo lo acarició como la hoguera de su casa en invierno, mientras aquellas decididas mujeres lo ayudaban a montar sobre el caballo. Con la vista algo nublada, Gerd alzó la cabeza hacia el rayo de luz. Las valkirias se adelantaron a lomos de sus lobos, y se dieron la vuelta invitándolo a seguirlas bajo el repiqueteo de la lluvia. De pronto, sentía que había recobrado sus fuerzas de alguna parte. Tomó las riendas de su nueva y gloriosa montura, las arrió, y los cuatro volaron hasta perderse entre las nubes.
El camino a Valhalla debía ser largo, y Gerd no lo deseaba de otra manera. Al atravesar las nubes, el sol de la tarde comenzó a iluminar la escena, mientras el etéreo y rítmico batir de alas de su montura voladura lo mecía. Tras una larga y silenciosa espera, a lo lejos, comenzaron a aparecer diferentes edificaciones, cuya calidad arquitectónica haría palidecer de vergüenza la del Gran Salón de su clan. A medida que se acercaban, un coro de orgullosas voces, nacidas y curtidas entre las nieves del norte, fue llenando progresivamente el ingente vacío que los rodeaba. Las valkirias dirigieron la marcha hacia lo que parecía ser una gran ciudad sobre las nubes y el firmamento, que debía ser Valhalla. El corazón de Gerd fue calmándose, mientras contemplaba el comienzo de su destino final. Primero, los lobos lo llevaron hasta una gran edificación de piedra con incontables puertas. Allí, sus femeninas acompañantes lo despojaron de sus sucias ropas, su partida armadura y sus armas, y lo premiaron con un agradable baño caliente. Lo obsequiaron con un inmaculado y brillante camisote de mallas, ropas de abrigo nuevas, y le devolvieron a sus fieles y afiladas compañeras de fatigas. Cuando acabaron allí, lo llevaron a un nuevo lugar: una gargantuesca sala de madera con seis largas mesas, llenas de comida, y una infinitud de valerosos guerreros que disfrutaban de ella. Había tapices de las familias de los caídos decorando las paredes y, al fondo, una compañía de músicos que alegraba el ambiente de los norteños. Las mesas llegaban hasta los límites de la vista, y Gerd se dispuso a tomar un buen merecido almuerzo a base de salmón, solomillos de cerdo, pan, huevos y, por supuesto, hidromiel de la mejor calidad, hasta que se hartó. Sin embargo, allí tuvo su primera y extraña impresión: a medida que comía, se dio cuenta de que todos los demás guerreros disfrutaban, hablaban, y bromeaban entre ellos. Pero cuando Gerd intentó hablar con el que tenía más cerca, fue como si no estuviera allí... nadie le dio respuesta.
No pasó demasiado tiempo hasta que salió del salón, donde lo esperaban de nuevo sus tres escoltas y el corcel alado. En esta ocasión, lo llevaron hasta una casa de piedra, modesta, pero preciosa a los ojos. Gerd aceptó el papel que le tocaba, y abrió la puerta. Ante él se abrió un diáfano recibidor, decorado al gusto del que debía ser otro guerrero. En las paredes había escudos de armas; aquí y allá, estantes con armaduras, cascos, y aún más armas; los grises y firmes suelos de las habitaciones en las que se decidió a entrar estaban cubiertos con diversas y bien curtidas pieles, pero no fue hasta que subió una escalera, y encontró un dormitorio, que algo hizo que se le acelerase el pulso otra vez: un hombre, el habitante de aquella vivienda. Tenía los ojos azules y ovalados, como él. El pelo era castaño claro y trenzado, muy parecido al de Gerd. Su misma corpulencia, con algunos años más, si bien no muchos. Reconocería aquel rostro en cualquier parte, ya fuese en Valhalla, en Midgard, o en el mismísimo Helheim. Las facciones de aquel rostro no eran otras que las de su padre, un antiguo héroe de guerra de su clan, y ahora, un ejército de un solo hombre, como cabría esperar. La emoción hizo que se le subieran los colores, pero mantuvo la compostura, e hincó una rodilla en señal de respeto.
–Gerd, has crecido bien –dijo aquel hombre, levantándose de su silla.
–Gracias a vuestro alimento, padre –le respondió.
–Levántate. –Gerd obedeció–. No sé si enorgullecerme, o si apenarme por tu visita. –El hombre sacó un cántaro de una alacena, y sirvió dos generosos vasos de vino oscuro–. ¿Cómo estaba tu madre la última vez que la viste?
–Bien –respondió–. Feliz, pero sola –añadió, y su padre mostró una amarga sonrisa.
–Eso es mejor que nada. No te quejarás, hemos tenido a nuestra disposición a la mejor de las mujeres, ¡por el martillo de Thor, si hasta me soportaba a mí! –Emitió una profunda carcajada, y le tendió su vaso.
–Es cierto. –Gerd lo tomó, pero se pensó dos veces si beber o no.
–No fui muy buen padre ni marido, pero hice lo que pude. Al menos, al igual que tú, sí que fui un buen guerrero. El mejor de los guerreros. –Su padre chocó su vaso con el de Gerd sin previo aviso, y se llenó el gaznate con un profundo sorbo–. ¿Y bien? ¿Cuánto hace que llegaste? –Gerd lo miró a los ojos. Un detalle llegó a su memoria, y lo hizo llenarse de culpa.
–Unas horas –le respondió, sin más.
–¿Has comido algo? –le preguntó, y Gerd asintió–. Cuéntame algo, ¿has dejado hijos atrás? –Y fue aquella temida pregunta la que le provocó un nudo en el estómago.
–Siento deciros que no os he dejado nietos, padre. –En esta ocasión, el rostro de aquel hombre se ensombreció, pues sabía lo que eso significaba. Gerd había sido hijo único.
–Ya veo… En fin, es una lástima, pero no se van a alzar los gigantes del hielo por eso.
El hombre enterró la mirada en su vaso, y se lo terminó de un sorbo más. Sus palabras eran amables, pero su mirada decía algo más. En sus ojos había una fuerte decepción, si bien no iba acompañada de resentimiento. Una tristeza silenciosa que, Gerd lo supo, comenzó a corroerle las entrañas en aquel momento.
–Deseo volver a verte pronto –añadió–, pero si me disculpas, tengo otros asuntos ahora mismo.
Su padre le dio dos fuertes palmadas en el hombro, y se perdió por otra habitación. Apesadumbrado, Gerd dejó su vaso lleno sobre la mesa, y retornó al recibidor. Siempre se había visto a sí mismo como una persona muy primaria y simple pero, en aquel momento, decidió que necesitaba pensar, y visualizó un futuro imposible: un hogar caliente en un día frío, una buena mujer a su lado, media docena de hijos con los que honrar a su padre, y una abuela con motivos para irse feliz y orgullosa de aquella vida. En su mente, la imagen cobró vida, y le pareció lo más bonito que había sentido en todos sus años. Más bonito y más glorioso, de hecho, que lo que había sentido mientras ascendía a Valhalla, escoltado por tres hermosas valkirias, y cabalgando a lomos de un prodigioso caballo con alas. Gerd desahogó su frustración dando un tremendo puñetazo en la pared, y salió por la puerta. Su escolta seguía allí.
–Quiero volver al combate –declaró con firmeza.
–Eso no es posible, guerrero –dijo una de las valkirias.
–No me digáis lo que no puedo hacer –le espetó. Las mujeres se mostraron sorprendidas, pero no demasiado.
–Si volvéis con los mortales, no podréis retornar a Valhalla –lo increpó una de las mujeres, señalándolo con un dedo acusador.
–Volveré a Midgard, solucionaré un asunto pendiente, y volveré a ganarme el Valhalla –dijo Gerd con absoluta seguridad. Una de las valkirias lo observó, indecisa.
–¿Es esa vuestra voluntad, guerrero? –Gerd asintió, y acompañó el gesto con un puñetazo en su pecho–. Así sea.
De pronto, el vikingo sintió cómo se desvanecía. La luz de Valhalla se apagaba lentamente, y percibió un gran frío a su alrededor. Cuando se quiso dar cuenta, tenía los ojos cerrados y le pesaban los párpados. Sus brazos estaban entumecidos, pero sentía a sus fieles hachas en las manos. Una gran humedad lo envolvía, y el zumbido de un millar de insectos perturbaba su incómodo descanso. No… no eran insectos; era lluvia. Gerd abrió los ojos, y reconoció el lugar en el que se encontraba: la estepa de su clan. Le dolía todo el cuerpo, más aún que cuando recibió la cornada de un jabalí con catorce años. Miró hacia abajo, buscando la herida de su barriga, pero lo único que encontró fue una tremenda cicatriz muy bien cerrada. Quizás había sido un sueño, o quizás no, solo las nornas lo sabrían. Gerd tensó los músculos de sus piernas y flexionó las rodillas, que le dolieron como si le hubieran clavado incontables alfileres entre los huesos. Giró sobre sí mismo, y se impulsó hasta quedar de rodillas. Los costados le ardían como si acabase de darse un baño en un río de lava, y sentía la cabeza como cuando su primer caballo lo saludó con una coz en la sien. Gerd tomó aire, escupió una generosa cantidad de sangre, y se limpió la boca con el dorso de la mano. Reunió todas las fuerzas que sabía que le quedaban, y azuzó a la bestia salvaje que llevaba dentro de sí. Agarró con firmeza sus hachas, se puso en pie, y corrió bajo la tormenta, emitiendo un pavoroso grito de batalla que estremeció la tierra.
jueves, 25 de octubre de 2018
Las aventuras de JC: las infinitas y sépticas profundidades.
Esta andaría también por los principios del curso, allá cuando todavía no conocía muy bien a aquella buena pieza que tantas risas ha inspirado. Estaba yo solo en el piso, cocinándome algo de alto nivel, supongo que unos filetes de pollo por lo menos. No pasó mucho rato hasta que la puerta se abrió, y aun a riesgo de haber podido ser el friki o nuestro otro compañero, el silencioso, la buena ventura se manifestó en la forma de aquel chavalote de casi metro noventa y mirada adormilada: el enorme JC.
-Eh, Fede, ¿qué tal? -saludó.
-Pues aquí, con la comida -respondí.
Más allá de la sartén y el pollo, nada se calentó demasiado por un par de minutos, momento en que el sabio del piso volvió a romper el silencio.
-A...aquí solo tenemos esta mesa, ¿verdad? -preguntó el muchacho.
-Lo que ves: la mesa grande, la de la tele, y el poyo de la cocina. ¿Por qué?
-P-porque... bueno, he traído algunas cosas de comer, y entre que las organizo y tal, necesito algún sitio para dejarlas. -Traté de buscar la trampa: la mesa del salón, compatible con que comieran cómodamente hasta cuatro personas, estaba vacía salvo por un par de trastos; era espacio más que de sobra para que cupiera una compra pequeña enterita.
-Mmm... no te entiendo. ¿No te vale la mesa? -dudé, derrotado.
-Esto... b-bueno, supongo que sí...
Y allí fue cuando empezó con las que acabarían siendo unas clásicas estereotipias: el chaval se empezó a rascar la cabeza, a caminar salón arriba y abajo con las bolsas a cuestas, a dudar si dejarlas aquí o allá... Yo estaba a mi bola, me habría dado igual pasar de ello, pero la curiosidad me pudo.
-Joder, macho, ¿qué te pasa? -le pregunté con una nota de broma.
-Es que... bueno... Ya sabes, es comida. Y-y... Bueno, igual te parece una tontería pero... ¿ves la línea negra esa?
Perplejo, dejé las pinzas de cocinar a un lado y me aproximé. Cabe destacar aquí que, aunque nosotros no éramos particularmente limpios (por decirlo con elegancia), la mesa solía mantenerse especialmente libre de porquería para poder darle uso. No obstante... efectivamente, JC señaló a una pequeña raja que había en la mesa. No era más que una rayadura, una línea de algo menos de tres centímetros con un color negruzco, probablemente ocasionada varios años atrás, y rellenada por polvo compactado con el paso de los meses. Síp, de esas cosas de las que la gente no suele percatarse.
-¿La...veo? -JC percibió mi incredulidad, y empezó a resoplar y a reírse.
-Ya... ya... sé lo que vas a decir. A ver... s-sé que no tiene importancia ninguna, pero... pero yo miro a esa raya y no puedo evitar pensar en que si la observase por un microscopio sería como contemplar toda una sima de porquería y gérmenes...
En este momento, mi incredulidad llegó a su punto más álgido. Quisiera destacar que soy una persona bastante curiosa y abierta de mente, quizás algo más ahora que en aquel entonces, pero una cosa no quita la otra. El caso es que me quedé mirándolo como un besugo, sin saber muy bien lo que decir.
-Ya... sí... Je, je, je... no me hagas caso, no te preocupes...
Con esas últimas palabras, JC dejó las bolsas con mucho cuidado sobre la mesa, procurando que no tuvieran contacto directo con la sima de porquería microscópica, claro, y se metió para su cuarto. Debo decir en su defensa que aquella conducta desapareció en pocas semanas... pero tampoco esta cosa quita la otra.
-Eh, Fede, ¿qué tal? -saludó.
-Pues aquí, con la comida -respondí.
Más allá de la sartén y el pollo, nada se calentó demasiado por un par de minutos, momento en que el sabio del piso volvió a romper el silencio.
-A...aquí solo tenemos esta mesa, ¿verdad? -preguntó el muchacho.
-Lo que ves: la mesa grande, la de la tele, y el poyo de la cocina. ¿Por qué?
-P-porque... bueno, he traído algunas cosas de comer, y entre que las organizo y tal, necesito algún sitio para dejarlas. -Traté de buscar la trampa: la mesa del salón, compatible con que comieran cómodamente hasta cuatro personas, estaba vacía salvo por un par de trastos; era espacio más que de sobra para que cupiera una compra pequeña enterita.
-Mmm... no te entiendo. ¿No te vale la mesa? -dudé, derrotado.
-Esto... b-bueno, supongo que sí...
Y allí fue cuando empezó con las que acabarían siendo unas clásicas estereotipias: el chaval se empezó a rascar la cabeza, a caminar salón arriba y abajo con las bolsas a cuestas, a dudar si dejarlas aquí o allá... Yo estaba a mi bola, me habría dado igual pasar de ello, pero la curiosidad me pudo.
-Joder, macho, ¿qué te pasa? -le pregunté con una nota de broma.
-Es que... bueno... Ya sabes, es comida. Y-y... Bueno, igual te parece una tontería pero... ¿ves la línea negra esa?
Perplejo, dejé las pinzas de cocinar a un lado y me aproximé. Cabe destacar aquí que, aunque nosotros no éramos particularmente limpios (por decirlo con elegancia), la mesa solía mantenerse especialmente libre de porquería para poder darle uso. No obstante... efectivamente, JC señaló a una pequeña raja que había en la mesa. No era más que una rayadura, una línea de algo menos de tres centímetros con un color negruzco, probablemente ocasionada varios años atrás, y rellenada por polvo compactado con el paso de los meses. Síp, de esas cosas de las que la gente no suele percatarse.
-¿La...veo? -JC percibió mi incredulidad, y empezó a resoplar y a reírse.
-Ya... ya... sé lo que vas a decir. A ver... s-sé que no tiene importancia ninguna, pero... pero yo miro a esa raya y no puedo evitar pensar en que si la observase por un microscopio sería como contemplar toda una sima de porquería y gérmenes...
En este momento, mi incredulidad llegó a su punto más álgido. Quisiera destacar que soy una persona bastante curiosa y abierta de mente, quizás algo más ahora que en aquel entonces, pero una cosa no quita la otra. El caso es que me quedé mirándolo como un besugo, sin saber muy bien lo que decir.
-Ya... sí... Je, je, je... no me hagas caso, no te preocupes...
Con esas últimas palabras, JC dejó las bolsas con mucho cuidado sobre la mesa, procurando que no tuvieran contacto directo con la sima de porquería microscópica, claro, y se metió para su cuarto. Debo decir en su defensa que aquella conducta desapareció en pocas semanas... pero tampoco esta cosa quita la otra.
lunes, 22 de octubre de 2018
Las aventuras de JC: Ascenso incierto.
Esta será un poco más corta, sencillamente porque fue una cosa muy puntual. Sin embargo, dada la risa que me dio cuando me lo contaron, no podía faltar.
El coprotagonista de esta anécdota no fuimos ni el friki ni yo, sino otro amigo nuestro, el grandioso Manolillo. Quisiera destacar el detalle de que las normas permitían meter coches en nuestra residencia de estudiantes, pero no dejarlos aparcados de manera indefinida dentro, por lo que un coche dentro de la residencia implicaba una carga/descarga, o algún asunto fuera de lo habitual. El caso es que nuestro Manolillo iba sorteando las columnas de los portales camino a su casa (vivía en un bloque distinto al nuestro si no me falla la memoria), cuando el motor de un coche llamó la atención. Nuestro amigo se giró, y no pudo sino maravillarse ante lo que vió: un coche nuevecito, rojo y descapotable (de nuevo, si no me falla la memoria), pilotado por el inigualable JC, un JC, por cierto, que sonreía lleno de confianza, como si le fuese a salir un brillo de estos de los anuncios antiguos de pasta de dientes en cualquier momento.
-Hola, Manolo -comenzó el nuevo conductor, pues supimos días antes que tenía el carné recién sacado.
-Muy buenas, JC -respondió Manolillo-. ¿Coche nuevo?
-Je, je... ya ves... -JC desvió la mirada hacia el portal que tenía delante, justo ante el que había estacionado-. ¿No subes? -Manolillo negó con la cabeza con energía.
-Qué va. -En aquel momento, JC quitó el contacto de su coche-. Pero vamos, que tú tampoco.
-¿Y eso?
-Porque yo no vivo en este portal, ni tú tampoco.
JC se mostró dubitativo por unos instantes. Rápidamente, su rostro pasó hacia la extrañeza y, tras confirmar el número del portal con una mirada, finalmente anidó entre las ramas de la vergüenza momentánea. Con una cordial despedida de la mano, volvió a arrancar su coche y lo trasladó hacia su portal, que era el nuestro.
El coprotagonista de esta anécdota no fuimos ni el friki ni yo, sino otro amigo nuestro, el grandioso Manolillo. Quisiera destacar el detalle de que las normas permitían meter coches en nuestra residencia de estudiantes, pero no dejarlos aparcados de manera indefinida dentro, por lo que un coche dentro de la residencia implicaba una carga/descarga, o algún asunto fuera de lo habitual. El caso es que nuestro Manolillo iba sorteando las columnas de los portales camino a su casa (vivía en un bloque distinto al nuestro si no me falla la memoria), cuando el motor de un coche llamó la atención. Nuestro amigo se giró, y no pudo sino maravillarse ante lo que vió: un coche nuevecito, rojo y descapotable (de nuevo, si no me falla la memoria), pilotado por el inigualable JC, un JC, por cierto, que sonreía lleno de confianza, como si le fuese a salir un brillo de estos de los anuncios antiguos de pasta de dientes en cualquier momento.
-Hola, Manolo -comenzó el nuevo conductor, pues supimos días antes que tenía el carné recién sacado.
-Muy buenas, JC -respondió Manolillo-. ¿Coche nuevo?
-Je, je... ya ves... -JC desvió la mirada hacia el portal que tenía delante, justo ante el que había estacionado-. ¿No subes? -Manolillo negó con la cabeza con energía.
-Qué va. -En aquel momento, JC quitó el contacto de su coche-. Pero vamos, que tú tampoco.
-¿Y eso?
-Porque yo no vivo en este portal, ni tú tampoco.
JC se mostró dubitativo por unos instantes. Rápidamente, su rostro pasó hacia la extrañeza y, tras confirmar el número del portal con una mirada, finalmente anidó entre las ramas de la vergüenza momentánea. Con una cordial despedida de la mano, volvió a arrancar su coche y lo trasladó hacia su portal, que era el nuestro.
viernes, 19 de octubre de 2018
Diferencias entre opinión y juicio (by me).
Hace unos días vi un programa en la tele (lo pillé de mi abuela que la tenía puesta, pues yo no tengo tele de normal) que me hizo sentir una fuerte vergüenza ajena. No obstante, debido a que siempre procuro extraer el lado positivo a las cosas, me dio por darle vueltas y vueltas al asunto sobre lo que estaba viendo (de lo que hablaré más adelante), y decidí que cuando me cuajara más o menos el concepto, acabaría por escribir sobre ello. Conque... ahí voy.
Imaginad lo siguiente, que está muy de moda, y lo pondré muy extremo para que quede más patente y claro: dos amigos, un chico joven y en forma, y una chica gorda de las que apenas si pueden saltar a la pata coja (y no hablo de un caso de hipotiroidismo o similar). Los dos tienen la misma edad, los dos han recibido educaciones similares, y los dos tienen una situación financiera parecida, o sea, que digamos que inicialmente solo se distinguen en su aspecto físico y en su sexo. A esto que un día la muchacha le cuenta que ha tenido que ir al médico porque se sentía muy mal (palpitaciones, mareos...), y le han diagnosticado que tiene colesterol alto. El muchacho, que es SU AMIGO, le dice, en presencia de las amigas de ella: "a ver... yo te lo he dicho varias veces, pero es que si te inflas a comer y no lo bajas haciendo ejercicio, es normal que te pase". Y entonces... se arma la marimorena: las amigas de ella lo tachan de machista, de falocéntrico misógino, de tirano, de intolerante... y a ella le dicen todas esas cosas tan de moda, sobre que lo importante es quererse a sí mismo, y que el peso da exactamente igual. Aunque lo pueda parecer, esta publicación no va enfocada al tema de los gordos que se aceptan y se quieren como son (que darían para otra publicación la mar de interesante), sino al hecho de algo que quizás ha pasado inadvertido. ¿Os habéis dado cuenta de que el muchacho del supuesto de arriba, en ningún momento le ha dicho a su amiga que no coma, que haga ejercicio, o ni siquiera que esté fea, gorda, y que esté MAL lo que está haciendo? Pues allá es donde voy.
Ya sabemos lo que hay a día de hoy por todos lados, todas estas dictaduras sociales en las que la persona lista se tiene que quedar callada mientras el idiota grita, se ofende, y escupe; toda esa basura del ofenderse por nada, y el censurar a gente que ha dicho una cosa controvertida porque puede dar lugar a algún malentendido derivado de sus palabras (malentendido que, en principio, ni siquiera tiene por qué estar implícito en el mensaje de la persona que habló). Es aquí donde quiero hacer hincapié: según la R.A.E., las palabras "opinión" y "juicio" son bastante similares (juicio tiene más acepciones, pero podemos encontrar a la segunda dentro de la definición de la primera), pero sin embargo mi experiencia de vida me lleva a decir que la palabra "juicio" es bastante más potente que la otra. Yo diría que dar una opinión es simplemente decir lo que piensas, sin segundas y sin tratar de imponer nada (lo que viene siendo tratar de buscar una simple argumentación), mientras que hacer un juicio es algo más severo, algo que trata de corroborar o de censurar algún concepto o situación, para conseguir algo más que expresar una idea en sí misma.
Dicho lo de arriba, vuelvo a lo que comenté al principio para terminar de perfilarlo: lo que vi aquel día en la tele fue uno de estos programas de españoles por el mundo, o como se llame. En él, entre las muchas cosas de las que se habló (algunas interesantes), salió cómo se celebraba una fiesta caribeña tradicional... pero maquillada de estilo moderno. Se presentó un baile público (cuyo nombre no recuerdo, aunque iba muy por la línea del "daggering") que me hizo morderme los labios, pegarme pellizcos por debajo de la mesa, y abrir mucho los ojos invadido por la necesidad de hincar la cara entre mis manos (cosa que no hice, por evitar preguntas de respuesta obvia de los presentes). En aquel momento me imaginé allí, en el Caribe, en el centro de aquella festividad de varios cientos de personas rozándose y dándose puntazos como macacos en su "baile sensual" (como ellos lo calificaban), padeciendo por toda esa vergüenza ajena y... totalmente incapaz de hacer nada. ¿Por qué digo esto? Imaginad lo siguiente: ¿qué habría pasado si, en medio de todos ellos, me hubiera dado por decir lo que pensaba (que me parecía soez), es decir, por manifestar una "opinión"? Pues que los más tranquilos de ellos me dirían que nadie me obligaría a permanecer allí (cosa que es cierta), pero los más gritones de ellos (y habría muchos) considerarían mis palabras como un "juicio", se sentirían atacados, y me pondrían de fascista para arriba. Eso, claro, en el caso de que no me tachasen de "maricón", pues recordemos que en Jamaica todavía es ilegal el declararse homosexual... Lo más gracioso del asunto es que a una persona como yo jamás se le ocurriría insinuar que pararan, pues nunca pasaría de expresar una opinión ante algo que me disgusta mientras no piense que sea "malo" (y lo soez, para mí, "malo" no es).
Bueno, después de haber soltado esas perlitas sobre los gordos y el baile caribeño de la vergüenza ajena, recalco que mi único objetivo era hacer distinción entre lo que es expresar una opinión y tratar de imponerla. Por favor, antes de "juzgar" a alguien por hablar, fijaos en si ha dicho algo con segundas. O sea... fijaos MUY bien, no seáis perros rabiosos idiotas que sacan conclusiones erróneas de manera precipitada. Eso SÍ es "malo".
Imaginad lo siguiente, que está muy de moda, y lo pondré muy extremo para que quede más patente y claro: dos amigos, un chico joven y en forma, y una chica gorda de las que apenas si pueden saltar a la pata coja (y no hablo de un caso de hipotiroidismo o similar). Los dos tienen la misma edad, los dos han recibido educaciones similares, y los dos tienen una situación financiera parecida, o sea, que digamos que inicialmente solo se distinguen en su aspecto físico y en su sexo. A esto que un día la muchacha le cuenta que ha tenido que ir al médico porque se sentía muy mal (palpitaciones, mareos...), y le han diagnosticado que tiene colesterol alto. El muchacho, que es SU AMIGO, le dice, en presencia de las amigas de ella: "a ver... yo te lo he dicho varias veces, pero es que si te inflas a comer y no lo bajas haciendo ejercicio, es normal que te pase". Y entonces... se arma la marimorena: las amigas de ella lo tachan de machista, de falocéntrico misógino, de tirano, de intolerante... y a ella le dicen todas esas cosas tan de moda, sobre que lo importante es quererse a sí mismo, y que el peso da exactamente igual. Aunque lo pueda parecer, esta publicación no va enfocada al tema de los gordos que se aceptan y se quieren como son (que darían para otra publicación la mar de interesante), sino al hecho de algo que quizás ha pasado inadvertido. ¿Os habéis dado cuenta de que el muchacho del supuesto de arriba, en ningún momento le ha dicho a su amiga que no coma, que haga ejercicio, o ni siquiera que esté fea, gorda, y que esté MAL lo que está haciendo? Pues allá es donde voy.
Ya sabemos lo que hay a día de hoy por todos lados, todas estas dictaduras sociales en las que la persona lista se tiene que quedar callada mientras el idiota grita, se ofende, y escupe; toda esa basura del ofenderse por nada, y el censurar a gente que ha dicho una cosa controvertida porque puede dar lugar a algún malentendido derivado de sus palabras (malentendido que, en principio, ni siquiera tiene por qué estar implícito en el mensaje de la persona que habló). Es aquí donde quiero hacer hincapié: según la R.A.E., las palabras "opinión" y "juicio" son bastante similares (juicio tiene más acepciones, pero podemos encontrar a la segunda dentro de la definición de la primera), pero sin embargo mi experiencia de vida me lleva a decir que la palabra "juicio" es bastante más potente que la otra. Yo diría que dar una opinión es simplemente decir lo que piensas, sin segundas y sin tratar de imponer nada (lo que viene siendo tratar de buscar una simple argumentación), mientras que hacer un juicio es algo más severo, algo que trata de corroborar o de censurar algún concepto o situación, para conseguir algo más que expresar una idea en sí misma.
Dicho lo de arriba, vuelvo a lo que comenté al principio para terminar de perfilarlo: lo que vi aquel día en la tele fue uno de estos programas de españoles por el mundo, o como se llame. En él, entre las muchas cosas de las que se habló (algunas interesantes), salió cómo se celebraba una fiesta caribeña tradicional... pero maquillada de estilo moderno. Se presentó un baile público (cuyo nombre no recuerdo, aunque iba muy por la línea del "daggering") que me hizo morderme los labios, pegarme pellizcos por debajo de la mesa, y abrir mucho los ojos invadido por la necesidad de hincar la cara entre mis manos (cosa que no hice, por evitar preguntas de respuesta obvia de los presentes). En aquel momento me imaginé allí, en el Caribe, en el centro de aquella festividad de varios cientos de personas rozándose y dándose puntazos como macacos en su "baile sensual" (como ellos lo calificaban), padeciendo por toda esa vergüenza ajena y... totalmente incapaz de hacer nada. ¿Por qué digo esto? Imaginad lo siguiente: ¿qué habría pasado si, en medio de todos ellos, me hubiera dado por decir lo que pensaba (que me parecía soez), es decir, por manifestar una "opinión"? Pues que los más tranquilos de ellos me dirían que nadie me obligaría a permanecer allí (cosa que es cierta), pero los más gritones de ellos (y habría muchos) considerarían mis palabras como un "juicio", se sentirían atacados, y me pondrían de fascista para arriba. Eso, claro, en el caso de que no me tachasen de "maricón", pues recordemos que en Jamaica todavía es ilegal el declararse homosexual... Lo más gracioso del asunto es que a una persona como yo jamás se le ocurriría insinuar que pararan, pues nunca pasaría de expresar una opinión ante algo que me disgusta mientras no piense que sea "malo" (y lo soez, para mí, "malo" no es).
Bueno, después de haber soltado esas perlitas sobre los gordos y el baile caribeño de la vergüenza ajena, recalco que mi único objetivo era hacer distinción entre lo que es expresar una opinión y tratar de imponerla. Por favor, antes de "juzgar" a alguien por hablar, fijaos en si ha dicho algo con segundas. O sea... fijaos MUY bien, no seáis perros rabiosos idiotas que sacan conclusiones erróneas de manera precipitada. Eso SÍ es "malo".
martes, 16 de octubre de 2018
Las aventuras de JC: Marcando el terreno.
Para contaros esta anécdota necesito poneros antes en antecedentes: por resumir, que tampoco hay que regocijarse en el morbo, la relación de nuestro JC con su padre no era demasiado buena. Según nos contó un día, su familia era bastante pudiente por el trabajo de su padre, y precisamente por esto no eran pocas las veces en las que su padre le echaba en cara que fuese un mimado. Lo más gracioso (y absurdo) del asunto era que ese mismo padre le daba al niño una paga bastante considerable mientras estudiaba, paga que era ADEMÁS de los costos de la Universidad, la residencia de estudiantes, y la comida, paga que bien rivalizaría con algunos de los salarios de mierda que se ven a día de hoy dados en negro, con la diferencia de que dichos salarios se otorgan tras una explotación más o menos manifiesta mientras que nuestro JC... bueno, dejémoslo en que no es frecuente que un estudiante tenga sueldo, sino al revés. No me voy a meter en los métodos pedagógicos de cada padre, voy al turrón.
A lo largo de una conversación bastante larga, JC nos contó todo lo expuesto anteriormente y unos cuantos detalles más. Como al muchacho le salía el dinero por las orejas, era raro el mes en el que no se había comprado varios videojuegos originales nuevos... por no hablar del iPhone. En efecto, por aquellas fechas en las que los smartphone estaban empezando a verse, nuestro JC tenía un iPhone último modelo por el cual pagaba dos cuotas: la de la conexión telefónica, y la del propio dispositivo. Por decencia y respeto a su privacidad no mencionaré las cifras... pero sí os diré que me parecieron bastante alarmantes cuando las dijo en voz alta. El caso es que nuestro compañero nos contó con pelos y señales todo eso, tratando de liberar algo de la frustración que sentía por el machaque al que lo sometía su padre cada pocos días.
-Hombre, yo no me voy a meter en decirte lo que tienes que hacer pero... si tanto te molesta, ¿por qué no le dices que deje de pasarte tantísima pasta? -intervino el friki en los últimos compases de la conversación.
-¿C-cómo? -respondió JC con cierta inseguridad.
-Claro, hombre. A ver, te saco solo dos años y a lo mejor me equivoco, pero si le dijeras a tu padre que deje de mandarte tantos billetes le recortarás las excusas para llamarte mimado. No podrás gastar tanto, pero seguramente te acabarás sintiendo mejor contigo mismo. -El muchacho meditó sobre sus palabras durante unos momentos.
-Puede ser... Necesito consultarlo con la almohada.
Pues sí... se lo pensó. Pasó lo que quedaba de tarde y de noche. Era ya el día siguiente, y tras una mañana normal con sus clases y/o alguna práctica, nos volvimos a encontrar con él en el salón del piso. La cara de JC desbordaba felicidad, estaba verdaderamente radiante.
-¡T-tío, tío, a-al final te hice caso! ¿Sabes? Estaba ya muy harto de esa situación, así que esta mañana llamé a mi padre y le dije que no podía ser, que no podía seguir así la cosa. Me puse firme, y le d-dije que... que si me iba a seguir llamando niño mimado, ¡pues que no quería su dinero! -El friki dudó unos instantes, como sintiéndose responsable.
-Pero a ver... ¿qué le has dicho? ¿Te ha quitado la paga?
-No, hombre, no...
Y vaya que si no. De nuevo, como no quiero revelar más datos de los necesarios para unas risas, lo resumiré en que su padre le cortó el grifo... o sea, parte de él; concretamente, le podó una undécima parte del salario. Vamos, que le redujo la paga en aproximadamente un 9%, lo que le daba aún unos márgenes bastante amplios para pagarse el iPhone, algún que otro videojuego, y varios caprichos más si sabía administrarse. Pero bueno, aquí lo importante es que a nuestro JC le crecieron por lo menos cuatro pelos en el pecho aquel día. Si es que... en el fondo estaba hecho todo un rebelde.
A lo largo de una conversación bastante larga, JC nos contó todo lo expuesto anteriormente y unos cuantos detalles más. Como al muchacho le salía el dinero por las orejas, era raro el mes en el que no se había comprado varios videojuegos originales nuevos... por no hablar del iPhone. En efecto, por aquellas fechas en las que los smartphone estaban empezando a verse, nuestro JC tenía un iPhone último modelo por el cual pagaba dos cuotas: la de la conexión telefónica, y la del propio dispositivo. Por decencia y respeto a su privacidad no mencionaré las cifras... pero sí os diré que me parecieron bastante alarmantes cuando las dijo en voz alta. El caso es que nuestro compañero nos contó con pelos y señales todo eso, tratando de liberar algo de la frustración que sentía por el machaque al que lo sometía su padre cada pocos días.
-Hombre, yo no me voy a meter en decirte lo que tienes que hacer pero... si tanto te molesta, ¿por qué no le dices que deje de pasarte tantísima pasta? -intervino el friki en los últimos compases de la conversación.
-¿C-cómo? -respondió JC con cierta inseguridad.
-Claro, hombre. A ver, te saco solo dos años y a lo mejor me equivoco, pero si le dijeras a tu padre que deje de mandarte tantos billetes le recortarás las excusas para llamarte mimado. No podrás gastar tanto, pero seguramente te acabarás sintiendo mejor contigo mismo. -El muchacho meditó sobre sus palabras durante unos momentos.
-Puede ser... Necesito consultarlo con la almohada.
Pues sí... se lo pensó. Pasó lo que quedaba de tarde y de noche. Era ya el día siguiente, y tras una mañana normal con sus clases y/o alguna práctica, nos volvimos a encontrar con él en el salón del piso. La cara de JC desbordaba felicidad, estaba verdaderamente radiante.
-¡T-tío, tío, a-al final te hice caso! ¿Sabes? Estaba ya muy harto de esa situación, así que esta mañana llamé a mi padre y le dije que no podía ser, que no podía seguir así la cosa. Me puse firme, y le d-dije que... que si me iba a seguir llamando niño mimado, ¡pues que no quería su dinero! -El friki dudó unos instantes, como sintiéndose responsable.
-Pero a ver... ¿qué le has dicho? ¿Te ha quitado la paga?
-No, hombre, no...
Y vaya que si no. De nuevo, como no quiero revelar más datos de los necesarios para unas risas, lo resumiré en que su padre le cortó el grifo... o sea, parte de él; concretamente, le podó una undécima parte del salario. Vamos, que le redujo la paga en aproximadamente un 9%, lo que le daba aún unos márgenes bastante amplios para pagarse el iPhone, algún que otro videojuego, y varios caprichos más si sabía administrarse. Pero bueno, aquí lo importante es que a nuestro JC le crecieron por lo menos cuatro pelos en el pecho aquel día. Si es que... en el fondo estaba hecho todo un rebelde.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)